martes, 27 de octubre de 2009

Monopolio de revendedores

Una de las mayores molestias son los vendedores que te entregan cosas que no pediste. Violentan tu libertad de elección, te tratan como tonto y dicen mentiras. Aunque algunos crean que los regalos no causan daño, algunos llegan como dádiva y no como parte de tu elección. Como cuando Telmex era la única compañía y “regalaba” descuentos. Cuando hace unos quince años entraron Avantel y compañía, la competencia le hizo dejar de dar descuentitos que a nadie le importaban.

El primer acercamiento de la mayoría con la vulneración de su libertad de elección ocurre cuando sus padres, para desquitar complejos o viejas aficiones, los llevan obligatoriamente a clases que no querían tomar.

Cuando era niño nunca tomé clases ni cursos de nada que atentara contra mi voluntad. Sólo tomé clases de Tae Kwon Do porque las tortugas ninja estaban de moda y parecerme a ellas era una obligación infantil. Mi experiencia taekwondoína fue breve por mis habilidades. En dos meses de clases llegué a Cinta Blanca Avanzada, un absurdo que inventó el profesor para que los padres siguieran pagando por los alumnos reprobados que sólo querían jugar a ser Tortugas Ninja.

Casi todos los niños que conocía tomaban clases de algún instrumento musical. Creo que fui la excepción y ni siquiera llegué a Cinta Blanca básica en guitarra o violín. Mi carrera musical empezó y culminó cuando la maestra de kínder me dio un triángulo para la pastorela.

Sospecho que este alejamiento de los instrumentos hizo que nunca le guardara fidelidad absoluta a algún género, grupo o cantante musical. Puedo escuchar a Luis Miguel durante semanas, después oír sólo canciones de La Gusana y continuar con Oasis, Magneto, Lordi, Silvio, Sabina, Kaba, la Sonora Dinamita o los Beatles. Mi oído es muy democrático o muy poco selectivo.

Mi versatilidad en gustos ocasiona que vaya poco a conciertos. Incluso podría contar con los dedos a todos los que he ido en mi vida: Michael Jackson, Silvio, Sabina y Serrat (los dos en uno), y otro que merece una explicación aparte. Durante la preparatoria organizamos un concierto de Benny Ibarra para recaudar fondos para la graduación (rían lo que quieran).

La venta de boletos para el concierto de Benny resultó más difícil de lo que esperábamos. Pocos querían pagar 200 pesos para escuchar sus más grandes éxitos en uno de los lugares más exclusivos de Puebla. Hoy, a siete años de distancia, el choro que decíamos suena aún más falso que antes. Sin embargo, algunos finales no son lo que uno espera. El lugar se llenó y pudimos recaudar más dinero del esperado jugando a vender boletos. Entendí por qué había tantos revendedores.

Los sistemas de venta de boletos para espectáculos son uno de los mejores negocios. La publicidad de la empresa la hacen los mismos eventos. Al final la empresa no absorbe las críticas si el concierto fue malo, ni penalización si al cantante le dolía la muela y no salió. El fin de semana más álgido por la contingencia de influenza en el DF ya tenía boletos para el Chivas- Pumas. El juego se canceló y me regresaron el costo de mi boleto, aunque los 30 pesitos de cargo por servicio de Ticketmaster se perdieron. Mejor dicho, se los ganó Ticketmaster.

Por este tipo de abusos varias veces me he prometido nunca volver a comprarle a Ticketmaster. Cumplir mi promesa sería dejar de ver a las chivas y eso simplemente no podrá ser. Tendré que siempre comprarle al monopolio.

La semana pasada comencé a escuchar a The Killers por alguna extraña coincidencia y recordé que había visto publicidad sobre un concierto suyo en Santiago de Chile. No sabía si faltaban pocos o muchos días pero sin duda estaba recibiendo una señal. Busqué en las páginas de internet de ticketmaster y feriaticket, las más populares del país. También en el de la Arena Movistar, donde se hacen todos los conciertos. No encontré nada. La señal que había recibido no me decía que fuera. Me gritaba un “eres un Idiota, ya fue el concierto”. Antier el grito cambió y supe en el Metro que hay una tercera compañía surtidora de boletos: puntoticket.

En México me he quejado de que Ticketmaster es un monopolio para ciertos espectáculos. La teoría económica elemental dice que los monopolios ocasionan precios altos en comparación a cuando hay competencia. Cuando el bien lo dan entre pocas empresas el tipo de mercado es un oligopolio en que el precio sigue siendo caro.

La venta de boletos chilenos simula un oligopolio o competencia cuando en realidad hay tres grandes monopolios. Nadie vende entradas para los eventos de otra compañía. Dependiendo de quién venda los boletos, uno debe acudir a la tienda departamental que corresponda. Lo que debería ser más sencillo se vuelve complicado para el cliente.

El Edén para el consumidor sería si pudiera comprar mi boleto en cualquiera de las tres compañías, que entre ellas compitieran para tener la comisión más baja o la más alta pero el mayor número de oficinas, los boletitos más resistentes, etc. A los clientes les conviene más tener miles de revendedores dispuestos a bajar el precio de su comisión que tres empresas que simulan competencia y que cobran lo que quieran como su comisión. En cambio tienen un monopolio de varios revendedores pero que se distribuyen los boletos.

Antes de comprar el boleto, hablé a la Movistar Arena para preguntar si podría comprarlos en taquilla y ahorrarme el pago de la comisión. Una señorita me dijo casi riéndose: “Caballero, los boletos se pueden comprar en las taquillas de la Arena únicamente el día del concierto pero corre el riesgo de que se hayan agotado”. Un absurdo.

Hoy mis boletos están guardados en el cajón de mi cuarto. Incluso a varios kilómetros de distancia, cedí a los malditos monopolios que me obligan a siempre ajustarme a sus precios.

Quizás mi reclamo debería ser al hecho de que nunca me obligaron a tomar clases de nada. Al menos pude haberme acostumbrado a que alguien más decidiera por mí.

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