sábado, 17 de octubre de 2009

Columna semanal


Desde el viernes pasado comencé a escribir todos los viernes en el periódico de Puebla "El columnista". Generalmente escribiré sobre políticas públicas de la región y la manera en que se evalúan.
Las pondré en mi blog los sábados. Esta fue la primera colaboración semanal.

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Señales en el camino

Analfabetas ¿hasta la muerte?


Los grandes inventos cuestan mucho tiempo y dinero, pero vale la pena si mejoran nuestra vida. Sin importar su costo, después de un tiempo la mayoría de ellos terminan por ser complementados o rebasados por otra gran idea. Como los humanos, no son eternos.

Muchos pasos previos de los inventos actuales se han perdido. Fueron complementados con otros, mutaron y se volvieron algo nuevo. Ahora buscamos orígenes de la robótica en las máquinas de vapor, de la genética en la ciencia ficción y del capitalismo salvaje en la desigualdad feudal. Si el progreso fuera una avenida, pasaría por múltiples calles: un gran distribuidor para llegar fácilmente, pequeños pasajes que pueden ser atajos o caminos sin pavimentar. La búsqueda del origen podría llevarnos por cada uno de estos senderos, dependiendo de si queremos adornar el invento con pobreza para enaltecer el esfuerzo, majestuosidad para enaltecer la abundancia o rapidez para enaltecer el ingenio ante lo poco evidente.

Los emprendedores dicen que los inventos dependen de la intuición y el esfuerzo. Un camino que todos pueden alcanzar. Una reivindicación para creer en uno mismo y tratar de cambiar las cosas. Olvidan que también hace falta una gran dosis de conocimiento: contar con las herramientas para divisar lo que es posible y lo que no. Algunos grandes inventos vienen de retar esa posibilidad, pero siempre acompañados de al menos una tenue luz que permita romper el mito. De lo contrario, es alquimia.

Hay un punto común en todos los inventos: aprender del pasado. El mundo es muy viejo y la vida humana muy corta como para ignorar los éxitos y los fracasos de miles de años. La comunicación ha permitido que el hombre enseñe al hombre a crear fuego, a cocinar, a salvar la vida, a construir ciudades y también a destruirlas. Sin embargo, la escritura es el gran invento que permitió inmortalizar estos conocimientos. Las palabras escritas generaron que las ideas saltaran el abismo entre el mundo inteligible y el tangible.

No hay ningún gran inventor o científico moderno analfabeta. Para pertenecer al club de los inventores, cualquier humano ha tenido forzosamente que saber leer y escribir.

A nivel internacional el analfabetismo se refiere a los mayores de 15 años que no pueden leer, escribir ni realizar operación aritmética simple. El imperfecto mundo también permite margen de error. Un país con menos del 3% ó 4% de analfabetismo es considerado libre de esta plaga. El estándar fijado considera la existencia de gente que no quiera (por alguna cuestión cultural) o esté imposibilitada (por algún conjunto de discapacidades) para aprender.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en Guatemala, Honduras y El Salvador, casi el 20% de la población es analfabeta. Otros países de la región han trabajado para que todos lean y escriban. Más allá de si sus motivaciones son para generar inventores o votos, el gobierno de Ecuador apenas se declaró libre de analfabetismo. Si la UNESCO lo valida, será el sexto país latinoamericano en lograrlo, después de Cuba, Bolivia, Venezuela y Nicaragua. El caso nicaragüense es significativo, pues hace cinco años competía por los últimos lugares, hoy ya erradicó el problema. El método ha sido realizar campañas de alfabetización efectivas para los que hoy son analfabetas.

En 1970 más de la cuarta parte de los mexicanos eran analfabetas. Para 1990 el porcentaje se redujo casi a la mitad (12.4%) y en 2005 llegó al 8.4%. Como muchas de las cosas que pasan en este país, pareciera que hubo un gran interés por erradicar este viejo mal para colocarnos a la vanguardia de la región y del mundo. Tardamos 35 años en casi reducir la población analfabeta mientras que Nicaragua tardó cuatro en terminarla. Como siempre, nos quedamos en la orilla. Hicimos el plano para construir una catedral, contratamos al arquitecto, compramos el material, inició la construcción y nos faltó ponerle las campanas. A diferencia del caso poblano, en esta ocasión aún no han llegado los ángeles para ayudarnos a subirlas.

La reducción en el índice de analfabetismo no es originada porque se haya dado enseñanza masiva a los que ya formaban parte de la lista. El problema se atacó desde la niñez. Las estadísticas muestran que a nivel nacional el índice de analfabetismo es menor al 3% entre los jóvenes de 15 a 29 años. En cambio, el 25.3% de las personas entre 60 y 74 años y casi 37% de los que tienen más de 75, son analfabetas. El gobierno trabajó en que las nuevas generaciones aprendieran a leer en la niñez. No es culpa de este gobierno que los analfabetas no hayan ido a la escuela, mas sí es responsable de que aún no lean.

Según el INEGI, en Puebla la población analfabeta en 2005 alcanzaba 441 699 personas. Mientras 8 de cada 100 mexicanos no sabían leer, en Puebla eran 13 de cada 100. A nivel nacional, somos el octavo estado con mayor índice de analfabetismo del país. Quizás sea un problema del barrio en que vivimos: más de la mitad de los analfabetas se concentran en Veracruz, Estado de México, Chiapas, Puebla, Oaxaca y Guerrero. Todos son nuestros vecinos directos, excepto Chiapas.

El Gobierno del Estado ha anunciado que durante este sexenio alfabetizó a 26,700 personas y que otras 50 mil han terminado sus estudios de primaria y secundaria. También que la meta para 2010 es alfabetizar a otros 34 mil poblanos y reducir el analfabetismo en un 1%. Los avances en el estado nos ubicarían como máximo con un 11% de analfabetas.

La meta olvida dos factores: la cifra de analfabetos mantiene una tendencia a la baja por las muertes y por la migración de otros estados. Con dicha propensión, eventualmente se terminará el analfabetismo, aunque no será reducido por el trabajo, sino por el tiempo y la muerte. La mortandad podría generar el espejismo de que la gente ya sabe leer. Será cierto en el sentido de que ya no hay analfabetas, pero inhumano y falaz. Respecto a la migración, el porcentaje de analfabetas puede reducirse si sigue aumentando el número de migrantes que llegan a Puebla y que saben leer y escribir.

Hay dos caminos: esperar a que el impulso natural termine el analfabetismo o emprender una cruzada para que la gente que nunca ha escrito su nombre, pueda hacerlo. Hay un instituto encargado, sólo hay que exigirle que aumente sus intenciones y propósitos.

En otros países la discusión ha cambiado. Ahora ya se discute si el analfabetismo se refiere sólo a leer y escribir. Ya se habla de considerar iletrados a los que no terminaron la secundaria e incluso a los que no saben utilizar una computadora o internet. El club de los inventores aumenta los requisitos para pertenecer a su club.

Saber leer no es sólo el tatuaje de los científicos, también es una marca indeleble necesaria para poder salir de la pobreza. El invento para eliminar el analfabetismo no es esperar la muerte o la llegada de migrantes, sino ir ahora para que todos los poblanos puedan convertirse en inventores.

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