sábado, 30 de enero de 2010

El Columnista 300110


Mi colaboración de ayer en el periódico de Puebla El Columnista. __________________________________

Señales en el camino

Muchos guardias que no dan seguridad

A pesar de que en los pueblos de mis padres habían muchos ríos cerca, aprendí a nadar en una alberca. Siempre tuvieron miedo de que cometiera alguna imprudencia y el río me llevara. Hasta que aprendí a nadar, sólo me dejaron meter los pies. El miedo de mis padres era justificado. Un perfecto día de campo, cuyo objetivo es sólo convivir y pasarla bien, podía convertirse en una tragedia por falta de precaución.

Muchas veces me contaron sobre los turistas o personas ajenas al lugar (boy scouts, curas, extranjeros) que se ahogaron. A pesar de que las historias se siguen contando, estoy seguro que hoy ya podría meter más que mis pies. Actualmente en ambos pueblos, las autoridades municipales contratan a un lugareño que funge como Baywatch del río.

Esos baywatchs tienen poco trabajo. Los ríos no son tan peligrosos y la gente no es tan imprudente. Sin embargo, su presencia mejora el turismo, les permite salvar vidas y convierte tragedias familiares en llamadas de atención a los niños. Los baywatchs permiten disfrutar con más tranquilidad los momentos de diversión.

Conforme uno crece la diversión y las limitantes se vuelven distintas. A diferencia de cuando mis padres no me permitían entrar al río, la primera vez que entré a un antro donde vendían alcohol tenía menos de 15 años. No es que fuera promiscuo o me viera muy grande estando chico. La mayoría de mis compañeros de generación ya habían entrado.

La primera borrachera de muchos de mi generación fue en un antro y no en un bautizo, comida o casa vacía por un viaje de los padres. En los antros se podía entrar aun siendo menor de edad. La primera vez que me pidieron mi credencial de elector para entrar a un antro, tenía 21 años. No sé si fue una burla o un piropo.

Esta semana el país se conmocionó por el brutal ataque a Salvador Cabañas dentro de un bar. Si bien la prepotencia, el comportamiento de los borrachos y las discusiones escapan a toda regulación del estado, existen mecanismos que permiten reducir los riesgos de que ocurra un percance similar durante una noche de diversión.

Puebla es una de las ciudades con mejor vida nocturna del país. El costo de la diversión es relativamente bajo respecto al DF o Veracruz, la mayoría de los lugares se encuentran bien acondicionados, tienen buena música y en los últimos años ha aumentado la oferta. Dependiendo de si alguien quiere salir a bailar, ligar o festejar porque terminaron los exámenes, hay decenas de opciones. Sin embargo, la vida nocturna poblana también tiene mucha violencia dentro de los antros. Muchos no van a divertirse, sino a buscar conflicto. El mayor problema es que en muchos casos, la violencia proviene de los que están encargados de evitarla.

Existen muchas historias que han salido en los medios de comunicación. En abril de 2009 un joven resultó lesionado por un balazo en la zona de Valsequillo y hace unas semanas un grupo de guardias golpearon a varios jóvenes, incluida una mujer embarazada. En 2006, en un antro de Angelópolis un subgerente violó a una estudiante extranjera. En junio de 2009 hubo una gran pelea en un antro de los Sapos, ganada por los meseros y guardias del lugar. La agresión de 2008 en el Clássico es quizás el ejemplo más comentado, junto al botellazo a Antonio Carlos Santos y el asesinato del valet parking. En esta ciudad, de repente los baywatchs empezaron a arrojar a la gente al río.

Los lugares y sus vigilantes, en lugar de cerciorarse de que se cumplan las medidas para garantizar la seguridad de los clientes, prefieren abusar de una ridícula posición de poder. Cuando alguien no paga la cuenta, en vez de avisar a la policía se le golpea, como si los puños y la sangre produjeran dinero.

En toda sociedad civilizada, cualquier agresión, abuso o prepotencia de algún comensal no se solucionaría con la ley de la selva como se hace en Puebla. En Europa si alguien no tiene dinero para pagar o le falta el respeto a alguien, inmediatamente se le avisa a la policía. En una salida nocturna con un grupo de amigos europeos, sus rostros se atemorizaron cuando vieron a lo lejos el empujón de un guardia de seguridad a un joven que se encontraba muy borracho. El más radical empezó a hablar de derechos humanos y respeto a la dignidad humana. Por un momento recordé lo atrasada que está nuestra sociedad en algunos temas.

En octubre de 2009 la Profeco realizó una investigación sobre el respeto a los derechos del Consumidor en antros en la Ciudad de México. Entre 26 lugares seleccionados al azar -que curiosamente incluye al Bar Bar, donde agredieron a Cabañas- todos incumplieron algún apartado de la Ley Federal de Protección al Consumidor, ya sea por discriminación o condicionamiento a diversos factores. En ocasiones olvidamos que la exigencia del consumo mínimo, la botella por mesa, las promociones no anunciadas y la propina obligatoria son un abuso y una violación a la ley.

La solución más sencilla de los gobiernos para demostrar que los antros son seguros es clausurar a los que violan alguna disposición. Lamentablemente los operativos se agudizan cuando ocurre una tragedia y después el entusiasmo se diluye. Incluso el Código Reglamentario Municipal establece en su artículo 614 que debe notificarse a la autoridad de cualquier riña o escándalo registrado al interior de los establecimientos. A pesar de que cada semana hay golpes y no hay notificaciones, ningún antro es sancionado.

Una medida para garantizar el respeto a los clientes sería contar con mejores baywatchs. Hoy sólo se exige que los guardias en los antros no tengan antecedentes penales. Una capacitación sobre derechos de los clientes como requisito de contratación y un empadronamiento ante el Ayuntamiento permitiría reducir abusos, llevar un control estricto sobre el comportamiento de los guardias y no sería tan caro.

Actualmente, después de un abuso a un comensal los únicos que pueden ser sancionados son los antros y no los guardias. Habría que darle incentivos a los que cuidan la entrada para que también cuiden de los clientes. Si no, ante el cierre de cualquier antro los gerentes y guardias sólo deben buscar contratarse en otro. Hoy no hay castigo por golpear o discriminar a un cliente.

Los antros no tienen que verse como lugares perversos donde la gente va a emborracharse y agredirse. Son centros donde se va a convivir con los amigos y a pasar un buen momento de diversión. Hay que evitar las tragedias poniendo buenos baywatchs, como en los ríos de los pueblos.

jueves, 28 de enero de 2010

Villoro: fucho, polaca y narco

Durante mucho tiempo disfruté en exceso de los libros de García Márquez. Sin embargo, conforme avanzan las lecturas, paulatinamente mi escritor favorito se ha vuelto Juan Villoro. El mejor texto que se puede encontrar es aquel que conjugue dos grandes pasiones. Villoro engloba tres, narrando historias de política y futbol como si hablara de mitología griega. Su capacidad para poner ejemplos basados en flora, fauna y acontecimientos sociales, así como para introducir frases legendarias en sus párrafos es asombrosa. La mejor, o de la que más me acuerdo, es en la introducción de uno de sus libros: "Dios es redondo, pero casi nunca le va al Necaxa".

Sus ensayos son pausados pero intensos. Cada frase pareciera ser pensada y re pensada, una y otra vez hasta que se leyera, escuchara y entendiera perfecto. El mejor ejemplo es un ensayo que está en su blog sobre el Barcelona de Pep Guardiola. Cualquier aficionado al futbol agradece el texto, tanto como sonríe al ver a la máquina azulgrana golear al más despiadado rival. Este es el link

Una madrugada de junio del 2002 estaba en la tienda frente a la preparatoria preparándome para un examen final. La historia es algo falsa. La verdad tenía un libro en la mano mientras veía la televisión. México se enfrentaba a Italia en el último partido de la ronda de grupos en el mundial de Corea. El gol de Borgetti fue asombroso, aunqeue la verdad pocos lo vimos con detenimiento. Cuando Cuauhtémoc Blanco centró el balón, la mayoría nos volteamos para reclamar. El imbécil jorobado había mandado un pase hacia la nada a nuestro delantero que no podía hacer un gol imposible. Cuando nos dimos cuenta de nuestro error, la papelería estalló eufórica. Todos nos abrazamos, gritando y celebrando por la jugada imposible de nuestros delanteros tercermundistas. Ese es el único gol que me ha hecho emocionarme dos veces. Cuando en abril de 2009, leí un relato de Villoro sobre ese gol, me sentí nuevamente en la papelería de la preparatoria, preparándome para un examen y viendo un gol que se antojaba imposible.

El Gol Calvo

El gol calvo por excelencia fue anotado por Uwe Seller en el Mundial de México 70. El alemán remató sin ver y con perfecta puntería, como sólo puede hacerlo quien lleva la frente en todo el cráneo. Ciertos jugadores se ven favorecidos por la pérdida de pelo. Otros se afeitan al modo de Ronaldo, como gladiadores de una edad futura. Jared Borgetti es el mejor cabeceador en la historia del futbol mexicano. Tal vez por eso lleva el corte brevísimo y cruel del ejército o el orfelinato, y cuando anota sonríe con la exultante libertad del prófugo. Las complicaciones de Jared no pasan de su nombre; no se trasquila para parecerse al Dalai Lama o tener look de alienígena, sino para practicar el remate patentado por Seller, atributo de las cabezas que castigan bien sus pelos.

Durante años, Borgetti fue una inmensa gloria municipal. Reinventó el arte de cabecear en el ardiente estadio de Torreón, pero desmerecía lejos de casa, como si las canchas extranjeras tuvieran la enrarecida gravedad de Marte.

Desde que Javier Aguirre impuso un orden admirable, la selección mexicana demostró que podía luchar con eficacia sin aspirar a la magia. Un grupo modesto y entregado, donde Jared anotaba a veces y sin gran alarde. Sólo las espinilleras con la Virgen de Guadalupe delataban que el equipo creía en los milagros.

Finalmente, en el minuto 34 del partido contra Italia, Borgetti rompió el maleficio de una selección en pecado de normalidad. El delantero recibió un centro bien temperado de Cuauhtémoc Blanco, con el inconveniente de que debía cabecear de espaldas, con un defensa pegado al cuerpo. En 32 años nadie había emulado en un Mundial la proeza de Uwe Seller. El portero Buffon estaba atento a todo lo que fuera posible. No podía saber que Borgetti iba a saltar como si estuviera en el desierto de Torreón ni que giraría su cráneo de pelón de hospicio para anotar el gol que nosotros veíamos y él sólo podía soñar. Los guardametas dan realce a ciertos goles con sus estiradas. Ante el remate inverosímil, suelen quedarse de piedra. Buffon apenas hizo por la pelota. Acaso su papel en la jugada no fuera otro que estar ahí, enviado por el destino para recordar la sentencia de su tocayo el clásico: 'el estilo es el hombre'.

O lo que es lo mismo: hay goles que sólo se pueden anotar con la cabeza rapada

Hoy Juan Villoro ganó el premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España, con su ensayo "La Alfombra roja, el imperio del narcoterrorismo". Me costó mucho trabajo encontrarlo en Internet, pero lo reproduzco de forma íntegra. Sólo por si alguien más disfruta de su prosa tanto como yo. Muchas, muchas, muchas felicidades a ese gran escritor.

La alfombra roja del terror narco


El escritor mexicano Juan Villoro describe cómo el narcoterrorismo se ha instalado en su país –y con qué tremenda puesta en escena lo hace–, al punto de borrar la inútil barrera que pretendía separar las rutinas de "ellos" de las "nuestras".
Por: Juan Villoro

De acuerdo con el axioma de Andy Warhol, en el futuro todo mundo será célebre durante 15 minutos. Esta utopía de la dicha tiene sentido en una sociedad del espectáculo. La cultura política mexicana prestigia la felicidad del modo opuesto: lo importante no es lo que se ve, sino lo que se oculta. Un destino logrado no desemboca en la celebridad; se cumple en secreto. La utopía mexicana ha consistido en disponer de 15 minutos de impunidad. Durante 71 años (1929-2000), el PRI gobernó sin perder ni ganar elecciones democráticas. Se perpetuó a través de una rotación de camarillas que confundían lo público y lo privado, y renovaban esperanzas similares a las de los concursos de feria: "Si ahora no te fue bien, el próximo gobierno de la Revolución te hará justicia".

Ajeno a la transparencia y la rendición de cuentas, el modo mexicano de gobernar transformó el lenguaje con una gramática de sombra. La política se rebautizó como la "tenebra" y los arreglos importantes se hicieron en lo "oscurito". La llegada de la luz resultaba peligrosa; el conspirador debía actuar al cobijo de la nocturnidad y "madrugar" a su adversario. En su novela La sombra del caudillo (impecable retrato de los generales revolucionarios convertidos en políticos en los años veinte), escribió Martín Luis Guzmán: "El que primero dispara, primero mata. Pues bien, la política de México, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar". Oficio de tinieblas, el ejercicio del poder dependió durante casi un siglo del valor político de lo inescrutable.

Terminado el monopolio del PRI, los códigos de la impunidad se disolvieron sin ser sustituidos por otros. ¡Bienvenidos a la década del caos! A ocho años de la alternancia democrática, México es un país de sangre y plomo. El predominio de la violencia ha disuelto formas de relación y protocolos asentados desde hacía mucho tiempo. Los medios de comunicación ampliaron su margen de libertad, pero trabajan en un entorno donde decir la verdad es progresivamente peligroso. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México ha superado a Irak en número de secuestros y asesinatos de periodistas. En este nuevo escenario, los sucesos se confunden con simulacros. Un ambiente de naufragio donde la ausencia de principios se disfraza de pragmatismo o medida de emergencia. Los trueques son los de una mascarada: el clero apoya al PAN en Jalisco y recibe a cambio una limosna inmoderada; el sindicato de trabajadores de la educación (el más grande de América Latina) ofrece más de un millón de votos a Felipe Calderón y obtiene puestos en áreas de gobierno tan decisivas como la seguridad nacional; los monopolios hacen una guerra sucia en los medios durante la campaña presidencial de 2006, presentando al candidato de la izquierda como "un peligro para México", y reciben un trato que elimina la competencia. Al modo de los Cuatro Fantásticos, los Poderes Fácticos gobiernan en la sombra. La impunidad no desapareció cuando el PRI perdió la presidencia; se dispersó en medio del desconcierto. Esto ha traído una extraña nostalgia del autoritarismo del Partido Oficial, que "al menos sabía robar".

En la hermética tradición de la política mexicana, los protagonistas salían de escena y morían sin hacer revelaciones ni dejar diarios comprometedores. Nada tenía mayor peso que el secreto ni mayor jerarquía que los gestos. La misión del periodista consistía en descifrar signos esotéricos. Cada ademán era estudiado como un lance taurino o una pose de teatro kabuki: si el presidente estaba de buen humor, pedía huevos rancheros en su desayuno del lunes; si llegaba a los frijoles refritos sin dirigirle la palabra a su secretario de Gobernación, el cambio de gabinete era inminente. La gastronomía política sigue hoy un curso muy distinto. Estamos ante un bufet donde todos se arrebatan los platos, gritan a la vez y se llevan las sobras en un tupper-ware.

La crisis de gobernabilidad tiene como correlato una crisis de los mensajes. El Ejecutivo es ya incapaz de determinar la agenda de la información. Si durante siete décadas declarar fue más importante que gobernar (el bienestar como promesa que no admitía refutación), ahora el presidente aparece en las noticias durante unos segundos entre dos asesinatos, un parpadeo oficial en medio de la metralla. En este contexto, el crimen organizado ofrece la nueva simbología dominante. El narcotráfico suele golpear dos veces: en el mundo de los hechos y en las noticias donde rara vez encuentra un discurso oponente. La televisión acrecienta el horror al difundir en close-up y cámara lenta crímenes con diseño "de autor". Es posible distinguir las "firmas" de los cárteles: unos decapitan, otros cortan la lengua, otros dejan a los muertos en el maletero del automóvil, otros los envuelven en mantas. A veces, los criminales graban sus ejecuciones y envían videos a los medios o los suben a YouTube después de someterlos a una cuidadosa posproducción. La mediósfera es el duty-free del narco, la zona donde el ultraje cometido en la realidad se convierte en un "infomertial" del terror.

Los cárteles aplican la legislación de la sangre descrita por Kafka en "La colonia penitenciaria". La víctima ignora su sentencia: "Sería absurdo hacérsela saber puesto que va a aprenderla sobre su cuerpo". El narco se apoya en el discurso de la crueldad (cruor: "sangre que corre") donde las heridas trazan una condena para la víctima y una amenaza para los testigos. El jus sangui del narco depende de una inversión kafkiana de los episodios legales; la sentencia no es el fin sino el comienzo de un proceso; el anuncio de que otros podrán ser llamados a "juicio". "Si no haces correr la sangre, la ley no es descifrable", escribe Lyotard a propósito de "La colonia penitenciaria". Tal es el lema implícito del crimen organizado. Su discurso es perfectamente descifrable. En cambio, la otra ley, la "nuestra", se ha difuminado.

La narcocultura amplió su radio de influencia a través de los narcocorridos, muchas veces pagados por los propios protagonistas. En la confusión ambiente, los trovadores vinculados al crimen gozan del dudoso prestigio de lo ilegal que reclama un carisma a contrapelo y se somete a la "moral del pueblo". Aunque suene curioso o divertido o folclórico cantar las peripecias de quienes llevan "hierba mala" al otro lado, los narcocorridos pertenecen a un sector que mueve el 10% de la economía (lo mismo que el petróleo) y causa decenas de asesinatos al día. Tomados como documentos del hampa, son reveladores. Lo extraño es que han ganado espacio en las estaciones que transmiten música popular y aun en las antologías de literatura. En nombre de un incierto multiculturalismo, hace un par de años un grupo de escritores protestó porque dos narcocorridos fueron suprimidos de un libro de texto. En su queja pasaron por alto que esas letras no se estudiaban en una clase sobre problemas de México, sino sobre literatura, sustituyendo a Amado Nervo o Ramón López Velarde. El narco ha contado con la anuencia de las estaciones de radio a las que amenaza o subvenciona (términos rigurosamente intercambiables) y con la empatía antropológica de quienes sobreinterpretan el delito como una forma de la tradición.

De acuerdo con J. G. Ballard, "El 'hecho' capital del siglo XX es la aparición del concepto de posibilidad ilimitada. Este predicado de la ciencia y la tecnología implica la noción de una moratoria del pasado (el pasado ya no es pertinente, y tal vez esté muerto) y las ilimitadas posibilidades accesibles en el presente". La técnica permite una gratificación instantánea de los deseos y altera las costumbres. Las redes de distribución del consumo y los inventos progresivamente baratos hicieron que el siglo XX desembocara en la impulsividad recreativa, donde la satisfacción es tan inmediata que resulta irónico que los Rolling Stones canten "I can get no satisfaction". En la época de los placeres programados, la insatisfacción es una queja malévola o el peculiar anhelo del dandy.

La descarada tendencia de la época a la satisfacción exprés se ha aliado en México con la impunidad. El mundo narco, la supremacía del presente se cumple a través de un ménage à trois del dinero rápido, la alta tecnología delictiva y el dominio del secreto. El pasado y el futuro, los valores de la tradición y las esperanzas planeadas, carecen de sentido en ese territorio. Sólo existe el aquí y el ahora: la ocasión propicia, el emporio del capricho donde puedes tener cinco esposas, comprar a un sicario por mil dólares y a un juez por el doble, vivir al margen del gusto y de la norma, entre el colorido horror de las camisas de Versace, jirafas de oro macizo, un reloj que da la hora por 300 mil dólares, botas de avestruz azul turquesa. La gratificación de lo ilimitado a la que aspiran los nuevos modos de comportamiento adquiere en el relato del crimen el amparo de lo oscuro: 15 minutos de impunidad para cualquiera.

Como han documentado Luis Astorga y Renato González Valdés, el narcotráfico era hace cincuenta años un tema regional ubicable en el noroeste de México. Hoy en día involucra los flujos del dinero planetario. La reacción psicológica ante una amenaza que crece y riega dinero ha sido darle la espalda, relegarla al espacio sin luz donde sólo existe el presente. El narcotráfico ha ganado batallas culturales e informativas en una sociedad que se ha protegido del problema con el recurso de la negación: "los sicarios se matan entre sí". Más que una rutina aceptada o una indiferente banalización del mal, las noticias del hampa han producido un efecto de distanciamiento. Siempre se trata de desconocidos, gente lejana o rara, que sabrá por qué la degüellan. Cada mañana los periódicos publican un rojo marcador: los 12 decapitados de ayer en Yucatán son relevados por los 24 ejecutados de hoy en el parque nacional de La Marquesa. Sin embargo, el instinto de supervivencia ha llevado a aislar mentalmente las zonas de violencia. Mientras los que se aniquilen sean "ellos", estaremos a salvo.

El narco ha sido durante demasiado tiempo el "expediente equis", la realidad paralela, la dimensión desconocida, el hoyo negro. Julio Scherer García, decano del periodismo independiente en México, acaba de publicar un libro revelador: La reina del Pacífico. Durante meses, Scherer visitó a Sandra Avila en el penal donde se encuentra desde el 28 de setiembre de 2007. Presentada ante los medios como si fuese "La Reina del Sur", el personaje de Arturo Pérez Reverte, Avila tiene todo lo necesario para cautivar al ojo público. Es una mujer hermosa, fuerte, desafiante, capturada por un mandatario débil, que se fracturó al caer de una bicicleta (un accidente de kindergarten), disminuido por los uniformes que le gusta lucir (en su cuerpo, todos parecen talla XL). La Reina llegó como una presa irresistible para un presidente de pie pequeño. Su exhibición forma parte de una estrategia de propaganda que no logra mitigar los duros impactos del narcotráfico.

De acuerdo con lo que le dice a Scherer, la participación de Avila en el delito ha sido menos directa y en cierta forma más alarmante de lo que sugieren sus captores. A sus 44 años, no ha conocido otra vida que el narcotráfico. Habla de ese medio como Sofía Coppola podría hablar del cine. Ha frecuentado a todos los capos de interés, fue secuestrada por un novio delincuente, contrajo dos matrimonios con narcos (uno de ellos era un comandante corrompido), padeció el secuestro de su hijo adolescente, ha visto morir gente a sus pies, ha tenido todas las fiestas, todas las alhajas, todos los coches, todas las mansiones que sólo se habitan por un par de semanas, todo exceso adquirible en riguroso efectivo. Durante 44 años vivió en una región aparte, como los participantes del proyecto Biósfera 2000.

Javier Marías, ha comentado que la serie Los Soprano depende de mostrar la vida privada de los gángsters y permitir un acceso insólito –un pase hacia dentro sin riesgo de muerte– a la zona donde los mafiosos son como nosotros y tienen problemas con la escuela de sus hijos. Desde su propia perspectiva, el narco depende de eliminar el afuera y asimilar todo a su vida privada: comprar el fraccionamiento entero, el country, el estadio de fútbol, la delegación de policía, la burbuja que puede habitar Sandra Avila. En este Second Life de la vida real no hay que fingir ni que ocultarse porque los espectadores ya han sido comprados.

La Reina del Pacífico no parece la estratega del mal que le urge al presidente, sino algo más común y terrible: la consorte del ultraje. Ha vivido una vida plena y completa sin pasar un momento por la legalidad. Lo más asombroso no es su jerarquía en el delito, sino que haya cumplido con "normalidad" todos los protocolos de la subcultura en que nació (su única queja es no haber sido hombre para tener mayor protagonismo). De niña a viuda, ha tenido una trayectoria que se lee como un camino de superación personal que hace años era exclusivo de Sinaloa, sede del cártel del Pacífico, y ahora pertenece al país entero, una lógica donde ningún derroche es desperdiciable. Si alguien considera que un artificio llamado Rolex Oyster Perpetual Date tiene suficientes nombres para satisfacer a la Reina, se equivoca. Sandra Avila tenía 179 joyas de ese tipo. Estos excesos de caja fuerte se complementan con el dispendio de armamento. Después de un crimen, los sicarios abandonan 15 ó 17 ametralladoras AK-47, muestra de que su arsenal no tiene fondo.

La teatralidad del narco depende de las balas y la tortura, pero también del desperdicio de armamento y del disfraz, que permite ser miembro transitorio de cualquier cuerpo policíaco. Los cárteles se han infiltrado de tal modo en el poder judicial que no sorprende que cuenten con todo tipo de uniformes reglamentarios. Lo raro es que la policía, cómplice del delito, lleve uniforme.

Ajeno a la noción de frontera, el narcotráfico pasa con fluidez de la vida privada a las regiones, cada vez más remotas, de la vida civil que aún no ha comprado. En su inserción en el dominio público, el capo no requiere de más pasaporte que un apodo; puede asumir un sobrenombre de teodicea (el Señor de los Cielos), ranchería (Don Neto) o dibujos animados (el Azul). Los más temibles son los que insinúan una coquetería femenina que los hechos refutan con fiereza: la Barbie, el Ceja Güera. Como los superhéroes, los narcos carecen de currículum; sólo tienen leyenda. Desconocemos a sus pares en los Estados Unidos. En México son ubicuos e intangibles. Lo mismo da que se encuentren en un presidio de máxima seguridad o en una mansión con jacuzzi, pues no dejan de operar. La negación de la violencia ha dado paso a un temor muy informado. Para certificar que los capos son los "otros", seres casi extraterrestres, memorizamos sus exóticos alias e inventariamos sus dietas de corazón de jaguar con pólvora y cocaína. Sin embargo, el rango de operación del narco creció en tal forma que cada vez cuesta más concebirlo como una remota extravagancia nacional. Los Soprano es ya el reality show que ofrecen los vecinos.

El paisaje ha cambiado con las inversiones del dinero ilícito. Cualquier ciudad mexicana dispone de suficientes locaciones para filmar la muerte de un capo o de un comandante. Ahí está el restaurante ideal, un château de plástico y neón donde meseras en minifalda sirven costillas de brontosaurio, junto a una concesionaria de Mercedes Benz y un hotel que semeja una mezquita con cúpulas de plexiglas. En ciudades como Torreón o Mérida, que tenían fama de tranquilas porque se presumía que los narcos tenían ahí su residencia y no las usaban para "trabajar", también hubo ajusticiamientos. En la nueva atmósfera del miedo, diez mil empresas ofrecen servicios de seguridad y tres mil personas se han injertado un chip bajo la piel para ser detectados por radar en caso de secuestro.

La estrategia defensiva de no mirar o de asumir que los atracos ocurren lejos, en un parque temático del ajuste de cuentas para el que por suerte no tenemos entradas, se ha venido abajo. El 15 de setiembre, día de la fiesta de Independencia, dos granadas fueron lanzadas contra una indefensa multitud en la plaza de Morelia. El atentado coincidió con otro, virtual: los habitantes de Villahermosa recibieron correos electrónicos que los señalaban como candidatos al secuestro.

El presidente Calderón pasó por elecciones muy impugnadas que dividieron al país. Para realzar su fuerza, ordenó que el ejército patrullara el país. Este anuncio de que la confrontación era posible, provocó que los cárteles combatieran entre sí y ejecutaran policías. Mientras los cadáveres aparecían en carreteras y cañadas, no se investigaron redes de financiamiento ni se detuvo a cómplices del crimen en el gobierno. El último alto funcionario arrestado por tratos con las mafias fue Mario Villanueva, gobernador de Quintana Roo, investigado en tiempos de Ernesto Zedillo, último presidente del PRI. Los dos gobiernos de la alternancia democrática han sido incapaces de investigarse a sí mismos y detectar los pactos que permiten que prospere el narcotráfico.

Hemos llegado a una nueva gramática del espanto: enfrentamos una guerra difusa, deslocalizada, sin nociones de "frente" y "retaguardia", donde ni siquiera podemos definir los bandos. Resulta imposible determinar quién pertenece a la policía y quién es un infiltrado.El trato con el crimen ha derivado en un decisivo desplazamiento simbólico. Si durante décadas nos protegimos de la violencia pensándola como algo ajeno, ahora su influjo es cada vez más próximo.

Desde el arte, la instaladora Rosa María Robles anticipó esta resignificación del miedo. Su exposición Navajas, exhibida en Culiacán en 2007, incluyó la pieza "Alfombra roja", que no se refería a la pasarela donde los ricos y famosos desfilan rumbo a la utopía de Andy Warhol, sino a las mantas de los "encobijados", teñidas con sangre de las víctimas, la "colonia penitenciaria" que entre enero y octubre de 2008 cobró cerca de tres mil víctimas. El momento irrepetible del crimen y las posibilidades ilimitadas del narcotráfico adquieren en esta pieza otro sentido. La sangre pasa al tiempo lineal, al suelo común donde la vida es tocada por el crimen. Robles logró hacerse de ocho mantas en una bodega de la policía. Con ellas creó su "Alfombra roja". Llevadas a una galería, se convirtieron en un dramático ready-made. Duchamp pactaba con James Ellroy: el "objeto hallado" como prueba del delito. Robles puso en escena la impunidad por partida doble: mostró un crimen no resuelto y comprobó lo fácil que es penetrar en el sistema judicial y apropiarse de objetos que deberían estar vigilados.

Navajas dio lugar a una polémica sobre la pertinencia de reciclar objetos periciales. Sin embargo, el verdadero impacto de la obra fue otro: en la galería, las mantas brindaban una prueba muy superior a la que brindaron en la morgue. Después de algunas discusiones, "Alfombra roja" fue retirada. Entonces Rosa María Robles tiñó una cobija con su propia sangre. El gesto define con acucioso dramatismo la hora mexicana. Todos tenemos méritos para pisar esa alfombra. De manera simultánea, el terror se ha vuelto más difuso y más próximo. Antes podíamos pensar que la sangre derramada era de "ellos". Ahora es nuestra.

sábado, 23 de enero de 2010

El Columnista 220110


Mi colaboración de ayer en El Columnista. En el informe del gobernador de Puebla el número de alumnos es menor a la cantidad de becas otorgadas. ______________________________

Señales en el camino

Un mal informe con más becas que alumnos

En una democracia plena los informes de gobierno serían un gran mecanismo de rendición de cuentas. Una vez al año el gobernante en turno presentaría por qué la entidad o el país son mejores que el año anterior. Sin embargo, en México los informes se han convertido en instrumentos de presunción, donde el informador sólo hace gala de su poder.

En el Reino Unido periódicamente el Primer Ministro acude al Parlamento a debatir sobre algún tema específico. Las discusiones y debates son intensos. Cada uno de los ministros destroza las ideas y políticas del gobernante, poniendo su gestión al escrutinio público. El Primer Ministro debe defenderse argumentado las razones por las que tomó determinadas decisiones. Al final, el triunfador es aquel que tiene los mejores argumentos.

Lamentablemente, en los informes de gobierno mexicanos se grita o se guarda silencio, pero no se discute ni se analiza. Muchos diputados federales de oposición no entendieron que la mejor fórmula para dejar en ridículo al presidente era exhibir los errores con argumentos e información verídica. En su lugar, prefirieron vestirse de payasos, llevar mantas y gritar consignas. No debatieron como en el Reino Unido, sino que prefirieron hablar solos.

La semana pasada el gobernador del Estado rindió su quinto informe de gobierno. Si bien no hubo payasos en el Congreso, los mudos desaprovecharon la oportunidad de exhibir las fallas. Los medios se encargaron de escribir sobre los mensajes, las claves, los invitados y la trascendencia del evento. Sin embargo, no he encontrado ningún análisis sobre el contenido mismo del informe. En lugar de evaluar la gestión del gobernador por lo que él mismo declara que ha hecho, las críticas se han enfocado en el color de su corbata, el orden de sus invitados o las mantas afuera del Congreso.

El V informe del gobernador está disponible en Internet. Esto es una buena señal, ya que permite a cualquier ciudadano revisarlo sin hacer grandes filas ni presentarse en una oficina de gobierno. La presentación es amigable, aunque su orden deja mucho que desear. Está dividido en cinco ejes de gestión, los cuales se traslapan entre sí y provocan que el reporte de algunas acciones se repita en varias ocasiones. El informe cuenta con 472 páginas.

A pesar de estar en Internet, el informe estuvo pensado para que nadie lo leyera. La extensión es ridícula y algunos términos abstractos como calidad de vida o justicia se repiten hasta tres veces en un mismo párrafo y veinte en una misma página.

Si la información que apareciera en el Informe fuera valiosa o al menos estuviera bien ordenada, no importaría que tuviera mil o tres mil páginas. Sin embargo, el Informe casi reporta hasta el clip que sujetó la hoja en la que se estampó una firma para empezar un programa. Se informa, por ejemplo, que los funcionarios realizaron mil 74 visitas para atender peticiones en el interior del estado; que se apostillaron 7 mil documentos; que se realizó un evento conmemorativo del Día de Reyes Magos con globos y un desfile; que se imprimieron 10 mil trípticos y se enviaron cientos de correos electrónicos para promocionar una feria; que se crearon varios edificios y se remodelaron instalaciones para combatir el crimen, o que se adquirieron 100 ejemplares y 10 discos compactos de un libro que promueve la equidad de género. El texto menciona sólo los productos y no los resultados agregados de todas las acciones de gobierno.

El informe omite mencionar si la remodelación de los edificios redujo el crimen, si las peticiones fueron atendidas o cuestiones aún más relevantes sobre el desempeño gubernamental. El punto central de un buen debate democrático sería no sólo si los trípticos, los libros, el desfile y los globos fueron adquiridos o realizados, sino si el procedimiento fue el idóneo, tanto en costo como en beneficio para la sociedad. ¿El precio que paga el gobierno por los trípticos o es mejor que el pagado en otros estados por el mismo servicio? ¿Los libros fueron consultados por quienes los compraron? ¿Nuestros funcionarios están mejor preparados que en Chiapas o Veracruz? Ninguna de las preguntas relevantes es contestada.

El desorden dificulta sólo buscar algún dato específico para la evaluación. El eje 3 de Competitividad y Progreso, por ejemplo, mezcla el apoyo al campo con el mantenimiento a carreteras y el presupuesto de la Secretaría de Finanzas. Los temas no son excluyentes entre sí pero les falta un hilo conductor.

Por otra parte, algunas acciones se presentan como grandes logros, pero al no estar contextualizadas es imposible evaluar si se realizó un buen trabajo. Por ejemplo, ese mismo apartado dice: “generamos las condiciones necesarias para atraer inversiones privadas por 4 mil 497 millones de pesos (…) las cuales generaron 3 mil 213 empleos”. El dato por si mismo es insuficiente, ya que no se establece si hubo un avance o retroceso en el monto de la inversión.

Lo más preocupante es que algunas cifras no cuadran, como en el reporte de los pisos firmes. Un párrafo dice que se realizaron: “20 mil 409 acciones de piso y 12 mil 633 de techo en 132 municipios”. Sin embargo, más abajo se reporta que se construyeron “153 mil 954 Pisos Dignos (…) con una inversión de 262 millones 252 mil pesos”. Entre 20 mil y 153 mil hay una gran diferencia que debería ser explicada de manera puntual.

El dato inconsistente más preocupante aparece en la parte de educación. El informe reporta que se otorgaron 2 millones 312 mil becas en Puebla durante el año pasado. Sin embargo, de acuerdo con la Secretaría de Educación Pública federal, al inicio del ciclo 2007-2008 en todo el estado había sólo 1 millón 790 mil alumnos inscritos, desde el nivel preescolar hasta posgrados. El número de becas otorgadas sobrepasa la cantidad de estudiantes del Estado en escuelas públicas y privadas por casi medio millón de personas, doce veces el Estadio Cuauhtémoc lleno.

Existen varias posibles explicaciones ante el hecho de que hay más becas que alumnos: 1) todos los estudiantes poblanos -desde primero de kínder hasta posgrado- cuentan con una beca e incluso a algunos tienen dos o tres; 2) las cifras están infladas para decir que un secretario hizo más de lo que realmente trabajó; 3) existe corrupción y el dinero de ciertas becas termina en el bolsillo de algún funcionario ó 4) hubo un error al momento de reportar los datos. Ante la inexistencia de un padrón de beneficiarios y otros mecanismos más importantes de rendición de cuentas que el mismo Informe, no puede comprobarse la realidad o falsedad de cualquiera de estas hipótesis.

El dilema más grave de estas diferencias quizás no sea que las cifras no cuadren, sino que ni los ciudadanos, ni los medios, ni la oposición se han dado cuenta de que el informe es incompleto y que en Puebla existen más becados que estudiantes.



domingo, 17 de enero de 2010

El Columnista 15012010


Mi colaboración de ayer en el periódico El Columnista

Señales en el camino

Mucho riesgo nula información

Durante la época de mayor alarma por las exhalaciones de ceniza del Popocatépetl, perdíamos muchas horas de clase en simulacros. No era para menos. El volcán y su ceniza eran casi omnipresentes. En las mañanas acostumbrábamos dejar las mochilas en el lugar donde nos tocaba formarnos para entrar a clases. En menos de diez minutos, las mochilas estaban cubiertas por una blanca ceniza. Los poblanos estamos acostumbrados a vivir rodeados de eventuales tragedias, desde muy pequeños sabemos que en esta zona la tierra se mueve y un volcán nos vigila.

Esta semana el mundo se conmocionó por un terremoto en el país más pobre de la región. Haití ha sido casi desde su fundación un territorio con recursos, infraestructura y gobiernos muy pobres. Mario Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo habla sobre el dictador Rafael Trujillo de República Dominicana, país vecino de Haití. Cada vez que menciona a este último territorio, refiere –sin ningún afán de alabanza- que gracias a Trujillo, Dominicana no es más la isla llena de pobreza y sin futuro que desde siempre ha sido Haití.

Aún no existe un cálculo específico para el número de muertes ocasionadas por el terremoto en Haití. La tragedia aparte de humana es económica y hasta simbólica. En minutos algunos de sus edificios más emblemáticos desaparecieron. Como si mañana la Catedral, los Fuertes de Loreto y Guadalupe o el Estadio fueran destrozados por un sismo. A pesar de que la ciencia aún no puede prever con exactitud y tiempo de antelación el lugar e instante en que ocurrirá un sismo, sí existen medidas que permiten reducir al mínimo los daños.

Desde hace varios sexenios México ha sido ejemplo en cuestiones de protección civil. Después del terremoto de 1986 se creó el Sistema Nacional de Protección Civil, el cual permite brindar apoyo inmediato ante desastres, no sólo en cuestión logística sino también para permitir una rápida recuperación económica. El Fondo de Desastres Naturales (FONDEN) opera para facilitar esta recuperación después de sismos, erupciones volcánicas, deslaves, lluvias, huracanes o maremotos.

En nuestro estado, los últimos años los desastres naturales han causado mayores estragos en el interior. En 2005 Segob emitió declaratorias de emergencia en 28 municipios poblanos que se vieron afectados por las lluvias provocadas por el huracán Stan, mientras en 2007 hubo declaraciones similares por el Huracán Dean en 74 municipios. Si bien todo ha vuelto a la normalidad después de la tragedia, aún queda la duda de si los estragos pudieron ser menores.

El gobierno estatal presenta nula información a los poblanos en materia de Protección civil. No es posible encontrar referencias en línea sobre los lugares de mayor riesgo ni sobre las medidas se pueden tomar ante alguna emergencia. En cambio en otras entidades como Veracruz, Yucatán y el DF existen Secretarías de Protección Civil.

En Puebla, la página del Gobierno del Estado sobre este tema fue actualizada por última vez en junio de 2009, como si la temporada de frío que tenemos actualmente no tuviera el potencial de cobrar vidas. La poca información que contiene el sitio es, en el mejor de los casos, incompleta. En el apartado: Protección Civil infantil aparece una liga que seguramente no le servirá a ningún niño poblano: "Alerta, maremoto, tsunami". Aunque el link no lleva a ningún lado, el riesgo de un tsunami en un estado donde no hay mar parece una burla. Esa misma sección contiene un documento poco didáctico y con términos que pocos niños pueden entender como antrópico o multisectorial. Por último, aparecen tres links de organismos de otros estados, que no son ni los más cercanos ni los que cuentan con información más actualizada: Baja California, Yucatán y Sonora. Pareciera que la información en el sitio es sólo para poner algo y no para incluir material que pueda salvar vidas.

Un factor indispensable para que las medidas de protección sean eficaces es la participación de los ciudadanos, la cual requiere de información detallada no sólo sobre cómo actuar ante una emergencia sino también sobre los factores de riesgos. La Ley del Sistema Estatal de Protección Civil contempla la realización y actualización del Atlas de Riesgos del Estado. Por otra parte, el Plan Estatal de Desarrollo de esta administración puso como la primera de sus líneas de acción en el apartado de Protección civil: “Elaborar el Atlas de Riesgos en el estado”. El interés es mucho, aunque sólo a través de palabras.

Durante el año pasado varias veces se anunció que se estaba trabajando en la elaboración de un Atlas de Riesgos. Incluso de acuerdo al Segundo Informe de Gobierno (de hace tres años), a esa fecha se habían elaborado "cuatro Atlas de Riesgos de las regiones Norte, Nororiental, Serdán, y Tehuacán y Sierra Negra". En la página de Internet del Fondo de Prevención de Desastres Naturales de la SEGOB federal aparece que en 2008, el Servicio Geológico Mexicano recibió 4 millones 600 mil pesos para la elaboración de un Atlas de Peligros del Estado de Puebla. Sin embargo, dicho Atlas no pudo encontrarse ni en los sitios del gobierno del Estado, ni en el Servicio Geológico mexicano, ni en el Sistema Nacional de Protección Civil.

De existir el Atlas, seguramente está en el escritorio de algún funcionario, a pesar de que su difusión puede salvar vidas o evitar tragedias. En ciertos lugares de la Sierra Norte los deslaves no ocurren sólo por las fuertes lluvias, sino también por la deforestación. Un buen Atlas permitiría a todos identificar no sólo que algunas zonas son húmedas, sino las características físicas exactas de cada cerro y la composición de su suelo.

Afortunadamente el caso estatal no permea en toda la región. El municipio de Puebla tiene en su página de Internet un completo Atlas de Riesgos realizado el año pasado. En este se puede encontrar un panorama sobre todas las colonias y sus grados de riesgo ante diversos fenómenos naturales. Por ejemplo, el Atlas permite saber que el suelo del Barrio de Analco está compuesto por depósitos de río y que ello lo sitúa como una zona con peligro muy alto en caso de sismo, mientras que en la Zona Habitacional de La Margarita el riesgo por este fenómeno natural es bajo. Esta información permite eventualmente prever el tipo de construcciones que se pueden realizar, así como da información para que los ciudadanos tomen decisiones al momento de adquirir un patrimonio.

La protección civil necesita de todos los involucrados. Los primeros interesados en salvar la vida son los mismos ciudadanos. Si bien todos estábamos contentos de perder clases por simulacros, esos ensayos eventualmente pudieron salvar varias vidas.Un gobierno que no tiene información sobre los riesgos es ineficaz y un gobierno que tiene la información pero la oculta no demuestra estar preocupado por la vida de sus habitantes.

sábado, 9 de enero de 2010

El Columnista 080110


Después de unas semanas de descanso, esta es mi colaboración de ayer en el periódico El Columnista
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Señales en el camino


Mucha policía local poco capacitada


Antes de entrar a la universidad pertenecí por varios años a un grupo misionero. Durante las temporadas vacacionales vivía una semana en comunidades con alto grado de marginación. En ocasiones regreso para saludar o festejar. Los años no han evitado que varios compañeros hayamos sido invitados a bodas, bautizos o graduaciones de la misma gente del pueblo.

En una ocasión, me encontré a uno de los novios de la primera boda a la que fui invitado. Estaba en la cabecera del municipio y ya no iba vestido de traje para casarse con la mujer de su vida. La cosecha había bajado drásticamente en la comunidad y el campo no alcanzaba para mantener a su nueva y agrandada familia. Me platicó que un día fue al palacio municipal a pedir ayuda. Vieron que era fuerte y un poco más alto que el promedio de la región, por lo que le dieron un arma y lo nombraron uno de los cuatro policías que cuidarían el municipio.

La mayoría de los niños juegan a ser policías para combatir al crimen. Sin embargo, en la vida real mexicana, la policía es un camino para salir de la pobreza. La pertenencia a los cuerpos de seguridad no es un reflejo del anhelo de una sociedad más justa, sino un mecanismo de movilidad social para aquellos a los que el Estado no pudo educar ni darles oportunidades.

En México cada nivel de gobierno cuenta con un cuerpo de seguridad independiente enfocado en combatir determinados tipos de delitos. La guerra contra el narcotráfico ha traído consigo acusaciones del gobierno federal a los municipios sobre la poca profesionalización de sus cuerpos de seguridad. Critican la contratación de policías sólo por ser fuertes y sin tener capacitación.

El año pasado el gobierno federal propuso desaparecer las policías municipales e integrar sus funciones a la policía estatal, como un primer paso para establecer una única policía nacional. Una propuesta tentadora que daría fluidez al combate a la delincuencia en todos los niveles y que vino acompañada de datos preocupantes sobre las policías municipales. Casi por cualquier ángulo que se les vea, son entes con muchas atribuciones pero con una escasa capacidad de acción.

De acuerdo con la Secretaría de Seguridad Pública federal en todo el país hay dos mil 90 cuerpos policiacos con 410 mil policías. De este total, 159 mil pertenecen a una de las 2 mil 22 policías municipales. Si recordamos que en México hay 2 mil 439 municipios, existen 417 ayuntamientos que no tienen policías. Un gobierno sin instrumentos para garantizar seguridad difícilmente sería considerado gobierno en otro lugar del mundo.

En cuanto al nivel educativo, más de tres mil policías municipales no terminaron la primaria y sólo una cuarta parte concluyó el bachillerato. El problema no se solucionará cuando haya licenciados que quieran convertirse en policías, sino cuando los que ingresen a los cuerpos de seguridad realicen estudios de nivel superior ahí mismo.

El número de efectivos por municipio es otro problema. De acuerdo con la misma Secretaría la mitad de los ayuntamientos tienen menos de 20 policías en su plantilla. No existe en las policías municipales un número de elementos acorde con la cantidad de población o las tasas de delincuencia. Mientras en Puebla se cuenta con 910 agentes, Tlalnepantla o Tijuana tienen más de cinco mil y tres mil respectivamente. En Culiacán, una de las ciudades con mayores tasas de violencia hay 898 policías y en Nuevo Laredo 833. El aumento en el número de efectivos es más una propaganda que una verdadera necesidad de elementos.

Por otra parte, la policía tiene un grave problema de confianza entre la población. De acuerdo con la Encuesta de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de 2008, sólo 8% de los mexicanos confían mucho en la policía. En contraparte, más del 60% de los ciudadanos confían poco o nada. La corrupción de las corporaciones es quizás el principal problema. En septiembre del 2009, más del 90% de los elementos de seguridad detenidos por tener nexos con el narcotráfico eran parte de las policías municipales.

Una solución utilizada comúnmente para combatir la corrupción es aumentar el salario de los policías. Entre los efectivos municipales, poco más del 60% gana menos de cuatro mil pesos al mes. Si bien el salario no genera por sí mismo honestidad, sí incide en el grado de corrupción.

Para el estado de Puebla, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública hay 16 mil policías en todo el estado y somos la entidad con más policías sin escolaridad con 700, mientras que en Baja California o Campeche la cifra es inferior a diez. En el municipio de Puebla recientemente se ha dotado de más capacitación y mejor equipo para los policías. Un gran avance, aunque según el tabulador de ingresos en su sitio web, un policía municipal gana entre 5 mil y 7 mil pesos al mes, lo cual lo hace sumamente vulnerable a la corrupción.

En octubre del año pasado, el Instituto Mexicano de la Competitividad y el periódico Reforma hicieron un sondeo entre gobernadores para conocer su opinión sobre la creación de una policía nacional. Entre los 23 entrevistados que respondieron, 6 se mostraron a favor de crear una policía nacional y 17 en contra. Podría pensarse que es una cuestión meramente partidista, pero mientras Veracruz y Nuevo León (priistas) respondieron estar a favor, los gobernadores de Guanajuato y Jalisco (panistas) se manifestaron en contra. La mayoría de los entrevistados consideraron mejor sólo aglutinar las policías municipales en las 32 policías estatales.

Sin embargo, los presidentes municipales que han sido cuestionados se oponen tajantemente. Los argumentos van desde la inconstitucionalidad de la propuesta o la vulneración a la autonomía hasta la diferencia sustancial de comportamiento entre regiones, como si los que viven en Cholula fueran completamente distintos a los que viven en Atlixco.

Las policías municipales son los organismos de seguridad más cercanos a la población, mas son también los menos preparados y los que menos ganan. En lugar de contar con grandes academias de policía, los municipios contratan al primer hijo de vecino que llega a pedir trabajo, se ve más alto que los demás y es fuerte. No hay incentivos para desarrollar una carrera policial ni todos cuentan con una capacitación mínima. Los ayuntamientos de Puebla o Tehuacán seguramente pueden capacitar eficazmente a sus uniformados y dotarlos de las herramientas adecuadas para brindar seguridad. Sin embargo, el problema ocurre en los municipios más pobres.

A pesar de que la centralización de la policía es una buena idea parece inviable. Una buena medida que podría ejecutarse desde el gobierno del Estado es brindar un curso único para los policías de todos los municipios de Puebla. Ayudaría a que si me llego a encontrar a un viejo conocido disfrazado de policía, al menos me diga con orgullo que entró a trabajar ahí para garantizar la seguridad de su municipio y un país más justo.