martes, 6 de octubre de 2009

Independizándose de una conquista

Los cuentos frecuentemente tienen que ver con conquistas. No importa si el ente conquistado fue un territorio, una cultura o una mujer. La Historia (con mayúscula) siempre fue una reseña de los triunfos y glorias, de conquistas que parecían imposibles pero se lograron gracias al coraje o inteligencia de un puñado de personas. O al menos así fue hasta el siglo pasado.

Para la escéptica sociedad moderna, el resultado de muchas discusiones debe estar sustentado con números. Algunos (generalmente los que menos saben pero los que más les gusta lucirse) les dicen datos duros, como si las palabras fueran blandas. El empirismo antes que la poesía. No es una queja, sino más bien un alivio. Las decisiones se basan más que nunca en la experiencia sistematizada y en conclusiones generales obtenidas de hechos particulares.

La única muralla que el razonamiento numérico no ha derrumbado son las pasiones o las aficiones. Sin embargo, han tratado de menguarlas demostrando con números que algo es perjudicial.

Creo que mi primer delito lo cometí a los 14 años. Aunque no sé si mi acción está tipificada de esa forma, a esa edad prendí mi primer cigarro. La verdad fue un poco antes, pero a esa edad comencé a fumar de manera regular. El horario de entrada a la preparatoria era a las 7 de la mañana y sólo podían dejarme en el colegio unos veinte minutos antes. La tienda-papelería de enfrente se volvió un buen lugar para refugiarme del frío, hacer amigos y fumar antes de empezar las clases.

Mucha gente ha intentado convencerme de que deje fumar. La mayoría de las veces los argumentos trataron de sustentarse con números: ¿sabías que mil millones de personas mueren al año por el cigarro? ¿sabías que entran a tu organismo ochenta mil trillones de seres nocivos? ¿sabías que te hace más tonto? ¿sabías que los que fuman toman viagra a los 80 años?. La verdad nunca me importó, también mueren millones de personas por las lluvias, los tsunamis, los autos o la diabetes; frente al metro Chapultepec habitan unos ochenta mil trillones de seres nocivos; creo que si nací tonto ya me quedé así; mientras que lo del viagra… pues a todos nos tocará en algún momento.

Esas preguntas buscan un panorama irreal: que el cuestionado responda con un dubitativo “No, no lo sabía”, que en ese momento los ojos le tiemblen, vea la mano donde sostiene el cigarrillo y lo apague para siempre, alejándose mientras agradece al interrogador que le salvó la vida.

Ante los cuestionamientos sobre por qué fumo, nunca respondí con un argumento numérico. No traté de ser maquiavélico. Simplemente fui sincero respondiendo que fumaba porque me gusta.

Recibí muchas críticas sobre lo irracional de la justificación. Sin embargo, las pasiones aún no son conquistadas por los números. No he conocido aún a alguien que justifique que ama a otra persona porque el 87% de las güeras tienen buen corazón o porque más de la mitad de las morenas son fieles. Andan con ella y la aman porque les gusta. Aún no se encuentra la manera de procesar ese tipo de información bajo una metodología que genere argumentos numéricos y generales. En las aficiones, casi todo sigue siendo corazón, y en el mejor de los casos, poesía.

Siempre me ha fascinado prender un cigarro. También mucho tiempo creí que amaba su olor y sabor. Después me di cuenta que no era así, sólo ya me había acostumbrado.

Cuando en el DF se prohibió fumar al interior de los antros y bares me pareció un exceso, aunque no fui defensor de la causa perdida fumadora. La verdad dudé que la ley se aplicara. Una vez en marcha, los primeros fines de semana fue particularmente incómodo, pero me terminé acostumbrando.

Un fin de semana que salí del DF, fui a un antro con otros amigos. En Puebla sí se podía fumar en el interior de los bares. Lo que parecería mi regreso a la Tierra prometida del cigarro, no ocurrió de una manera satisfactoria. Al entrar al bar, lo primero que percibí fue un olor sumamente desagradable. En pocas semanas me había acostumbrado a respirar “aire puro” en lugares cerrados. El olor tan concentrado de tabaco me incomodó. Debí ponerme más borracho y fumar más para quitarme ese mal sabor de boca. Creo que era el prototipo de persona que podría encontrarse encantado con oler nuevamente el tabaco en un lugar cerrado, pero ocurrió lo contrario.

A pesar de lo mucho que me gusta fumar, hace una semana compré la última cajetilla de mi vida. Fue una promesa que me hice desde hace mucho, esperando que mi afición no dañara a más personas. A la cajetilla aún le queda un cigarrillo, el cual espero nunca prender. Será un compañero mudo y eterno, que me dejará la esperanza de que la historia no ha terminado. Esta confesión no trata de esbozar algún argumento racional y mucho menos usará un número para justificarla. Confieso también que fumaré en circunstancias excepcionales, pero jamás compraré otra cajetilla. Ya dejé de ser un fumador. Ahora seré un gorrón de ocasión.

Llevo tres días sin fumar y no lo volveré a hacer de manera regular, pero no lo hago inspirado en el viejo de la cajetilla que me dice el número de muertes, la probabilidad anunciada por los científicos de que muera antes o pensando que el Estado pagará millones por mi salud durante mi vejez.

En mi decisión no fui conquistado por los números. Me independicé por mi simple voluntad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta tu determinación, sobretodo por el hecho de que le vas a hacer un bien a ese pequeño pedacito tuyo que crece en Gaby en este momento. Dobles felicidades!!

Abby

Unknown dijo...

Muy bien señor!