viernes, 18 de diciembre de 2009

Peruanos y aerolíneas

Una de las frases que más dicen los chilenos es un prefijo: “Yo no tengo nada contra los peruanos, pero…”. Todas las ocasiones en que oí a alguien pronunciarla, fue para introducir una queja sobre los inmigrantes de su país vecino. Una zona del barrio en el que vivo cuenta con una gran comunidad peruana. Una vecina después de decir el prefacio para quejarse me platicó: “se emborrachan, se pelean entre ellos y ni van a misa, lo bueno es que de todos los vecinos peruanos que tengo, ninguno nos saluda”.

Los peruanos en Chile, al igual que los mexicanos en E.E. U.U., los turcos en Alemania o los indígenas mexicanos en la Ciudad de México sufren de una discriminación que la mayoría de las personas educadas no se atreven a escupir, aunque casi todos las piensan.

No me desgarraré las vestiduras por la discriminación. Incluso me parece normal. El migrante peruano que llega a Chile no tiene ganas de saber nada del nuevo país al que llega. No escogió emigrar a este lugar, sino debió venir porque no tiene para ir a otro lado y quedarse en la miseria de su país no es una buena opción. Su lugar de origen no le generó las suficientes oportunidades para trabajar cerca de su casa. En los casos en que su nuevo hogar es sólo un lugar de paso, no tiene pena en ensuciarlo. Los vecinos que aman su comunidad evidentemente sentirán rechazo por los que acaban de llegar.

Lamentablemente muchos de los que emigran no entienden que ya no están en su hogar. Desprecian el nuevo territorio, le escupen cada vez que pueden y orinan en sus árboles. Una reacción circular, donde si me chingas por ser emigrante te chingo por no serlo y así hasta el infinito.

La mayor acusación que he escuchado contra los peruanos fue de un taxista, quien los culpaba de terminar con las palomas de la Plaza de Armas. “Son salvajes, se las comen”. El señor no reparó en que quizás no tenían que comer, aunque sí acotó al principio que no tenía nada contra los peruanos.

Escandinavia es una de las zonas donde la discriminación se nota menos. Durante el tiempo que viví en Finlandia, en los bares, cafeterías, restaurantes y parques nunca sentí que alguien me viera feo por ser menos güerito que un finlandés. Sin embargo, la última semana que estuve en Helsinki, una conversación me hizo pensar que esa sociedad democrática, incluyente y amable al final quizás no lo era tanto.

El interlocutor era un hijo de rusos. Nos hizo reflexionar sobre lo primero que te dice un finlandés cuando empieza a platicar contigo. El prefacio no es una disculpa sobre que no tienen nada contra los mexicanos, latinos o rusos. Sistemáticamente en cualquier charla, toda la gente te pregunta, antes de tu nombre o lugar de origen, qué haces en Finlandia y hasta cuándo regresas a tu país. Según el ruso, si un día le hubiéramos dicho a un finlandés que estábamos buscando trabajo y que no sabíamos cuándo regresar, nos habrían dejado hablando solos. Ya no tuve mucho tiempo para confirmar su hipótesis, pero no me parece descartable.

Ese invierno finlandés me hizo fanático de South Park. Un mexicano en medio de la nieve con una laptop no tiene muchas opciones aparte de hacerse adicto a una serie. En cuanto abres la puerta de tu casa las nevadas te invitan amablemente a regresar. Los parques y las calles están vacíos. La única alternativa a quedarte en tu casa es encerrarte en otro lugar. Con pocos amigos y ahorrando mucho dinero, las opciones se reducían exponencialmente. En ese país, el internet venía incluido en la renta por lo que el Messenger era gratuito. South Park aún no, pero Ares lo pagaba por ti.

South Park nunca le gustó a mi mujer. Le parecía ofensivo, degradante y sobre todo, muy grosero. No entendía por qué debían usar la palabra mierda e hijo de puta tantas veces. Desde que lo comenzamos a ver en inglés el programa le parece incluso educativo. Durante la estancia en Santiago vimos muchos capítulos, los cuales ya están disponibles gratuitamente en internet.

En Finlandia vi casi todas las temporadas. La serie de los niños mentándose la madre me hizo un poco más tolerante. En ciertos capítulos se burlan de lo que soy. Debí entender que si me río de los judíos, los blancos republicanos, los afganos o los franceses, también algún judío, blanco republicano, afgano o francés podía reírse de un mexicano católico al que le gustaba dormir.

A pesar de parecer tan banal, el humor de South Park tiene aires de intelectual. Algunas situaciones las llevan tan al ridículo que parecen absurdas, pero en el absurdo se encuentra la razón. Durante la mayoría de los capítulos los adultos no ven el trasfondo del problema por pensar sólo en lo que les conviene. La mejor respuesta casi siempre la tienen los niños. .

Un capítulo de South Park habla sobre la migración. En el ridículo de este capítulo, unos seres del futuro (goobacks, en referencia a wetback) encuentran un pasaje para regresar en el tiempo. Su mundo está destruido y sólo regresan para buscar una vida mejor. Conforme pasa el tiempo, traen consigo a más y más gente. Los goobacks hablan un idioma diferente y están dispuestos a recibir un salario ridículo con tal de trabajar. La mayoría de los adultos de South Park son tolerantes con los visitantes hasta que empiezan a perder sus trabajos. La solución que se les ocurre es terminar el futuro dejando de tener relaciones heterosexuales para tener sexo con los hombres. Sin duda el resultado sería que las nuevas generaciones no existieran y se lograría el anhelado resultado. Los niños proponen otra opción: mejorar el mundo de hoy para que en el futuro no tengan que regresar. Demasiado obvio pero también ejemplificativo.

Conforme pasa el tiempo, más me acuerdo de las lecciones de South Park. Una semana antes de regresar de Santiago hablé a la aerolínea para confirmar nuestro vuelo, que saldría en la madrugada del domingo. Me avisaron que nuestro vuelo había sido cancelado y nos habían recorrido para el vuelo del lunes en la mañana. Después de una ardua negociación y mucho llanto de mi mujer porque iba a faltar a una comida familiar, nos cambiaron el vuelo para la madrugada del sábado. Veinticuatro horas menos de luna de miel por una aerolínea.

Esta es la tercera vez que he tenido un problema así. Para alguien que no viaja en avión más de dos veces al año me parece que he tenido mala suerte o que todas tienen un pésimo servicio. En el viaje a Buenos Aires adquirimos una promoción en una agencia de viajes. Si viajábamos por la Aerolínea X el paquete costaba 2 pesos. Buscaron y buscaron y no encontraron lugar para nosotros. Nos mandaron por la aerolínea Y a 3.50, con la ventaja de salir unas horas antes. El día de la salida, la aerolínea Y canceló su vuelo y abrió un espacio para nosotros en la aerolínea X. Viajamos por la compañía donde costaba más barato, en un peor horario pero pagando por la aerolínea cara.

El primer dolor de cabeza lo tuve al regresar de Europa. Mi itinerario era Berlin-Amsterdam-México. La aerolínea había cambiado el horario de salida del Amsterdam-México y no me daba tiempo de llegar. Debía quedarme una noche en Amsterdam, pagando yo el hotel. Después de una hora de gritos y discusión me hicieron el cambio para llegar ese mismo día por otra ruta.

Comprendo los errores humanos y que no todo puede preverse. También que muchas cosas se hacen por seguridad y cosas imprevisibles como el clima, las distancias y un largo etcétera. Sin embargo, lo que más me enerva de las aerolíneas es la manera en que se hacen de los recursos.

Creo que los pasajes de avión son el único bien en que para fijar su precio especulan abiertamente. Quizás la gasolina en la mayoría de los países también tiene varía sus precios a diario, pero una vez adquirido el líquido, ya nadie te puede vaciar el tanque -a menos que tenga un arma de fuego-. Las aerolíneas fijan sus precios de acuerdo a la especulación y por ese mismo motivo te pueden cambiar de vuelo. El mayor de los abusos contra el consumidor.

Las promociones se usan para mejorar el precio fijo de un bien. En los boletos de avión el mundo es al revés. Un vuelo México- Ottawa no tiene un precio fijo, excepto cuando hay promociones. Unas amigas pasaron a vernos a Santiago, iban a Sao Paolo y pagaron 450 dólares por su vuelo redondo desde la Ciudad de México con una escala en Chile. Ningún chileno al que se lo conté me lo creyó. Los vuelos redondos de Santiago al DF cuestan al menos el doble.

El capítulo en que South Park habla sobre las aerolíneas es la mejor ejemplificación de lo que ellas producen. El profesor homosexual del pueblito se harta del trato que le dan las aerolíneas e inventa un medio de transporte alternativo terrestre. Es una especie de bicicleta, la cual para accionarla debes introducirte un artefacto en el ano y otro en la boca. Las manijas son penes que se accionan masturbándolos. Cada vez que cualquier comprador sube a la bicicleta, se extraña del mecanismo de operación. El profesor siempre les responde: “es mejor eso que las aerolíneas”. Hasta el más macho de South Park le compra una de sus bicicletas.

No sé cómo se pueda solucionar el problema entre los chilenos y los peruanos. Si South Park fuera sudamericano o pusiera más atención a esta región, seguro tendría más claro el panorama.


domingo, 13 de diciembre de 2009

Libros, futbol y lucha libre

Escribir un libro ha sido el sueño de toda aquel que se crea inteligente. Aparte de traspasar las enseñanzas y elevar el ego, la tinta no acompaña el viaje del alma al cielo ni termina con el cuerpo inerte en el subsuelo. Un libro puede tiene la capacidad de hacerte inmortal.

Sin embargo, no todos pueden escribir libros. Los aspirantes tontos a escritores se imaginan relatando sus memorias. Para ellas no hay que investigar o inventar historias. Al final nadie puede cuestionar la veracidad de la propia vida. Lo único difícil, quizás, es tener una vida tan interesante como para que otras personas quieran saber qué hiciste de ella.

Cuando su cuerpo aún se movía, los hoy inmortales escribían grandes libros de medicina, ciencias o política. Sin embargo, la tradición de hacer tratados se está jubilando en casi todas las áreas, prefiriéndose escribir un paper en un journal que un libro entero.

Una de las áreas en la que los libros aún son más fuertes que los journals es la Historia. Los grandes historiadores casi siempre escriben miles de páginas para presentar su trabajo. Si me pusiera a describir el cuarto en el que me encuentro de una manera detallada, mi blog sería aún más aburrido y ocuparía al menos 15 páginas. Cuando no se describe un cuarto sino una revolución o una guerra con miles de personajes y posibles explicaciones, más de 400 páginas parecen no sólo necesarias sino justas.

Hace unos años leí Yo, el francés de Jean Meyer. Lo compré sólo porque me había dado clases, no porque me interesara el tema. Debo confesar que ni siquiera sabía de qué trataba. El libro estudia la intervención francesa en México, por medio de la vida de los generales de un grado más abajo al que normalmente los historiadores ponían atención. En términos actuales, en lugar de observar lo que dijo o hizo el presidente y los secretarios, también considera los dichos y acciones de los subsecretarios. Hasta hace unos días, no había vuelto a comprar un libro tan específico sobre Historia.

La semana pasada visité el país más futbolero en que he estado: Argentina. Imaginaba la desbordada pasión. El sistema de cable chileno tiene canales deportivos argentinos y he visto varios debates ridículos e interminables sobre futbol. En una ocasión, un comentarista indignado argumentó por más de media hora que gracias a la prensa, Argentina había ganado el mundial del 86. Expuso que muchos diarios iniciaron un debate para que la selección cambiara su sistema de tres pivotes y cobertura por zonas que usó en España 82, al de sólo dos pivotes y cobertura mixta. El mayor absurdo del egocentrismo periodístico.

Mucha de la vida argentina gira en torno a un baloncito. A pesar de tener una historia ganadora, su afición depende menos del resultado que en México. Los argentinos buscan no sólo saber quién ganó, sino tratan de explicarlo con base en planteamientos tácticos elaborados, jugadas que nadie ve y analizan no sólo los goles, sino los que pudieron ser. El otro día le preguntaban a un juvenil del River qué era lo que más recordaba de algún clásico contra Boca. Estoy seguro que un mexicano chiva habría respondido que el 5-0 del 97. El juvenil argentino no mencionó marcadores ni partidos, sino una sola jugada: el túnel de Ortega. Una graciosada aislada vale más que tres puntos y una humillación legendaria.

El día en que regresábamos los noticiarios hicieron enlaces especiales por las elecciones. Ese día los XXX socios de River Plate debían ir a las urnas para elegir a su presidente. El canal que sintonizaba el restaurant del aeropuerto hacía escenarios basándose en encuestas, perfiles de los candidatos y una proyección de lo que podría ser el club bajo la batuta del nuevo líder. Mucho tiempo aire para un ejercicio que en México se logra a billetazos, no con democracia.

Aparte de vivir y votar más el futbol, también se lee más sobre él. El único autor mexicano que dedica parte de su tinta al futbol es Juan Villoro. Villoro tiene un blog y escribe cuentos o crónicas que pueden hacer llorar a cualquier fanático. Él escribe de fútbol como argentino pero lo hace con las losas de una nacionalidad azteca que en ese deporte nomás no gana nada. En las librerías mexicanas es difícil encontrar sus cuentos sobre futbol. Si se omite nuestro talento nacional, el extranjero se ningunea. Varias veces he buscado libros sobre futbol que no sean guías de superación disfrazadas de biografías de un entrenador. Siempre he fracasado. Quizás el problema sea mi banalidad. Entre tantos temas relevantes de la ciencia o la política, muchos verían suntuario escribir sobre fútbol. Quizás por eso no exista un journal sobre este deporte.

En una librería de Buenos Aires, pregunté a la tendera si tenía libros de futbol. Me respondió con tristeza: “No muchos, sólo estos”, al tiempo que me señaló con vergüenza un estante completo con al menos diez títulos. Acotó: “Pero ninguno es de táctica”. Compré uno de Fontanarrosa (el autor de Boogie el Aceitoso) y le pregunté por el más popular. Me dio un libro llamado: “El nacimiento de una pasión, historia de los clubes de fútbol”, de un periodista argentino.

El libro del periodista estudia la historia de al menos 50 clubes de barrio. Toma en cuenta a los equipos grandes y a muchos que nacieron en 1902 o en 1895 pero que siempre han jugado en tercera división. El libro es más parecido a Yo, el Francés que a un texto de Villoro. De hecho es más bien una investigación, en la que el autor encuentra que hasta la historia de los clubes más modestos ha sido truqueada. Por ejemplo, el club Huracán dice haber sido nombrado así en honor a un globo aerostático. Sin embargo, el club fue fundado en 1908 y el primer vuelo de ese globo ocurrió en 1909. Otro caso es que algunos clubes han ido cambiando la fecha de su fundación para hacerse más viejos, como si la vejez diera grandeza.

¿Vale la pena invertir tiempo en saber si el San Lorenzo fue fundado por ocho o por nueve personas? ¿Tiene caso dedicarle páginas al club Tigre? ¿Alguien ha escuchado sobre el Club Atlético San Miguel o el Ituzangió? El autor da una excelente respuesta en su primer capítulo.

Los clubes presentados en el libro han vivido en Argentina por más de cien años. Del país al que llegó el jueguito de la pelotita y la portería, ya no queda casi nada ciento treinta años después, sólo la pelotita. Buenos Aires y las provincias han crecido; Perón y su esposa cambiaron la forma de hacer política, fueron expulsados y llegó un régimen militar; emprendieron una ridícula guerra contra el Reino Unido que duró menos de dos semanas; un neoliberal despedazó las empresas públicas, la economía se cayó y al grito de “que se vayan todos”, eligieron a un presidente y luego a su esposa. En todo este frenesí de cambios en las estructuras de poder, el fútbol seguía ahí. En palabras del autor, los clubes de futbol argentino son la única institución vigente e irremplazable de la estructura de ese país.

Estuve pensando si había una pasión similar por algún deporte en México, que despertara tanta pasión que hasta los periodistas se volvieran historiadores y trataran de encontrar hechos que nadie vio. Un profesor en la universidad un día nos contó que había ido a los Toros con un aspirante a la presidencia de la república. Durante la charla, el aspirante le pidió su opinión sobre el mejor camino para ganarse al pueblo. El profesor le respondió: “debes dejar de ir a los toros y empezar a ir a las luchas”.

Los niños mexicanos no jugamos a hacer túneles ni a ganar el mundial. En las primarias los chamacos hacen llaves y se pelean. El primer poster que pegué en mi cuarto fue uno de Octagón y el Vampiro Canadiense. Tiempo después puse una bandera de las chivas.

Al igual que la investigación futbolística, en México se ha empezado a escarbar los orígenes de la lucha libre. Hace dos años salieron varias ediciones de una Enciclopedia de las Máscaras y el número de publicaciones sobre este deporte duplican las que hay sobre futbol, al menos en la ciudad de México. En la lucha libre las historias son aún más difusas, pues no buscan clubes en los que hay actas constitutivas o documentos. La historia luchística se construye con relatos con canciones de juglares o relatos hablados, no con códices escritos en piedras.

Si algún día escribo un libro el primer capítulo tratará sobre por qué no vemos el futbol como los argentinos, el segundo por qué sí vemos con la misma pasión la lucha libre. Aunque si es una novela, bien podría hablar de un joven de padre argentino y madre mexicana, que es futbolista pero en las noches se vuelve luchador.


viernes, 11 de diciembre de 2009

El Columnista 11122009


Mi colaboración en El Columnista del 11 de diciembre de 2009

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Señales en el camino

Muchas travesuras sin castigo

Después de hacer una travesura, los niños siempre prometen no volverlo a hacer. Si bien una picardía inocente no amerita un gran castigo, aquella acción hecha bajo amenaza ocasiona una reprimenda legendaria. Si una madre le dice a su hijo que no se acerque a un balde con agua caliente y el niño se quema, éste recibirá un regaño mientras aún se queja por la quemadura.

Aunque a los hijos se les perdona todo, las promesas y lágrimas de una novia infiel no surten el mismo efecto y frecuentemente se les castiga con abandono. Un hombre o mujer que han sufrido muchos engaños casi siempre termina por dejar de creer en el amor, hasta que llega alguien más.

Las promesas de campaña mexicanas no reconocen sus errores, ni prometen no volver a cometerlos. Todo se centra en el futuro, como si en el pasado nada hubiera estado mal. Los candidatos juegan a ser hombres y mujeres maduros, sin cargos de conciencia, travesuras ni infidelidades.

Al igual que en las historias de novias infieles, las promesas incumplidas disminuyen la confianza en los políticos. Se duda de ellos y se piensa que no son sinceros y que actúan sólo por su bienestar. De acuerdo con la Encuesta de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de la SEGOB, sólo el 11% de los mexicanos creen que los diputados y senadores toman en cuenta los intereses de la población al elaborar las leyes. Mientras tanto, 7 de cada 10 creen que sólo toman en cuenta sus propios intereses y los de los partidos.

Durante mucho tiempo se han propuesto diversos mecanismos para acercar a los diputados con los electores. Hace dos semanas, el presidente propuso reelegir a presidentes municipales y diputados. La reelección es un tema tabú, ya que a muchos nos tatuaron que la reelección es la peor herramienta que se le puede dar a un político, pues buscará gobernar de por vida.

Desprestigiar la reelección por razones históricas es desconocer la historia de México. Cuando la revolución empezó con el grito de Sufragio Efectivo, No reelección, el dicho maderista sólo buscaba evitar que Díaz continuara siendo presidente. En la Constitución de 1917 la reelección estaba contemplada e incluso Álvaro Obregón fue electo dos veces durante la década de los veintes, antes de ser asesinado. El slogan maderista fue un tatuaje que se colocó después en el imaginario colectivo intentando aplicarlo a toda circunstancia.

La paranoia es justificada. En casi toda Latinoamérica han existido caudillos que intentaron perpetuarse en el poder, por lo que en todos los países se han diseñado mecanismos para acotar la reelección del Ejecutivo. Si bien en países como Venezuela o Colombia la acotación se ha flexibilizado, hoy sólo México y Costa Rica prohíben la reelección inmediata de legisladores.

Los impulsores de la reelección entre diputados se fundamentan en que hoy las candidaturas sólo dependen de las cúpulas, lo cual incentiva a los legisladores a sólo quedar bien con el partido en detrimento de los electores. Con reelección, seguramente menos diputados habrían votado el aumento al IVA y habrían privilegiado mayores medidas de austeridad en el presupuesto. Por otra parte, la reelección traería consigo la profesionalización de los diputados, ya que el Legislativo cuenta con tiempos propios que sólo se dominan con experiencia.

A nivel local quizás la mayor ventaja sea que la carrera parlamentaria podría volverse un verdadero contrapeso al Ejecutivo. Un diputado con más tiempo en el Congreso que el Gobernador podría ser un fiel de la balanza tanto en su partido como de cara a la sociedad. La opinión de la gente pesaría más que la de una sola persona.

Respecto a los presidentes municipales, se argumenta que tienen poco tiempo para emprender proyectos. En un periodo de tres años, los alcaldes dedican el primero a puro aprendizaje, el segundo a ejecutar su programa y el último a cerrar la administración. La actual estructura no permite plantear programas a mediano plazo ni se garantiza la continuidad de los proyectos. Cada tres años los ayuntamientos se reinventan a sí mismos, enterrando los aciertos y los errores.

A pesar de las ventajas, la reelección no es por sí misma un instrumento noble o insustituible. En México existe mucha rotación entre puestos y en algunos casos un candidato ha buscado ser electo nuevamente por el mismo distrito años después. La nueva solicitud del voto no implica que antes se haya alejado de lo dictado por su partido.

Por otra parte, cada vez más los partidos utilizan encuestas para determinar sus candidatos. Si bien estos instrumentos tienen restricciones, de cierta forma expresan la opinión de los ciudadanos. Cada vez más los partidos se arriesgan menos en postular a alguien que parezca que sólo sigue órdenes.

La gente parece no estar tan de acuerdo en la eficacia de la reelección. De acuerdo con una encuesta del Gabinete de Comunicación Estratégica, 42.7% de los consultados creen que los diputados trabajarían igual con la reelección inmediata, 31.2% consideran que lo harían peor y sólo 18.1% creen que trabajarían mejor.

Finalmente, el presupuesto de los alcaldes podría alterar la esencia de la reelección. En gobiernos con tan poca rendición de cuentas, el dinero municipal podría malgastarse en la adquisición de conciencias. Algunos han propuesto que en lugar de permitir la reelección se aumente el periodo a cuatro años, tiempo que tampoco garantiza proyectos a mediano plazo ni acerca a los ciudadanos con los representantes. Una solución amorfa de los que sólo se oponen por oponerse.

Si bien los diputados no tienen tanto presupuesto como para asegurarse una reelección, en Estados Unidos y el Reino Unido al menos 80% de los congresistas logran reelegirse. Esto ha traído consigo que muchos parlamentarios permanezcan veinte o más años en un mismo cargo. Sin duda son políticos profesionales, pero dificultan la entrada de nuevas generaciones.

Necesitamos diputados que conozcan los mecanismos de su ámbito de trabajo y respondan a los electores, así como alcaldes que logren establecer programas de gobierno a mediano plazo. La reelección es un factor indispensable para garantizar una mejor rendición de cuentas y un mejor desempeño, pero no por eso suficiente. Deben fijarse topes máximos de tiempo, así como garantizar mecanismos para castigar el uso de fondos públicos por parte de los alcaldes. Por último, pensar en la reelección sin candidaturas ciudadanas no tendría el efecto esperado. Si cualquier persona debe recurrir a los partidos para ser candidato por primera vez, la obediencia a ellos sería similar, sólo que disfrazada.

La reelección permitiría castigar cada tres años a quien nos haya engañado, sin importar las lágrimas de novia infiel o el llanto de niño travieso que hagan los candidatos. Finalmente tendríamos forma de castigar sus errores o infidelidades.


jueves, 10 de diciembre de 2009

Eliminar el moñito

La semana pasada fui a Argentina. Tomé tantas fotos que el facebook no me ha dejado adjuntar todas aún. Sobre una de las imágenes que más me llamaron la atención escribí en la página de Un2go.

Este es el link:
http://www.un2go.org/home/

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Ortografía telegrafiada

Aunque nunca habló un idioma extranjero, mi abuelo se ha ganado la mayor parte de su vida siendo traductor. Cuando era muy joven aprendió a utilizar el telégrafo. Tuvo la suerte (u oportunidad) de poder traducir dos sonidos en palabras, versos, historias o reclamos. Mi abuela conoció a mi abuelo porque ella también aprendió el telégrafo. No podría contar que se enamoraron perdidamente o que aún hoy se dicen te quiero mientras se ven en silencio, pero el telégrafo los unió por casualidad.

Mi abuela me cuenta que cuando debía traducir un recado, el papel donde pasaba el mensaje no debía contener ninguna falta de ortografía. Incluso me dice que el telegrafista del otro lado del mundo podía fingir demencia y solicitar la repetición de un mensaje que fuera introducido como: “ezpérame en la plalla”, hasta que fuera dictado correctamente. En parte eso explica que ella tenga una muy buena ortografía.

Una de las frases más trilladas es la velocidad a la que avanza la comunicación del hombre. Una forma de invitar a la gente a comprar un nuevo producto, pues de otra forma una persona puede volverse anticuada en mucho menos tiempo del que habría esperado.

No quiero exagerar, pero el telégrafo es el único invento que nació y murió en poco más de un siglo. Todos los demás han evolucionado. La máquina de escribir ahora tiene una pantalla, la radio ahora se escucha con atención en los automóviles y la televisión no ha desaparecido a pesar de los canales en línea. Incluso creo que prefiero ver un juego de futbol frente a un televisor pequeño que frente a una laptop con pantalla de plasma. Quizás sólo me aferre al pasado.

Tontamente nunca aprendí a utilizar el telégrafo. La clave morse pudo ser un gran instrumento para comunicarme en secreto cuando tenía exámenes. Sólo bastaba hacer ruido con el lápiz simulando estar nervioso para obtener o proporcionar todas las respuestas correctas. En medio de una cena incómoda, podría comentar algo a otra persona para burlarme de alguien más sin tener que ser muy obvio. Aprenderlo no hubiera hecho más sencillo el camino, pues habría tenido que después enseñárselo a alguien más. La ventaja de su discreción podría eventualmente ser de dominio público y nuevamente debería quedarme callado.

El telégrafo quizás fue el primer medio que anunció la muerte de la escritura y la lectura, como después lo anunciaron la radio y la televisión. Imagino que algún catastrofista o amante de anunciar cambios, seguro dijo que las personas ya no debían aprender a escribir bien, pues con el telégrafo en el futuro sólo había que decir el mensaje a un traductor. El telegrafista traduciría las palabras en golpeteos de una máquina y otro telegrafista haría lo propio del otro lado del mundo. En veinte segundos llegaría la información que antes tardaba dos días o dos meses.

Quizás el más fracasado de los inventos que anunciaron la muerte de la palabra escrita fue el audiolibro. En la época de los cassettes se ofrecían los mejores poemas, libros o cuentos para escucharlos durante los traslados. La solución perfecta a la ceguera, debilidad o flojera visual. En algunos casos también se incluía dentro de la oferta la sensual voz de algún artista.

Los asesinos prematuros deberán estar revolcándose en sus tumbas al ver que hoy la mayoría del mundo se comunica por medio de texto. En las juntas y los exámenes los jóvenes no usan la clave morse. Es más fácil usar un SMS o chatear a través de una blackberry.

El regreso a la palabra escrita no ha sido una buena noticia para algunos. Las abuelas educadas bajo golpe de regla de metal abominan la manera de escribir de los nietos. Los que nos jactamos de tener una buena ortografía hacemos muchos corajes. Una conversación por chat está llena de palabras abreviadas y algunos errores imperdonables.

Particularmente me fascina reducir o abreviar las palabras. Respecto a los errores en la ortografía, si bien algunas reglas en el español son arcaicas, como los acentos en las palabras este o solo, otras equivocaciones tienen serios problemas en la forma en que la gente piensa el idioma o lo que quiere decir.

El facebook se ha convertido en una gran vitrina sobre cómo se usa el idioma. Me genera mucho ruido ver que muchos contactos empleen invertidas algunas palabras que suenan igual pero que tienen distintos significados. Los errores más comunes son cuando alguien utiliza alguna frase como: “a ver cuándo nos vemos”, pero lo escribe: “haber cuando nos vemos”. Otra que encontré hace poco fue cuando me preguntaron por el sexo del nuevo integrante de la familia. “Ya sabes que va a hacer?”. Me dieron ganas de responder: “Seguramente hará muchas cosas, pero aún no sabemos cuál será su sexo”. No lo hice. Creo que la diplomacia se me da.

Presidir la Real Academia de la Lengua debe ser el trabajo más frustrante del mundo. El noventa por ciento de tu tiempo te dedicas a que la gente utilice correctamente el lenguaje. El restante diez por ciento, debes validar aquellas formas incorrectas que todos ya usan. No importa todo lo que te esfuerces por hacer bien tu trabajo, siempre habrá un Cantinflas o un Polo Polo que distorsionará el lenguaje y al pasar los años te derrotarán y peor aún, la mayor aberración de la lengua, pronunciada hace treinta años, debe convertirse en una palabra conjugable.

Una buena ortografía requiere también de leer mucho. En el mundo del facebook y el hi5, el aumento de la palabra escrita para comunicarse no ha sido acompañado de un aumento desmedido en la lectura correcta. Leemos más pero también textos con más errores.

En unos años seguramente la Real Academia de la Lengua validará todas aquellas formas incorrectas que hoy me enervan. No voy a tomar la típica postura ancestral sobre que lo que me enseñaron es lo correcto, la neta me daría mucho gusto que el español fuera más sencillo. Tratar de escribir adecuadamente en un teclado extranjero es más difícil que escribir chino sin errores.

La mejora en la ortografía podría ocurrir si, como cuando a mi abuela no le toleraban un mensaje mal escrito, todos fingiéramos demencia ante un comentario mal escrito en el facebook. Creo que estoy soñando, la gente dejaría de usarlo.

Mejor voy a tratar de ser menos fijado y me propondré aprender clave morse el otro año.