sábado, 31 de octubre de 2009

Colaboración El Columnista 301009


Mi colaboración de ayer en el periódico de Puebla El columnista. Un análisis de los distintos estudios de competitividad y sus conclusiones

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Poco competitivos por injustos

Las excursiones poblanas al DF están acompañadas de quejas sobre el tráfico, la contaminación, y el olor del Metro. Entre tantas diferencias hay un alivio: casi toda la comida poblana como el mole o los chiles en nogada pueden encontrarse. Lo único que no hay desde Indios Verdes hasta Tlalpan son los tacos árabes. En una ciudad que presume tener de todo, es un alivio para los poblanos poder presumir que los tacos árabes no entran al DF.

Las presunciones autóctonas buscan demostrar que lo mejor ocurre en la tierra propia. El presumido generalmente toma hechos sin números, ocasionando largas discusiones, aburridos monólogos o sangrientas peleas. El sabor de la comida y la belleza de las tradiciones dependen de percepciones sensoriales y son difíciles de medir. La comida mexicana podría ser la más sabrosa del mundo, dependiendo de si lo dice un mexicano o un italiano.

Otras discusiones toman hechos más cercanos a calificaciones escolares que a lo que dicen los sentidos. Para ello, determinar la grandeza de un lugar es complejo y requiere de conjugar variables sociales, económicas e institucionales. Una de las mediciones que más se han utilizado recientemente es la competitividad.

Desde un sentido público, la competitividad es la capacidad de una región o estado para atraer y conservar inversiones. Su lógica es sencilla e intuitiva, aunque no por eso controvertida. Ciertos factores incentivan las inversiones como la probabilidad de que no asalten el negocio, el número y costo de los permisos, el tiempo en que proveedor incumplido resarcirá el daño o la facilidad para encontrar empleados capaces.

Si alguien heredara millones ¿dónde invertiría ese dinero para generar más capital? ¿En Suiza o en Somalia? A pesar de que la respuesta es obvia, existe la posibilidad de que dos personas con buenos argumentos lleguen a conclusiones distintas. Alguien podría pensar que en un lugar con sueldos altos es más caro mantener el negocio, mientras que otro vería eso como señal de personas con mejor desempeño laboral. Lo importante es poder sistematizar las diferencias.

El Foro Económico Mundial elabora el Índice de Competitividad Global para determinar qué país es más competitivo. En 2009, México ocupó el mismo lugar que el año pasado: 60 de 133. Mientras en 1996 éramos el lugar 32, en menos de quince años, 28 países se volvieron más competitivos que nosotros. Países ante los cuales nos mostramos presuntuosos como Puerto Rico, Costa Rica o Panamá ya nos han superado.

Los gobiernos locales deben tener cierta responsabilidad. Hay tres independientes que miden la competitividad local en el país. Ellos son elaborados por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO) y la consultora Aregional. Difieren en su temporalidad, definición, sujeto de estudio y algunas variables, mas todos tratan de definir cuál región cuenta con las mejores condiciones para generar desarrollo.

Los resultados estatales 2009 de Aregional y el IMCO ubican a Puebla en el lugar 26 nacional. Sin embargo, mientras que para Aregional los principales problemas son las bajas tasas de crecimiento de las pymes, para el IMCO somos el estado con los jueces menos imparciales y la peor calidad institucional de justicia. Aunque las recomendaciones parecerían distintas están relacionadas entre sí. Un lugar que no garantice el respeto a los convenios frena el desarrollo de empresas.

Por su parte, el estudio del CIDE no mide entidades federativas sino regiones. La competitividad estatal delimita los problemas a gobiernos específicos, pero los inversionistas generalmente deciden basándose en tamaños de mercado y no en divisiones políticas.

La última medición del CIDE (2008) incluye una tabla que compara sus resultados con los estudios sobre ciudades del IMCO y Aregional. Si bien la forma de agrupar regiones es distinta para los tres casos, los resultados son interesantes. Las zonas metropolitanas de Monterrey, Chihuahua, Aguascalientes, Ciudad de México, Querétaro, Mexicali y Guadalajara aparecen con algunas variaciones entre los primeros quince lugares en los tres índices. Algo están haciendo bien. En el caso de la zona metropolitana de Puebla, ésta sólo aparecía en el estudio del IMCO en el lugar 15.

Algún poblano presuntuoso podría afirmar que el índice del IMCO es el más cercano a la realidad. Sin embargo, para la cuarta ciudad más habitada del país debería ser una obligación encontrarse en el top ten en cualquiera de los casos. Deberíamos presumir de la grandeza de Puebla por su capacidad para atraer inversiones respecto al resto del país y no sólo por los tacos árabes.

Algunos de estos estudios reconocen variables geográficas inalterables en su medición. Sin embargo, ciertas acciones para estimular las inversiones son responsabilidad directa de los gobiernos o municipios. Sólo falta un poco de voluntad.

Recientemente el IMCO publicó junto con el Banco Mundial el reporte Doing Business en México 2009 con una metodología mucho más específica. Al enfocarse sólo en la facilidad para hacer negocios y no en toda la competitividad excluye variables sociodemográficas y se centra en los tiempos y costos fijados por las leyes y reglamentos de cada estado. Finalmente una buena noticia. Según este reporte, Puebla hizo modificaciones que le permiten ocupar el primer lugar nacional en el indicador de menos días para abrir una empresa: doce.

Sin embargo, las bajas calificaciones en la facilidad para obtener permisos de construcción y hacer cumplir los contratos ubican a Puebla en el lugar 19 nacional. Los distintos estudios, tanto generales como particulares coinciden en un punto: los mecanismos de acceso a la justicia son caros, obsoletos y complicados, por lo que frenan nuestra competitividad.

La competitividad no es producto del azar o designio divino. Los gobiernos y las personas colaboran en todos los niveles para mantener las inversiones. Es necesario enfocarse en atacar los problemas más graves y en los que coinciden todos los estudios.

Mientras Puebla se convierte en una región o estado más competitivo los presuntuosos se conformarán con que ni en el DF, ni en Monterrey, ni en Aguascalientes hay tacos árabes.

jueves, 29 de octubre de 2009

Deseo frustrado por falta de genios o talento

Nunca terminaré de ver algunas películas ganadoras de Óscares . Antes de entrar a la primaria me llevaron al cine a ver “El último emperador”. La película fue mejor que un Valium. Me quedé profundamente dormido. La historia del niño emperador que ya no era emperador o que era manipulado nunca la conocí a la perfección. No fue la primera vez que fui al cine pero no recuerdo alguna ocasión anterior. No tuve un hermano mayor que estuviera más interesado en acordarse de ese tipo de detalles.

La primera película que mi hermana siete años menor vio en el cine fue Aladin en su versión Disney. No lloró ni se durmió. Incluso podría jurar que rió a carcajadas cuando el genio azul cantaba adentro de la caverna.

Creo que Disney fue injusto con ese magnífico cuento. Lo vulgarizó y arruinó que los niños se lo imaginaran. Antes de que saliera la película me encantaba soñar la historia en que súbitamente alguien llegaba a ofrecerme tres deseos. Hoy sólo veo a un sujeto azul cantando “Un amigo fiel”.

Antes de esa película siempre creí que de presentarse esa hipotética situación en que tuviera tres deseos pediría la paz mundial, que los niños comieran y alguna otra cursilería. Hoy sé que nadie va a llegar a ofrecerme tres deseos. No voy a plantearme el dilema moral de si hoy pediría poder, dinero o la paz mundial. Sin embargo, las últimas semanas tenía muy claro mi deseo.

Estas semanas deseé ganar un premio en un concurso que vi en el metro de Santiago. Los chilenos están enfocados en dos cosas: su bicentenario y que los ciudadanos participen en convocatorias. Por varios años han lanzado un concurso sumamente interesante: Santiago en cien palabras. Solicitan que todo escritor o pseudo escritor envíe un cuento sobre la vida en la ciudad en menos de cien palabras. El premio a los primeros lugares era sumamente atractivo (como 2000 dólares) y tenía una modalidad interesante. Si el letrado jurado consideraba que una historia no era tan buena había posibilidad de obtener un premio equivalente al primer lugar. Entre los once finalistas se otorgaría un premio especial al que tuviera más votos del público.

En los últimos años me he vuelto fanático de ese tipo de relatos. El reto de contar mucho en pocas palabras es mayor que quien se extiende por páginas y más páginas. No por ser relatos cortos deben de obviar el planteamiento, el desarrollo, el clímax y el final de toda buena historia. La mayoría deben tener un título atractivo, una historia común para la mayoría, un desarrollo seductor y un final cambiante. Demasiadas cosas en tan pocas palabras.

Nunca había escrito una historia en menos de cien palabras. Atraído por el premio decidí hacer el intento. Escribí algunos panfletos sobre lo que más me asombraba en la ciudad y los envié a la mejor escritora de cuentos cortos que conozco (thks CZ). Lo mandé después de recibir comentarios.

Esta semana fueron publicados los resultados. El azulado genio de Aladdin no se apareció. Sin embargo debo reconocer que los cuentos finalistas son demasiado buenos. Salvo dos o tres excepciones en las que me gustó más alguno de mis cuentos, el resto eran dignos de ganar y darme algunas arrastradas. Este es el link. Particularmente les recomiendo Uno a Cero, Moonwalker, Nuestra Mascota y Dos pares en mil.

Si bien no describen totalmente a la ciudad, creo son una gran prueba de que en este lugar hay talento y que no importa la edad. Uno de los finalistas tiene 17 años y otro 67. Sin embargo, no podría comparar el talento santiaguino con el de mi país o ciudad porque en el lugar de donde vengo estos concursos tienen poca difusión.

Dejo los dos cuentos que metí a concursar. Ojalá no les causen la misma hueva que cuando fui a ver “El último Emperador” y que no se queden profundamente dormidos.


La mejor postal

Negro ha vivido en la calle desde que nació. Los santiaguinos son bondadosos y su empleo consiste en mirarlos amistosamente para conseguir alimento. No hace falta una casa: hay muchos parques donde pasar la noche.

Tenía mucho que no pasaba por O’Higgins y tenía mucho que no se sentía tan feliz. Le regalaron dos bolas de helado bañadas en chocolate. Disfrutar un día caluroso comiendo helado es un placer que los vagabundos pocas veces presumen. De repente un flash le ciega la vista.

Un turista mexicano le dice a su esposa: “Mira qué buena foto: un perro comiendo helado”.


Fin de viaje

Café con piernas, Plaza de armas, Parque O’Higgins, La Piojera, Parque Forestal, Río Mapocho, Transantiago, Pisco, Paseo Estado, Bellas Artes, Parque de los Reyes, Charquicán, Bellavista, Mariscos en Mercado Central, Parque Metropolitano, Torre Entel, La Chascona, Paseo Ahumada, Cerro Santa Lucía, Barrio Brasil, Cerveza Escudo, Estación Mapocho, La Moneda, Terremotos, Carabineros en motocicleta, Maura Rivera, Paseo Huérfanos, Sopaipillas, Plaza Italia, Parque Arauco, Perros gordos, Cerro San Cristóbal, Los Andes, Maní confitado, Blanquita Nieves, Catedral, Estadio Nacional, Barros jarpa, U. de Chile, Carabineros en caballo, Mercado persa, Pololos besándose sobre el césped.

Podemos irnos. Creo ya hemos visto casi todo, amor.

martes, 27 de octubre de 2009

Monopolio de revendedores

Una de las mayores molestias son los vendedores que te entregan cosas que no pediste. Violentan tu libertad de elección, te tratan como tonto y dicen mentiras. Aunque algunos crean que los regalos no causan daño, algunos llegan como dádiva y no como parte de tu elección. Como cuando Telmex era la única compañía y “regalaba” descuentos. Cuando hace unos quince años entraron Avantel y compañía, la competencia le hizo dejar de dar descuentitos que a nadie le importaban.

El primer acercamiento de la mayoría con la vulneración de su libertad de elección ocurre cuando sus padres, para desquitar complejos o viejas aficiones, los llevan obligatoriamente a clases que no querían tomar.

Cuando era niño nunca tomé clases ni cursos de nada que atentara contra mi voluntad. Sólo tomé clases de Tae Kwon Do porque las tortugas ninja estaban de moda y parecerme a ellas era una obligación infantil. Mi experiencia taekwondoína fue breve por mis habilidades. En dos meses de clases llegué a Cinta Blanca Avanzada, un absurdo que inventó el profesor para que los padres siguieran pagando por los alumnos reprobados que sólo querían jugar a ser Tortugas Ninja.

Casi todos los niños que conocía tomaban clases de algún instrumento musical. Creo que fui la excepción y ni siquiera llegué a Cinta Blanca básica en guitarra o violín. Mi carrera musical empezó y culminó cuando la maestra de kínder me dio un triángulo para la pastorela.

Sospecho que este alejamiento de los instrumentos hizo que nunca le guardara fidelidad absoluta a algún género, grupo o cantante musical. Puedo escuchar a Luis Miguel durante semanas, después oír sólo canciones de La Gusana y continuar con Oasis, Magneto, Lordi, Silvio, Sabina, Kaba, la Sonora Dinamita o los Beatles. Mi oído es muy democrático o muy poco selectivo.

Mi versatilidad en gustos ocasiona que vaya poco a conciertos. Incluso podría contar con los dedos a todos los que he ido en mi vida: Michael Jackson, Silvio, Sabina y Serrat (los dos en uno), y otro que merece una explicación aparte. Durante la preparatoria organizamos un concierto de Benny Ibarra para recaudar fondos para la graduación (rían lo que quieran).

La venta de boletos para el concierto de Benny resultó más difícil de lo que esperábamos. Pocos querían pagar 200 pesos para escuchar sus más grandes éxitos en uno de los lugares más exclusivos de Puebla. Hoy, a siete años de distancia, el choro que decíamos suena aún más falso que antes. Sin embargo, algunos finales no son lo que uno espera. El lugar se llenó y pudimos recaudar más dinero del esperado jugando a vender boletos. Entendí por qué había tantos revendedores.

Los sistemas de venta de boletos para espectáculos son uno de los mejores negocios. La publicidad de la empresa la hacen los mismos eventos. Al final la empresa no absorbe las críticas si el concierto fue malo, ni penalización si al cantante le dolía la muela y no salió. El fin de semana más álgido por la contingencia de influenza en el DF ya tenía boletos para el Chivas- Pumas. El juego se canceló y me regresaron el costo de mi boleto, aunque los 30 pesitos de cargo por servicio de Ticketmaster se perdieron. Mejor dicho, se los ganó Ticketmaster.

Por este tipo de abusos varias veces me he prometido nunca volver a comprarle a Ticketmaster. Cumplir mi promesa sería dejar de ver a las chivas y eso simplemente no podrá ser. Tendré que siempre comprarle al monopolio.

La semana pasada comencé a escuchar a The Killers por alguna extraña coincidencia y recordé que había visto publicidad sobre un concierto suyo en Santiago de Chile. No sabía si faltaban pocos o muchos días pero sin duda estaba recibiendo una señal. Busqué en las páginas de internet de ticketmaster y feriaticket, las más populares del país. También en el de la Arena Movistar, donde se hacen todos los conciertos. No encontré nada. La señal que había recibido no me decía que fuera. Me gritaba un “eres un Idiota, ya fue el concierto”. Antier el grito cambió y supe en el Metro que hay una tercera compañía surtidora de boletos: puntoticket.

En México me he quejado de que Ticketmaster es un monopolio para ciertos espectáculos. La teoría económica elemental dice que los monopolios ocasionan precios altos en comparación a cuando hay competencia. Cuando el bien lo dan entre pocas empresas el tipo de mercado es un oligopolio en que el precio sigue siendo caro.

La venta de boletos chilenos simula un oligopolio o competencia cuando en realidad hay tres grandes monopolios. Nadie vende entradas para los eventos de otra compañía. Dependiendo de quién venda los boletos, uno debe acudir a la tienda departamental que corresponda. Lo que debería ser más sencillo se vuelve complicado para el cliente.

El Edén para el consumidor sería si pudiera comprar mi boleto en cualquiera de las tres compañías, que entre ellas compitieran para tener la comisión más baja o la más alta pero el mayor número de oficinas, los boletitos más resistentes, etc. A los clientes les conviene más tener miles de revendedores dispuestos a bajar el precio de su comisión que tres empresas que simulan competencia y que cobran lo que quieran como su comisión. En cambio tienen un monopolio de varios revendedores pero que se distribuyen los boletos.

Antes de comprar el boleto, hablé a la Movistar Arena para preguntar si podría comprarlos en taquilla y ahorrarme el pago de la comisión. Una señorita me dijo casi riéndose: “Caballero, los boletos se pueden comprar en las taquillas de la Arena únicamente el día del concierto pero corre el riesgo de que se hayan agotado”. Un absurdo.

Hoy mis boletos están guardados en el cajón de mi cuarto. Incluso a varios kilómetros de distancia, cedí a los malditos monopolios que me obligan a siempre ajustarme a sus precios.

Quizás mi reclamo debería ser al hecho de que nunca me obligaron a tomar clases de nada. Al menos pude haberme acostumbrado a que alguien más decidiera por mí.

sábado, 24 de octubre de 2009

Colaboración semanal


Mi colaboración que salió ayer en el periódico de Puebla "El Columnista". Se aceptan todo tipo de críticas y comentarios, sin importar si éstas son ácidas o atacan a la yugular. Todas son útiles para mejorar.

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Señales en el camino

Muchos municipios poco funcionales


Cuando iba en segundo de primaria la maestra nos hizo memorizarnos el nombre y ubicación de las 32 entidades federativas. La clase no continuó con el mismo ejercicio para cada municipio poblano. El examen final consistió en escribir el nombre de cada una de las siete “regiones” de Puebla en un mapa. Nunca más nos volvió a hablar de los municipios ni de esas regiones.

En las primeras democracias los iguales elegían al más capaz como gobernante. El pueblo trataba de escoger al más bello o inteligente para que condujera los destinos públicos de los particulares y les garantizara un mejor futuro. Actualmente escoger representantes también guarda la exigencia de que el elegido sea parecido a la población y que conozca sus problemas.

Ambas visiones pueden ser antagónicas. La primera -el virtuoso- prepondera la búsqueda de soluciones, mientras la segunda -el paisano- el conocimiento de las causas. El equilibrio perfecto ocurre cuando el elegido sabe por qué algo está mal y qué hace falta para mejorarlo. Una mezcla perfecta entre historiador y profeta. Difícilmente nos topamos con alguien así. Incluso en democracias consolidadas, la gente se conforma con alguien que no sea un paisano virtuoso.

A pesar de que Puebla es el quinto estado con mayor número de habitantes, somos el segundo con más municipios: 217. Las maestras no nos enseñan sus nombres ni ubicación por falta de tiempo.

Un mayor número de municipios podría provocar más alcaldes paisanos que virtuosos. Para determinar si esto ocurre en Puebla, intenté encontrar el último grado de estudio de cada alcalde. Fue imposible. Lo más cercano fue un directorio del Gobierno del estado, que reporta que sólo 53 alcaldes culminaron su educación superior. Solamente el 24% de los municipios poblanos son gobernados por alguien que terminó una carrera. En Baja California, el estado con menos municipios, los cinco alcaldes fueron a la universidad y en las 16 delegaciones del DF sólo dos candidatos electos no cuentan con estudios universitarios.

Podría exigirse un mínimo de preparación a los candidatos a alcaldes, pero es una práctica riesgosa en un país tan desigual. En México muchos abandonan la escuela no por falta de talento, sino de oportunidades. Por otra parte, la honestidad no está relacionada al historial académico. Alguien que se quiera enriquecer del presupuesto puede haber sólo llegado a segundo de primaria o tener un doctorado. La vacuna contra la corrupción no se encuentra en las aulas.

Sin embargo, toda buena intención de progreso necesita cierta dosis de técnica. Casi cada municipio de Puebla cuenta con infinidad de leyendas sobre algún alcalde que colocó pavimento antes del drenaje, que mejoró la cancha de basquet en vez de componer el centro de salud o que puso semáforos para ordenar el tránsito de los burros y las mulas.

En el país se han emprendido políticas para fortalecer los municipios y así mejorar desde lo local, tanto la participación como la economía. Sin embargo, la descentralización ha olvidado la composición de ciertos municipios trayendo no falta de recursos sino despilfarro. En 2008, Excélsior reportó que en el municipio más pobre de Guerrero, el alcalde gastó 16 millones en un nuevo palacio municipal y no invirtió un solo peso en agua potable o drenaje. Por otro lado, un estudio del Instituto Mexicano de la Competitividad señaló que entre 2001 y 2007 los gobiernos municipales de todo el país aumentaron en 68% su gasto en burocracia.

Un elevado número de municipios también es oneroso para el resto de la población, ya que implica mantener estructuras paralelas con poco margen de acción. En Puebla hay 217 cabildos, cientos de regidores con pocas facultades, 217 cuentas públicas por revisar por parte del Congreso y debería de haber 217 oficinas de acceso a la información pública (de acuerdo a la Ley aprobada). Se pagan muchos salarios con dinero público en puestos de poca trascendencia.

El número de municipios también dificulta el análisis objetivo y externo. ¿Cuándo fue la última vez que supimos que algún ayuntamiento del interior del Estado desarrollaba un buen programa? El debate se hace en los otros órganos de gobierno, pero no fluye hacia la sociedad. Un menor número de municipios haría funcionar mejor a Puebla. Los medios, los políticos y la sociedad podrían centrarse más en el cómo se utilizan los recursos y los programas de gobierno.

Técnicamente el Congreso del Estado está facultado para reducir el número de municipios. Dicha decisión sería sumamente costosa, pero no por eso debería omitirse un análisis bajo al menos dos criterios: el tamaño y la funcionalidad de cada municipio.

Los municipios tienen las mismas facultades, pero sus alcances, responsabilidades y composición distan mucho entre sí. Mientras la capital es el cuarto municipio más poblado del país, hay otros seis municipios con menos de mil habitantes y que juntos ni siquiera llenarían la mitad de la Explanada del Complejo Cultural Universitario. Blanca Alcalá le responde a 3,427 veces más ciudadanos que Adolfo Flores, alcalde de La Magdalena Tlatlauquitepec.

Por otra parte, una función de cualquier gobierno es hacerse de recursos para emprender acciones. Si bien el sistema mexicano dificulta que los municipios se hagan de ingresos propios, parece que algunos se niegan a hacerlo. De acuerdo con datos del año 2006 del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal, mientras en el Edo. De México el promedio de recaudación de predial es de 15 millones de pesos por municipio, en Puebla es de sólo 1 millón y medio. En ese mismo año, mientras el municipio de Puebla recaudó 186 millones de pesos en ese rubro, los municipios de Chinconcuautla, Eloxochitlán y Pahuatlán no recaudaron un solo peso. Más allá del grado de marginación que enfrente, es inviable que un gobierno trabaje así.

Analizar la pertinencia y funcionalidad de cada municipio sería una forma en que se podría mejorar la calidad de vida de los habitantes. Si no se plantea alguna nueva modalidad a mediano o largo plazo, el estado seguirá contando con municipios con poco margen de acción, acciones intrascendentes, gastos onerosos, mucha burocracia y nula recaudación.

No analizar si conviene dejar los cientos de municipios alentará las leyendas sobre las ocurrencias de sus presidentes. Puebla seguirá contando con alcaldes paisanos y no virtuosos. Las maestras de segundo de primaria seguirán sin enseñar sobre los municipios por falta de tiempo.

jueves, 22 de octubre de 2009

Recuerdo a Victor y Ali

En mi casi cuarto de siglo he conocido mucha gente. Conforme pasen los meses y los años me he dado cuenta de que a muchos no los volveré a ver. No es presunción, tampoco un lamento, ni siquiera un testamento.

La primera vez que murió alguien cercano a mí fue la persona que más quise y a la que más extraño. La segunda ocurrió unos meses después, muriendo en esa ocasión el segundo ser al que más quise y el segundo al que más extraño. Aún hoy les sigo llorando. El fantasma de la muerte se alejó, pero la probabilidad indica que conforme más viejo me haga, mis conocidos envejecerán y entre más viejos conozca, más muertos se aparecerán.

Durante este mes me enteré de la partida de dos personas. Nunca tan cercanas como las muertes más dolorosas de mi vida, pero lo suficientemente cerca como para dañar al corazón. Uno no imagina que al conocer a alguien éste se irá. Mucho menos si se ve de tu misma edad y tú apenas tienes 24 años. Las primarias no enseñan que debemos de morir sino alientan el sufrimiento haciéndonos crear lazos con los demás. En Un Mundo Feliz, la muerte no era motivo de sufrimiento. A los niños les daban dulces cuando alguien moría. Una descripción sobre la irrefutable verdad de que el mundo debería estar de fiesta cuando cualquiera muere.

Alí murió en una tragedia. Al terminar su fiesta de cumpleaños su novio la apuñaló y después intentó suicidarse. Un crimen tan canalla como el de Caín a Abel, el homicidio más repudiado del mundo. Caín, al igual que el novio de Alí, se aprovechó de que su víctima lo estimaba. En las guerras, muchos dicen que las muertes no son un delito sino un daño colateral. En los ataques terroristas las muertes son un crimen. Mientras el muerto por guerra sabía que podía morir, al otro le llegó por sorpresa. El terrorismo y los cainismos merecen un escupitajo por la falsedad de sus intenciones y por la falta de hombría para decir te odio en vez de te amo.

Alí bailaba música electrónica y acompañaba a Erick, su hermano, a muchas fiestas. La conocí en una fiesta en la casa donde Erick vivía con otros 6 ó 15 amigos, dependiendo del día y la hora en que fueras. Muchos de mis colegas convivieron mucho más que yo con ella. No por eso dejo de sentirme mal por su familia y sus amigos. Me entristece que el novio pueda evitar la cárcel por el corrupto sistema judicial mexicano. Ningún Caín debería estar libre, pero parece que en México los Caínes andan sueltos si su hermano fue diputado. Hay un grupo en facebook. Ojalá todos los que lean esto se unan para exigir justicia.

De Victor puedo contar más cosas de su vida que de su muerte. No sé cómo murió, pero lo conocí desde que iba en la primaria. Su rostro blanco y con ciertas pecas lo ataron toda su vida a un apodo que parecía albur: el huevo. En la primaria y secundaria jugaba fútbol, era zurdo y usaba shorts más cortos que los demás. Una anécdota que hoy suena chistosa, pero que en la secundaria lo era aún más.

Creo que fue en la secundaria cuando dejó de ser aplicado para entregarse al desmadre. Aunque suene catastrófico, no era así. No era de los que destrozaba a alguien más con tal de generar risa. Su desmadre fue siempre inocente y alegre.

En la prepa cada año había una fonomímica. Mientras algunos la veían como EL momento para demostrar a todos sus habilidades dancísticas, para otros era LA ocasión para parodiar y generar risa. Huevo y sus amigos lo veían de la última manera. No recuerdo ninguna presentación como la de ellos. Se disfrazaron como los changos de Bloodhound Gang y se llevaron una gran ovación.

Un año después retomaron a sus personajes para la campaña del Consejo de Alumnos. Si la política mexicana es un circo, las campañas de nuestra prepa eran un mini circo en el que había mariachis, luchadores, gorditas, comida, concursos y grupos de rock. El evento más exitoso de nuestra planilla no fue cuando rifamos ositos de peluche. Todo buen circo necesita de estrellas y para el segundo día de las campañas, Huevo y sus amigos se pusieron nuevamente sus disfraces de changos. Había que contrarrestar la botarga de pollo que había llevado la otra planilla y que había causado furor. En un descuido del pollo, los changos lo aventaron al suelo. Al día siguiente nuestra planilla ganó. Nunca había pensado que quizás el Huevo-Chango tirando al pollo era una premonición de lo que pasaría al otro día.

Después de la prepa le perdí la pista. Aunque recuerdo un día que fue mi salvación: una amiga y yo lo encontramos en el Sanborns donde trabajaba en Puebla y le pedimos que nos prestara unas monedas para completar para nuestros cigarros. Ese día fumamos mucho a su salud. Supe que se fue a España y la mente me juega malos momentos, pues no recuerdo cuándo fue la última vez que lo vi.

La verdad les tengo mucha envidia y les pediría que mandaran saludos a Lidia y a Juan. Seguro están mejor hoy que todos nosotros en este mundo lleno de nuevos impuestos y de luchas diarias. En este mundo de espíritus con cuerpo nos queda seguir luchando para que se haga justicia en el caso de Alí y para que todos los días seamos tan alegres como el Huevo.

Con mucho cariño a ambos.

Descansen en paz