jueves, 29 de octubre de 2009

Deseo frustrado por falta de genios o talento

Nunca terminaré de ver algunas películas ganadoras de Óscares . Antes de entrar a la primaria me llevaron al cine a ver “El último emperador”. La película fue mejor que un Valium. Me quedé profundamente dormido. La historia del niño emperador que ya no era emperador o que era manipulado nunca la conocí a la perfección. No fue la primera vez que fui al cine pero no recuerdo alguna ocasión anterior. No tuve un hermano mayor que estuviera más interesado en acordarse de ese tipo de detalles.

La primera película que mi hermana siete años menor vio en el cine fue Aladin en su versión Disney. No lloró ni se durmió. Incluso podría jurar que rió a carcajadas cuando el genio azul cantaba adentro de la caverna.

Creo que Disney fue injusto con ese magnífico cuento. Lo vulgarizó y arruinó que los niños se lo imaginaran. Antes de que saliera la película me encantaba soñar la historia en que súbitamente alguien llegaba a ofrecerme tres deseos. Hoy sólo veo a un sujeto azul cantando “Un amigo fiel”.

Antes de esa película siempre creí que de presentarse esa hipotética situación en que tuviera tres deseos pediría la paz mundial, que los niños comieran y alguna otra cursilería. Hoy sé que nadie va a llegar a ofrecerme tres deseos. No voy a plantearme el dilema moral de si hoy pediría poder, dinero o la paz mundial. Sin embargo, las últimas semanas tenía muy claro mi deseo.

Estas semanas deseé ganar un premio en un concurso que vi en el metro de Santiago. Los chilenos están enfocados en dos cosas: su bicentenario y que los ciudadanos participen en convocatorias. Por varios años han lanzado un concurso sumamente interesante: Santiago en cien palabras. Solicitan que todo escritor o pseudo escritor envíe un cuento sobre la vida en la ciudad en menos de cien palabras. El premio a los primeros lugares era sumamente atractivo (como 2000 dólares) y tenía una modalidad interesante. Si el letrado jurado consideraba que una historia no era tan buena había posibilidad de obtener un premio equivalente al primer lugar. Entre los once finalistas se otorgaría un premio especial al que tuviera más votos del público.

En los últimos años me he vuelto fanático de ese tipo de relatos. El reto de contar mucho en pocas palabras es mayor que quien se extiende por páginas y más páginas. No por ser relatos cortos deben de obviar el planteamiento, el desarrollo, el clímax y el final de toda buena historia. La mayoría deben tener un título atractivo, una historia común para la mayoría, un desarrollo seductor y un final cambiante. Demasiadas cosas en tan pocas palabras.

Nunca había escrito una historia en menos de cien palabras. Atraído por el premio decidí hacer el intento. Escribí algunos panfletos sobre lo que más me asombraba en la ciudad y los envié a la mejor escritora de cuentos cortos que conozco (thks CZ). Lo mandé después de recibir comentarios.

Esta semana fueron publicados los resultados. El azulado genio de Aladdin no se apareció. Sin embargo debo reconocer que los cuentos finalistas son demasiado buenos. Salvo dos o tres excepciones en las que me gustó más alguno de mis cuentos, el resto eran dignos de ganar y darme algunas arrastradas. Este es el link. Particularmente les recomiendo Uno a Cero, Moonwalker, Nuestra Mascota y Dos pares en mil.

Si bien no describen totalmente a la ciudad, creo son una gran prueba de que en este lugar hay talento y que no importa la edad. Uno de los finalistas tiene 17 años y otro 67. Sin embargo, no podría comparar el talento santiaguino con el de mi país o ciudad porque en el lugar de donde vengo estos concursos tienen poca difusión.

Dejo los dos cuentos que metí a concursar. Ojalá no les causen la misma hueva que cuando fui a ver “El último Emperador” y que no se queden profundamente dormidos.


La mejor postal

Negro ha vivido en la calle desde que nació. Los santiaguinos son bondadosos y su empleo consiste en mirarlos amistosamente para conseguir alimento. No hace falta una casa: hay muchos parques donde pasar la noche.

Tenía mucho que no pasaba por O’Higgins y tenía mucho que no se sentía tan feliz. Le regalaron dos bolas de helado bañadas en chocolate. Disfrutar un día caluroso comiendo helado es un placer que los vagabundos pocas veces presumen. De repente un flash le ciega la vista.

Un turista mexicano le dice a su esposa: “Mira qué buena foto: un perro comiendo helado”.


Fin de viaje

Café con piernas, Plaza de armas, Parque O’Higgins, La Piojera, Parque Forestal, Río Mapocho, Transantiago, Pisco, Paseo Estado, Bellas Artes, Parque de los Reyes, Charquicán, Bellavista, Mariscos en Mercado Central, Parque Metropolitano, Torre Entel, La Chascona, Paseo Ahumada, Cerro Santa Lucía, Barrio Brasil, Cerveza Escudo, Estación Mapocho, La Moneda, Terremotos, Carabineros en motocicleta, Maura Rivera, Paseo Huérfanos, Sopaipillas, Plaza Italia, Parque Arauco, Perros gordos, Cerro San Cristóbal, Los Andes, Maní confitado, Blanquita Nieves, Catedral, Estadio Nacional, Barros jarpa, U. de Chile, Carabineros en caballo, Mercado persa, Pololos besándose sobre el césped.

Podemos irnos. Creo ya hemos visto casi todo, amor.

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