jueves, 30 de julio de 2009

Sueño de niño

Los recuerdos de cuando uno tiene 9 años no son tan confiables. Entre la imaginación de un niño, lo que se vive, se recuerda y lo que se cuenta hay abismos de varios kilómetros. Al pasar el tiempo, las distancias entre tiempos se vuelven cada vez menos nítidas y mucho menos rígidas: a los 20 ya da igual si se tenían 8, 9, 10 u 11 cuando se cuenta una anécdota. A los 30 se rememoran las situaciones bajo el espectro temporal de la niñez y no con una cita específica.

En esta historia me siento particularmente engañado por mi mente. Siempre me he ufanado de tener una buena memoria, pero cuando tenía esa edad los días eran tan largos, las tardes tan iguales y los problemas tan pequeños que las referencias se confunden. Los puntos de quiebre entre recuerdo y recuerdo aparecen divididos por eventos extraordinarios: la enfermedad de algún compañero, la muerte de alguno de mis padres, la primera vez que fui primer lugar en el salón (ñoño, i know), el cumpleaños donde hubo maquinitas en el jardín y el único concierto al que me llevó mi madre.

Antes de que cumpliera los nueve años mi país se detuvo. La televisión, radio y prensa mexicana enloquecieron y la población se contagió con la cobertura dada a la visita de la persona más famosa del planeta. Michael Jackson daría cinco conciertos en el estadio del orgullo nacional, tanto por el nombre que recuerda una sociedad gloriosa que desapareció, como por las fábulas y mitos occidentales creados en torno a él. El más grande artista en el más grande recinto.

Durante los días en que salieron a la venta las entradas para los primeros conciertos, mis padres estaban molestos conmigo. No recuerdo la razón, pero seguramente les rezongué, le hice alguna maldad a mi hermana, no quise bajarle el volumen a la tele o no me comí mi cereal. En mi pequeño mundo todo salía mal. No asistiría al concierto más esperado del año y muchos de mis compañeros de la primaria estarían presentes porque ya tenían boletos. Al final la buena suerte me sonrió, se abrió una nueva fecha y mi madre me llevó de mi provinciana ciudad al gran estadio para al gran espectáculo.

Del concierto recuerdo muy poco. La zona donde nos tocó sentarnos se encontraba sobre la cancha, casi al ras del escenario. En el momento en que salió Michael Jackson, todas las personas de las filas frente a nosotros se levantaron sobre sus sillas. Mis 160 centímetros fueron insuficientes para alcanzar a ver el show. Deambulamos durante gran parte del concierto buscando encontrar un lugar donde pudiéramos disfrutar del espectáculo. No recuerdo que hayamos tenido éxito. Vagamente recuerdo que al finalizar, Michael salió del escenario en un cohete, aunque no sé si eso ocurrió en el estadio azteca o en mi sueño durante el autobús de regreso.

No sé si se repita que tanta gente llore por la muerte de un pederasta. El mundo se compadecía de él porque este hombre no había tenido niñez, como si el que haya sufrido justifica el sufrimiento ajeno. Debe ser difícil ser la persona más popular del mundo pero esto hizo que el planeta le perdonara sus abusos. Sin embargo, si algo debe reconocérsele es el cambio que dio durante el ocaso de su carrera. En vez de cantar las mismas tonterías como el horror de una noche de halloween, las agresiones entre pandillas o deseo sexual repugnante, parte de sus canciones buscaban recuperar aquellos sueños de niñez que olvidamos: paz mundial, comida para el pobre, mejorar al mundo empezando por el hombre que cada uno ve en el espejo e indignación ante la injusticia.

Cuando tenía nueve años soñaba con eso y cantaba sus canciones entendiendo muy poco del mensaje (no hablaba inglés aún) y sin saber lo difícil que sería continuar soñándolo. La vaguedad de recuerdos no me hacen confiar en que haya sido un gran fan, así como tampoco me ufano de serlo. Sin embargo, sí me habría encantado ser un eterno peter pan. Aunque claro, sin abusar de niños.

lunes, 27 de julio de 2009

Ya lo pasado, ¿futuro?

El trabajo de los adivinos está desprestigiado. Nadie que quiera vivir de predecir el futuro se autodenomina como tal. Se han nombrado científicos, consultores, licenciados, asesores: gente seria, de ciencia, con conocimientos herramientas para asegurar ante los demás que sus dichos no son charlatanería.

El hombre vive obsesionado con el futuro. Quizás esa obsesión venga por nuestro miedo a la muerte. Preferimos saber qué va a pasar antes de que alguien junto a nosotros no regrese jamás. Nos aterroriza la incertidumbre y nuestro fundamento como seres racionales parece ser conocer el futuro.

Imagino a un cavernícola en su cueva gimiendo porque acaba de mojarlo la lluvia. Repentinamente recuerda los momentos previos a su desgracia. Un fuerte viento azota el valle en el que vive. Pasan unos minutos y aquello que se encuentra en el río cae desde el cielo. Comienzan las especulaciones: qué fue lo que pasó? Subió el río al cielo? Tiré un hueso y el dios de los huesos se enojó conmigo aventándome agua? El agua del río se evaporó, formó nubes y la estática provocó la lluvia? Demasiadas respuestas posibles.

El método científico nos ha permitido tener un mundo más controlable o menos inesperado. Sin embargo, a veces olvidamos que la ciencia utiliza al pasado para predecir el futuro. Si bien es nuestra única herramienta ya que no podemos usar al futuro porque aún no pasa ¿es esto válido? Los hombres modernos olvidamos que no del todo. Todo es una aproximación a lo que puede pasar pero nunca una garantía. El futuro es indescifrable porque en él reside la existencia de los dioses en un mundo creado por ellos o inventado para que siempre existan.

Las variables de este mundo son incontrolables: el estado del tiempo se dicta en probabilidad, se vota por un candidato creyendo que nos traerá el progreso si es más preparado y apostamos por un equipo de fútbol que ha tenido un desempeño sobresaliente el último mes. Olvidamos que el 65% de probabilidad de lluvia es un 35% de que no llueva, que alguien con muchos estudios o experiencia puede saber mucho sobre cómo robar sin que los demás se den cuenta y nuestra apuesta olvida la juerga de los jugadores, la corrupción en el técnico o el exceso de confianza.

El pasado es nuestra herramienta más cercana al futuro. Un candidato se presenta con un historial limpio, diciendo que no ha robado o que ha realizado muchas cosas: ¿eso garantiza que no robará o que realizará más acciones si gana la elección? De ninguna manera. Nadie en México votaría por Bejarano pensando en que volverá a meter el dinero en maletas, siendo que podría apostar a que ello no ocurrirá jamás.

El mundo actual se parece mucho al del cavernícola que se inventaba recetas para que no le pasara lo inesperado, sólo que ahora tiene menos misticismo y es más aburrido.