lunes, 12 de octubre de 2009

Bailando cambian las cosas

En las primarias las maestras están obsesionadas con poner a los niños cantar y bailar. Quizás sea para aumentar la felicidad de los padres y éstos paguen alegremente la colegiatura o colaboren voluntaria y onerosamente para el material de las presentaciones.

En México los bailables infantiles no buscan enseñar a bailar. No tienen por qué hacerlo. Si dejara de zapatearse de manera distante el jarabe tapatío y los niños aprendieran a bailar salsa, tango, cumbia o huaracha, la sociedad conservadora exigiría el retiro inmediato de la actividad. El baile sería un instrumento del pecado y una bomba a la unidad familiar. Algunas escuelas privadas podrían buscar clientes: “En esta primaria enseñamos inglés, computación y no tenemos bailables”.

En los bailables, los padres orgullosos incluso faltan al trabajo para ver a su hijo hacer el ridículo. Antes de mi boda hicimos una revisión a la biblioteca de videos caseros para ver qué material podría incluirse en el video. Entre el apogeo tecnológico de poder grabar los mejores momentos de su familia usted mismo, que se vivía en los 90s y el hecho de ser el pequeño primogénito de mi madre, el material fílmico era amplio. Las burlas, casi veinte años después, también lo fueron. Todos reían de lo bonito que me veía, como si la belleza efectivamente causara gracia.

Entre más pequeños sean los niños, más bonitos se ven. Entre menos se puedan mover y más se equivoquen, más ternura y emoción provocan a la tribuna. El mundo premiando el esfuerzo y no la habilidad. Una envidia para los adultos fracasados. En muchos casos, para que los pequeños mejoren su desempeño dancístico y no lloren, los padres y maestros se mueven frente a ellos. Casi nunca logran su cometido y el movimiento preescolar continúa siendo torpe.

No importan los gritos de apoyo, los cuales pueden ser venenosos y provocar la desconcentración de algunos niños. A una de las pocas presentaciones que fui de mi hermana cuando era pequeña, varios de sus compañeros comenzaron a llorar. Pareciera que ver a su mamá bailando “Hasta luego cocodrilo” les pareció tan ridículo que los orilló al llanto. En su grito enunciaban una frase disfrazada: “Deja de hacer eso mamá, me pones en vergüenza frente a mis compañeros”

Hace una semana fui al estadio para ver el Clásico chileno: Colo Colo vs Universidad de Chile. Al diferencia de un bailable, en lo que más me fijé no fue en el desempeño descoordinado de los equipos, sino el comportamiento de la tribuna.

En Sudamérica parece que los bailables que enseñan en la primaria sí sirven para algo. El estadio canta y baila durante todo el partido. La porra de la U de Chile es magnífica por su coordinación corporal y vocal envidiable con una dicción casi perfecta. Algunos de sus cánticos son iguales que los de otros lugares del mundo (como el dale O, dale león, pongan huevos, moja la camiseta, etc.), pero otros son ataques directos al Colo Colo. Cuentan la historia de sus campeonatos incluyendo detalles anecdóticos, alaban a sus ídolos que ya no juegan (como el Matador Salas) y se enarbolan diciendo que el estadio colocolino estará más moderno pero que su hinchada no tiene pasión.

La porra del Colo Colo también canta, aunque lo hace más reservado. A pesar de jugar como local y tener las tres cuartas partes del estadio con sus seguidores, sus cánticos se escuchaban como un susurro. Como el padre tímido que no quiere gritarle a su hijo para que baile mejor. En la porra del Colo Colo todos cantaban pero lo que decían era indistinguible. Algunas palabras las pronunciaban mal, en otras la rima nunca llegaba. Finalmente eso jugó a nuestro favor: pudimos fingir nuestro canto para evitar que alguien nos acusara de apoyar a la U.

La primera vez que fui a un estadio tenía como 8 años. Fui a ver un Puebla- Atlas. La imagen es borrosa y sólo recuerdo a dos enemigos directos: un delantero pelón llamado Ubaldi en el Atlas y el portero fuera de serie del Puebla apellidado Rabajda. Durante un tiempo me volví un fanático sin alma ni pasión por el equipo: iba al estadio a apoyar a las chivas contra el puebla y al puebla contra el América. Los demás dieciséis juegos no me importaban. Muchos pensaban como yo, pues el estadio sólo se llenaba esos dos partidos. En México nunca he visto mejores cánticos que en los estadios chilenos. Ni en el desfile bailable del 5 de mayo en Puebla.

En Chile no vi a ningún niño durante el camino, ni en el estadio. Ese día nadie vivió el entusiasmo que tuve cuando fui a ver el Puebla- Atlas. Agradecí incluso ir solo con un amigo y sin mi mujer. El camino era hostil ocasionado en gran medida porque al interior del estadio no venden cerveza. Los aficionados llegaban ahogados en alcohol al partido. Hubo varios espectáculos desagradables que no pude olvidar con alcohol durante el juego.

En el trayecto al estadio cierran todas las calles aledañas. Cuando aún faltan varias cuadras para llegar, muchos borrachines tienen necesidad de orinar. Sin embargo, la policía reprende a los meones que se paren en alguna esquina o terreno baldío. Con la pinga de fuera, muchos terminan orinando mientras caminan o caminando mientras orinan. Cuestión de enfoques.

En general los chilenos son más reservados que los mexicanos. Sin embargo, los insultos en el estadio tienen mayor carga sexual. Nada de qué asustarse, pero genera sorpresa en este país. Dispersos en todo el estadio, durante el entretiempo varios aficionados al Colo Colo hacen un hallazgo: todos los de la barra de la U son maricas y les gusta caer en sus grandes penes colocolinos. Al menos eso dicen los pasos de baile que hacen con los miles de globos alargados negros que trajeron exclusivamente para demostrarlo. Los de la U acusan que en realidad son los colocolinos los que caen sobre los globos rojos que ellos portan . La confesión cantada de una porra a la otra parece más bien una confesión de amor y necesidad mutua. Una declaración donde no importa quién caiga sobre quién, la anuncian cantando, bailando y con globos. Sólo faltan los chocolates para completar la postal de día de San Valentín.

Como en todo el mundo, el futbol es una válvula para alimentar viejas rencillas y darles forma. Te odio no por rico, sino porque le vas al Colo colo. Detesto a los de tu barrio no porque esté lleno de asaltantes, sino porque son de la U. Las frases políticamente incorrectas llevadas al estadio para un juego donde nadie de la tribuna podrá hacer algo para evitar que el portero se coma el gol. Ni los gritos tácticos, el silbido ensordecedor o el paso de baile practicado.Aunque el aficionado colocolino seguramente está seguro de que influyó en el error del portero de la U para el gol de Esteban Paredes de tiro libre. ¿Nadie ha pensado que el portero pudo desconcentrarse por los gritos? ¿o que el delantero colocolino que falló tres goles claros los hubiera anotado en un estadio silencioso?

Seguramente la señora que provocó que la niña en el bailable de mi hermana se pusiera a llorar pensó algo parecido al aficionado: "mi hija bramó como becerro porque no le enseñé bien cómo se bailaba el Hasta luego cocodrilo. Tendré que ponerme a practicar"


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