lunes, 31 de mayo de 2010

El parto

Regresamos de Chile con mucho tiempo libre, con un bebé de cuatro meses y medio en el útero de mi mujer y sin médico de cabecera.

La primera preocupación era encontrar un médico confiable en una ciudad en la que había vivido más de siete años pero de la que nunca había dependido. La fortuna de estar cerca de Puebla me había evitado conocer ese tipo de profesionistas de rutina. Por otra parte siempre he menospreciado a los doctores. A los diez años me operaron sin anestesia por una negligencia, que de cualquier manera el médico cobró muy bien. A los 19 me quitaron la vesícula después de que me diagnosticaron una simple gastritis. Por otra parte, su oficio en enfermedades rutinarias me parece dominable. En México comprar medicamentos no requiere receta médica. En la tierra de los chamanes y las curanderas, el tendero de la farmacia es tan bueno para medicar como el doctor más docto, sólo que el farmacero no cobra.

En mi casa de soltero teníamos un botiquín con lo básico: paracetamol, ranitidina, amoxicilina, pseudoefedrina, bicarbonato de calcio, bactrim y naproxeno. Hace poco un amigo médico lo vio y me preguntó quién lo había armado. Se ofendió un poco cuando le dije que el farmacero y que nos auto recetábamos. Si alguien tenía gripa y un examen al otro día, debía tomar dos pastillas de Sedalmerck para que no le diera sueño. Si no había examen podía ser un Theraflú para dormir mejor. Después de una noche estudiando sin dormir, una cafiaspirina con Coca permite rendir al máximo. La última vez que fui al oftalmólogo, salí con una receta de gotas de Solutina. No fui a la farmacia, porque ya las tenía en mi botiquín. Me la recetaron en la farmacia de un Sanborns.

No critico a los médicos por lo que hacen, sino por lo que cobran. Entiendo que debieron estudiar muchos años más que cualquier otro profesionista y que en sus manos está lo inmediatamente más importante: la vida. Sin embargo, no creo que la salud deba ser un bien sujeto a las restricciones del mercado. Es un derecho y por lo tanto, debería ser asequible para todos y con un servicio de calidad. Perdón. De repente olvido que no estamos en Suecia.

El primer médico que vimos fue el de cabecera de la mamá de Gaby. Aparte de que yo no estaba muy contento por viajar hora y media desde el departamento para llegar, erró en su diagnóstico o quiso hacer un favor. Le mandó a hacer unos estudios en sus laboratorios. Exigió que fueran ahí por la calidad de los resultados. La mentada clínica era como un puesto de tacos callejeros: demasiado normales. En los resultados había algo atípico, por lo que para no fallar nos encargó ir con una especialista amiga suya. Hora y media de viaje, ochocientos pesos y dos horas y media de espera después, la especialista amiga suya nos dijo que Gaby estaba bien, que la anomalía en el resultado era normal. Descartados. Lejanos, caros y abusivos (o tontos).

El esposo de una prima de Gaby es militar. En el Hospital militar nació su hija e investigó si podíamos ir ahí. Al igual que muchos, creí que el hospital militar era de uso exclusivo del Ejército, como una granada o una AK-47. Sin embargo no es así. Tienen una cuota para civiles mucho más económica que cualquier hospital privado y la atención es la mejor que he visto.

La primera vez que fuimos al hospital militar me quedé asombrado. La atención médica no era para ganar dinero, sino para que las personas se sintieran saludables y ejercieran ese derecho. Entre tantos detalles que me generaron confianza, el que más lo hizo fue la hora de atención. En el hospital militar la consulta cuesta sólo 450 pesos, pero si te citan 11.30 y llegas 11.15, a las 11.20 estás pasando a consulta. En ningún hospital se ve eso. Ni en la Beneficencia Española, ni en el Ángeles ni con el Dr. Simi. Las consultas a las 4.30 con médicos particulares generalmente significan que debes llegar 4.20 para que te atiendan 5.10. Del IMSS mejor no hablo. Otro gran detalle es que varios doctores revisan su trabajo. Ese factor genera confianza, pues nadie manda a hacer estudios innecesarios. El mecanismo de control hace que los médicos se auto auditen.

Como en todo hospital público, en el hospital militar las cesáreas no son por pedido, sino sólo cuando es necesario. Algunos familiares de Gaby le recomendaron mejor hacerse una cesárea. Argumentaban que las cesáreas alejan el cansancio y el dolor. La manera en que nuestra especie se ha reproducido por miles de años hoy es ninguneada por la comodidad.

El rumor popular dice que los médicos hacen las cesáreas por lucrar, ya que las cobran más caro y los hace estar menos tiempo en la labor de parto. Hoy me parece más que un rumor.

A las 10 de la noche era hora de partir al hospital, pues se había roto la fuente. Llegamos en tres cuartos de hora. Gaby entró al análisis de rutina para que fuera internada. Yo comencé a hacer el absurdo papeleo interminable, granito en el arroz del hospital.

Gaby llegó con la presión alta. Ella argumentó que debían hacerle cesárea. Después de hacerle varios exámenes, los doctores la evaluaron y dijeron que no se podía. Gaby ya estaba muy dilatada, por lo que el bebé venía en camino y la cesárea era más riesgosa. Tampoco la anestesiaron. Se dilató a una velocidad inusual en el trayecto de la zona de Urgencias a la sala de parto. Si bien podría parecer una negligencia, en este caso la culpa sería del organismo de mi mujer. Cómo puede alguien dilatarse tanto y tan rápido. El parto sería a la antigua.

La rapidez del cuerpo no sólo puso en un predicamento a los doctores. El papeleo para registrar a una paciente civil en el hospital militar es tan atípico que dura más de hora y media. A la mitad del procedimiento X.15-32 me notificaron que mi esposa ya estaba en la sala de parto. El doctor me lo dijo con cierto halo de resignación, como dándome la mala noticia de que no podría estar presente a la hora del nacimiento. Antes de que me diera ese pesar, me adelanté preguntándole: -Si ya está en sala de parto, entonces… ¿corro? ¿o corro muy rápido?. No puso objeción por lo que corrí.

Llegué a la sala, me puse el disfraz de doctor y entré. Nunca fui aficionado al gore o al vampirismo, pero del cuarto más sangriento en que he estado viví la mejor experiencia de mi vida. La que siempre recordaré y por la que más lloraré recordando.

Gaby no lloró y gritó muy poco. No voy a decir que aguantó estoica a que naciera. Evidentemente me apretó mucho la mano, muchas veces dijo que no iba a poder y muchas más me dijo que le dolía mucho. Hace mucho escuché que la mejor afición del mundo es la del Liverpool. En medio de un parto, los aficionados que gritan You’ll never walk alone son traidores en comparación con los doctores. Todos los médicos militares y yo le echamos mucho ánimo a Gaby. En cada paso le explicaron qué debía de hacer y cómo realizarlo. Con una paciencia maternal le enseñaron cómo ser mamá.

Hubo mucho miedo durante la sesión. En ocasiones la información oportuna puede generar más pánico. Varias veces nos aclararon situaciones del parto que, acotaban, no eran riesgosas: el bebé viene enredado del cuello; el bebé pesa mucho como para salir sin que se esfuerce más; el bebé es muy grande y debemos tratar de acomodarlo; señora, esto le va a doler mucho.

La bebé no gritó ni lloró al salir. El color de su cuerpo era blanco como talco. Los tres segundos posteriores al momento en que la conocí tuve miedo. Muchísimo miedo. En esos tres segundos imaginé al doctor diciéndonos que el bebé no había sobrevivido, soñé que abrazaba a Gaby y llorábamos por haber perdido a nuestro hijo, que queríamos que el mundo se detuviera y no avanzara más porque sólo íbamos a sentir más dolor. En el segundo cuatro el bebé gritó. Tuve mucha alegría. Muchísima alegría. Las siguiente información fue la de rutina: niña, 53 cm, 3 kg y medio, todo bien. La vi y la mayoría de sus rasgos eran como los de Gaby. Afortunadamente, me ganó en la carrera de los genes. Desde el segundo cuatro no dejo de tratar de recordar cada momento en la vida de mi pequeña.

Hace muchos años me preguntaron por qué me iba a casar con Gaby. Respondí que la admiraba mucho, tanto intelectual, académica como profesionalmente. Durante el parto la admiré mucho más por su entereza. Después del parto me volví su fan. Gaby entró a labor de parto a las 10 y media de la noche. Dos horas después la bebé ya había nacido. Al día siguiente a mediodía, Gaby ya podía sentarse y levantarse sola. También se había bañado por sí misma. Ella incluso cargó a la niña al salir del hospital. Los partos naturales generan menos dolor y son menos cansados que las cesáreas. Al parecer faltan más mujeres valientes, más hospitales públicos o médicos más comprometidos.

Otro rumor popular es que la luna llena hace que nazcan más bebés. Intenté encontrar la fuente y fue imposible. En la primaria un día me dijeron que el himno nacional mexicano era el segundo más bonito del mundo. Varios años después un amigo colombiano me platicó que el himno de su país era el tercero más bonito del mundo, después de la marsellesa y otro que él no recordaba. Le dije con orgullo que el subcampeón de ese concurso era mi himno. Hace poco busqué la fecha de la competencia. Al parecer se hizo el mismo día en que la famosa convención de médicos estableció que la luna llena hace que nazcan los bebés: nunca.

En el camino hacia el hospital vi la luna. Estaba llena. Quizás mi himno sí sea el segundo más bello del mundo. La noche en que nació mi hija la luna no sólo era llena, sino que estaba pintada de naranja. La ciencia dice que se ve de ese color por las partículas en la atmósfera. En la historia mexica, la luna y el sol representan la eterna lucha entre Quetzalcoatl y Tezcatlipoca por el que cada día los nahuas rezaban para que ganara la serpiente emplumada. Desde esa noche, cada vez que vea una luna naranja juraré que un ángel baja del cielo para iluminar varias vidas.

El hospital público enseña varias lecciones. Cada mañana pasan distintos especialistas, los cuales revisan a todos los bebés por rutina. El nutriólogo analiza lo que comió la mamá y fija dieta si nota algo irregular. Cada dos horas le hacen una revisión de rutina a la mamá y al bebé. También va un pediatra, estira a los bebés y les da un masaje. La cuenta fue menor a que el costo de una sala en un hospital de la Colonia Roma o el hospital Betania. Con la diferencia de que en el cobro de ambos hospitales aún falta el honorario de los doctores. Más de 12 especialistas atendieron a mi hija y a mi esposa. No puedo estar más contento. Los defectos tolerables son el horario de visitas. Demasiado corto para dos familias que tienen a la primera nieta y que viven en dos ciudades distintas. Imposible recibir a un solo amigo. Lo último malo es que no hay señal de celular en gran parte del hospital.

Las apuraciones hicieron que no tuviera mucha pila en mi celular. Sólo dio tiempo de aclarar los generales del nacimiento y anunciar por Facebook la hora, peso, estatura y sexo del bebé. Me desconecté de la realidad cibernética hasta el lunes por la mañana. Recibimos mucho cariño cibernético, lo cual agradezco a todos. los que se tomaron la molestia de escribir al menos un felicidades. Si la felicidad se midiera en comentarios o en “me gusta”, el domingo y el lunes nos habrían hecho las personas más felices del mundo. Tengo muchas palabras para describir muchas cosas (llevo ya tres páginas, carajo), pero no hay forma de agradecer los buenos deseos. Suena repetitivo y muchos dicen estas frases sin sentido, pero muchas gracias por hacernos sentir que hay mucho cariño alrededor de mi pequeña.

Después de que murieron mis papás muchas veces me sentí solo. Aparte de la funesta experiencia, de repente dejé de frecuentar a muchos amigos de ellos. No los culpo, pues quizás verme les generaba el mismo recuerdo de mis padres que a mí me causaba verlos. La primera vez que marqué a Puebla para avisar que ya íbamos hacia el hospital, el número estaba ocupado. Mi abuela hablaba con una vieja amiga de mi madre, quien le preguntó si ya había nacido el bebé. Siempre me he preguntado que si algún día llego a faltar, alguno de mis amigos harían algo parecido y se preocuparían por mis hijos. Si algún día la vida nos trata no tan bien y faltamos, hoy estaría tranquilo de que muchos se preocuparían por mi pequeña. Gracias.

Siempre jugué con los nombres que le pondría a mis hijos. Tenía propuestas paganas, blasfemas y fanáticas. La pagana era tener cuatro hijos y ponerles Jesús, María, José y Lucía Fernanda. Así podría jugar a gritar: “LuciFer, deja en paz a Jesús y a María”. La blasfema era sólo tener dos y ponerles Lucía Fernanda y Dios. Una escupida al cielo sería gritar: “Dios, hazle caso a tu padre y deja a Lucifer”. Los fanatismos indicaban llamarlos Místico Ramoncito, Hugo Chicharito o Scarlett Isinbayeva. Sin embargo, hablando en serio la bebé no se llamará Copa Mundial de la Fifa, ni Místico Cuautemoccina. Habíamos platicado mucho del nombre de un varón, mientras que si era niña habíamos acordado bautizarla como la madrina de bautizo de Gaby. Después de la proeza en el parto, no habrá discusión. La niña se llamará Elizabeth más algún otro nombre. Yo le diré Lisa, como Lisa Simpson, en un intento porque mis juegos no se vean incumplidos. .

Salimos del parto con una nena hermosa, una felicidad incontenible y muchos ánimos de seguir echándole aún muchas más ganas que cuando Gaby dio a luz.

martes, 13 de abril de 2010

Twitter y estampitas del mundial


Hacer compras un lunes en la noche después de un puente es una pésima idea si uno busca pocas cosas. Como ya estábamos en el Wal Mart que siempre está lleno, dimos varias vueltas buscando cosas que no necesitáramos. El esfuerzo fue en vano. Tardamos en la fila para pagar más de 30 minutos.

En la primaria, uno de mis profesores sabelotodos (esos que explican lo mismo la globalización, el por qué se usa el oro como tipo de cambio o la negación gubernamental al fenómeno ovnis) nos decía que las revistas se colocan cerca de las cajas para entretener a los consumidores. La trampa es que mientras lees, no calcules mentalmente cuánto vas a pagar. Si bien la explicación es tan cierta como los Ovnis en Atlimeyaya, mi última compra la obtuve del anaquel de revistas cercano a la caja. La revista que adquirí venía con un regalo especial: el álbum de estampitas del Mundial.

Hace dos mundiales (ocho años), estaba terminando la prepa y a punto de irme a estudiar a otra ciudad. Una extraña obsesión me hizo pensar que si con la prohibición de mi abuela fumaba media cajetilla diaria, vivir sin guardias me condenaría a nunca dejar el cigarro. Dejé de comprar cajetillas, por lo que preferí comprar cigarros sueltos. El plan fue un fracaso: fumaba lo mismo pero gastaba más dinero. A mis 17 años se me ocurrió una nueva gran solución: me gastaría mi dinero en algo que no hiciera daño. Así fue como los cigarros se volvieron sobrecitos y me quedé a poco de llenar el álbum de estampitas del 2002.

Hace un mundial estaba fuera del país, por lo que ni siquiera vi el álbum de 2006. Un amigo colombiano compartía la tristeza por el álbum. Su papá le había llenado todos los álbumes desde que había nacido. En esta ocasión, con motivo del embarazo, Gaby y yo completaremos todas las estampitas del álbum como un recuerdo del mes y el año en que nacerá el primer hijo (a).

El álbum tiene ciertas cosas que pocos se explican. Hay jugadores que todos saben que no irán al Mundial pero aún así aparecen. Si bien siempre hay sorpresas en las convocatorias, me parece increíble que representando millones de pesos, la editorial no pregunten a varios periodistas de cada país para encontrar al menos a 12 convocados seguros. El equipo mexicano tiene a Pável Pardo, el inglés a Beckham, Italia a Marco Boriello y Brasil a Ronaldinho. Todos lo verán por televisión, aunque la tecnología podrá hacer que al menos lean el twitter de sus compañeros.

El Twitter es el último invento social al que me he hecho adicto. Tardé mucho tiempo en entender el chiste. Me parecía aburrido y que no tendría mucho que comentar en un día, a menos que estuviera pegado al celular las 24 horas. No conocía el Tweet deck, una aplicación que te desprende los comentarios en tiempo real de otras personas. En un trabajo que te pide estar sentado frente a un monitor todo el día, Twitter te permite saber qué hacen tanto tus amigos como las personas con las que te gustaría platicar.

Twitter es un excelente medio para confirmar noticias e incluso para comunicarte con la gente que escuchas en radio o televisión. Sin embargo, cse sobreestima su efecto. No me parece un mecanismo para movilizar personas o para demostrar apoyo a una propuesta. L

os sindicatos y los políticos en México muestran músculo llevando gente a los mítines o a las marchas. Una vez reunidos los simpatizantes, el líder expone sus demandas, establece lo que piden los agremiados pero negocia en lo oscurito. Un líder twitero puede ser aún más manipulador, creando un un clubs de fans de 140 caracteres y después impugnar apoyo universal.

Amo al twitter, pero aunque me gane muchos unfollows (de cualquier forma pocos me siguen), no creo que sea el mecanismo que necesitan democracias tan poco representadas. Al contrario, su efecto es marginal pero sobrestimado y sólo incide en las élites. La mayoría de los twitteros tienen un trabajo frente a un monitor en una oficina que no les bloquea el acceso a las páginas de internet. Otros usan su blackberry. Qué proletario. El Twitter me parece un mecanismo poco efectivo para generar representación, aunque sí creo que logra que los que ya están representados se sientan aún más escuchados.

Si bien la manipulación de cifras para afirmar más apoyo es un problema implícito de casi todo mecanismo de comunicación, nadie parece retarlo en el caso de Twitter. Impugnar que Twitter es manipulable en cuestiones de la vida pública suena retrógrada, satanizador o hasta peligroso para la democracia. El nuevo mecanismo de comunicación de las élites difícilmente será más democrático que muchas otras formas de participación no explotadas.

No tengo muchos seguidores en mi twitter. Quizás porque escribo muy poco o porque soy muy aburrido. Entre la gente que sigo hay varios amigos, otros escritores y algunos periodistas. Curiosamente al que más me gusta leer es a Luis García (@GarciaPostigo), el delantero mexicano del mundial del 94 y que hoy es comentarista de deportes. Cuando twitea, Luis García deja las poses para expresarse tal cual es. Casi todos sus twits son para burlarse de alguna situación, para expresar algo que pasará pronto dentro del noticiero donde colabora o para responder con groserías los comentarios ofensivos de alguien más. Hace 16 años, para el mundial del 94, el twitero majadero era la tarjetita de los sobres "upper decker" (así se escribía??) por la que más peleábamos en la escuela.

Twitter me hizo sentir importante la otra mañana. Como buen aficionado, estoy suscrito al twitter de chivas. A las 10 de la mañana apareció que Chivas jugaría contra el Manchester United en el partido de despedida del Chicharito. El tweet terminaba ahí. No mencionaba la contratación del jugador, sólo un juego contra Manchester de despedida.

Bromeé con un amigo por el chat, que seguro ese día Chicharito se despediría para irse a jugar con los reds. Si bien no me creyó, lo divulgó en su trabajo y todos, desde el barrendero hasta el jefe mayor se rieron de él. Le preguntaron si había tomado algo tan temprano. Incluso bromeó conmigo: “ese día no se puede porque se juega el Pumas-Barza para despedir al Pikolin que se va de refuerzo de Yaya Toure (…), es tan probable como el partido de despedida del Chicharito” Diez minutos después, un comentarista de ESPN puso en su twitter: “Qué notición, el Chicharito Hernández se va vendido al MANCHESTER UNITED!!!”

El álbum de Panini lo actualizaron hasta hace poco. La no aparición de Cabañas (por la cobarde salvajada) y la aparición de Javier Hernández, el Little Pea o Chicharito confirman la intensa búsqueda por contar con las figuras de la Copa. Ese delantero que hace tres meses nadie pedía en la selección y cuya contratacion por el Manchester United nadie esperaba.

Si alguien más va a coleccionar el álbum del mundial, mándeme un twett para cambiar estampitas (migbon).