jueves, 19 de noviembre de 2009

Vejez por videojuegos o lectura

En los últimos días me he sentido más viejo.

El café Internet que frecuento se llena de adolescentes que van a jugar en red. Algunos me ven con desprecio, pues soy el único que sólo utiliza Word, Excel o Mozilla. Estoy seguro que si tratara de hablar con ellos me discriminarían por no tener tema de conversación. Los últimos juegos de PC que dominé fueron Starcraft y los Age of Empires, todos de finales de los noventa.

Para evitar miradas lascivas, últimamente cambio de café Internet. A pesar de que a diario busco un nuevo lugar, ninguno termina por convencerme. No es que prefiera estar rodeado de jóvenes más pequeños para sentirme Peter Pan o Michal Jackson. Las computadoras del café internet de los juegos son las más rápidas y sus monitores son pantallas de plasma, aparte tienen una excelente conexión y unos audífonos fantásticos que subutilizo. Mientras los demás los usan para comunicarse en idioma geek con un coreano, yo sólo escucho música. Muy anticuado.

No hay cafés internet para un hombre de 24 años, con audífonos modernos y buena conexión pero sin procesadores gráficos avanzados, ni miradas de niños que te ven anciano. Me encuentro a la mitad de dos mundos opuestos: el planeta de los treintañeros que entran a un café internet sólo para editar su documento de Word, que no les importa hacerlo en Windows 95 y que no saben cómo hacer que la computadora tenga música y el mundo de adolescentes que sólo van a apretar sistemáticamente una o dos teclas y cuya vida gira en torno a subir en el ranking de jugadores online.

No voy a malparidear sobre cómo la sociedad va perdiendo sus valores, cómo los niños interactúan sólo frente a un televisor o un largo etcétera. Hace menos de veinte años a muchos adolescentes los acusaban de ser adictos al teléfono. El mejor amigo o amiga era aquel con quien podías platicar largas horas después de verlo todo el día en la escuela. Todavía cuando iba en la prepa, así se construían los noviazgos: con llamadas por teléfono. Hoy no conozco a nadie que hable cientos de minutos por teléfono o celular (exceptuando cuestiones laborales), pero sí conozco a decenas de personas que actualizan su status en facebook todas las veces que puedan (yo incluido). Ni el teléfono ni facebook son problemas. Son sólo una manera de expresar nuestra necesidad de sentirnos acompañados, sea por una voz o un tag.

Hace unas semanas compré un libro que me hizo sentir algo viejo, pero que tenía un buen estilo. El nombre es Por favor, rebobinar, del chileno Alberto Fuguet. Su compra fue singular. Estaba buscando qué adquirir en una librería. En la primer pre selección había tomado cinco libros con anteportadas fascinantes. De ellos, tres eran de Fuguet, un autor que jamás había leído. Comprar tres libros que por azar eran del mismo autor podría ser un buen indicio, pero también era arriesgado. Podía llevarme tres decepciones de un autor que sólo tuviera excelentes historias o fabulosas contraportadas. Sólo para probarlo, me llevé Por favor, rebobinar.

Fuguet tiene una gran prosa. Su mérito es hacer una novela coral muy arriesgada mezclando varios géneros. El primer capítulo es la autobiografía de un personaje; el segundo una columna de periódico; el cuarto una entrevista; otro una crónica, etc. Algo muy complejo y muy difícil de ejecutar. El primer capítulo es una gran joya de la literatura. Los demás son irregulares. Sin embargo, debo confesar que hace mucho no me cautivaba tanto un autor.

Fuguet comete un error capital en su novela. No me consta que lo repita en todas sus obras, pero por lo que he leído lo hace sistemáticamente. Su texto es imposible de exportar. Escribe todo en chileno, utilizando palabras que sólo se usan acá, algunas inentendibles para un hispanoparlante de cualquier otro lugar, incluido un mexicano con cuatro meses viviendo en Santiago . También juega mucho con aspectos de la ciudad de Santiago en partes innecesarias. Algunos de sus chilenismos y referencias a la ciudad son forzados y por partes pareciera que trata de colocar más a Chile en el centro del mundo que colocar a su personaje en el centro de su historia.

Wikipedia dice que Fuguet se ha opuesto al realismo mágico por considerar que América Latina es más que "tucanes parlantes y abuelitas volando", una crítica voraz pero válida en una región del mundo donde los pobres y la clase media ven mundos distintos. También menciona sobre un compendio de cuentos que coordinó llamado McOndo. El título es otra crítica voraz que podría generalizarse a otros escritores de su generación: fantásticas historias latinas en un mundo capitalista donde todos admiran al gabacho y hablan espanglish.

La novela de Fuguet logra que un amante del realismo mágico como yo, disfrute una novela sumamente realista que hace todo lo contrario. Utiliza muchas referencias de cine gringo de los ochentas para atrás, con personajes, planteamientos y desenlaces; también juega con muchos conceptos que seguro mi hermana siete años menor no entendería por nunca haber utilizado BETA (como “arregló el tracking”) y le da un papel interesante a la tecnología. El libro hasta me ha enseñado un poco de cine.

Xavier Velasco tiene un estilo similar. En sus textos hace infinidad de referencias al rock de los ochentas e incluso algunos de sus diálogos son sólo el protagonista tarareando una canción famosa en esa época. Al igual que con las películas de Fuguet, Velasco me hizo buscar algunas canciones que sólo había escuchado en VH1 o en algún podcast de Olallo Rubio (el ex conductor de Radio Activo). Sabía que las había oído alguna vez, pero no me sabía los nombres.

De plano ahora ya me siento más viejo. Un libro que habla de las BETA y me trae nostalgia me recuerda que soy un anciano. Trataré de frecuentar ahora la Plaza de Armas de Santiago, donde a diario se reúnen viejitos a jugar ajedrez. También voy a tratar de leer lo más que pueda en estos días. Si los niños que juegan en el café internet junto a mí se hacen escritores, después no entenderé ni pío sobre sus Kudos, power arms o hechizos. Tendré que dejar de leer o enterarme de lo que hablan hoy, veinte años después.

La verdad ni Fuguet, ni los niños del café internet me hacen sentir más viejo. Creo era sólo la sensación de que mi cumpleaños se acercaba.


1 comentario:

Magenta dijo...

Muy bueno y muy felices 25, disfruta mucho y no te apures que a la vejez vamos todos. Saluda mucho a Gaby.