viernes, 18 de diciembre de 2009

Peruanos y aerolíneas

Una de las frases que más dicen los chilenos es un prefijo: “Yo no tengo nada contra los peruanos, pero…”. Todas las ocasiones en que oí a alguien pronunciarla, fue para introducir una queja sobre los inmigrantes de su país vecino. Una zona del barrio en el que vivo cuenta con una gran comunidad peruana. Una vecina después de decir el prefacio para quejarse me platicó: “se emborrachan, se pelean entre ellos y ni van a misa, lo bueno es que de todos los vecinos peruanos que tengo, ninguno nos saluda”.

Los peruanos en Chile, al igual que los mexicanos en E.E. U.U., los turcos en Alemania o los indígenas mexicanos en la Ciudad de México sufren de una discriminación que la mayoría de las personas educadas no se atreven a escupir, aunque casi todos las piensan.

No me desgarraré las vestiduras por la discriminación. Incluso me parece normal. El migrante peruano que llega a Chile no tiene ganas de saber nada del nuevo país al que llega. No escogió emigrar a este lugar, sino debió venir porque no tiene para ir a otro lado y quedarse en la miseria de su país no es una buena opción. Su lugar de origen no le generó las suficientes oportunidades para trabajar cerca de su casa. En los casos en que su nuevo hogar es sólo un lugar de paso, no tiene pena en ensuciarlo. Los vecinos que aman su comunidad evidentemente sentirán rechazo por los que acaban de llegar.

Lamentablemente muchos de los que emigran no entienden que ya no están en su hogar. Desprecian el nuevo territorio, le escupen cada vez que pueden y orinan en sus árboles. Una reacción circular, donde si me chingas por ser emigrante te chingo por no serlo y así hasta el infinito.

La mayor acusación que he escuchado contra los peruanos fue de un taxista, quien los culpaba de terminar con las palomas de la Plaza de Armas. “Son salvajes, se las comen”. El señor no reparó en que quizás no tenían que comer, aunque sí acotó al principio que no tenía nada contra los peruanos.

Escandinavia es una de las zonas donde la discriminación se nota menos. Durante el tiempo que viví en Finlandia, en los bares, cafeterías, restaurantes y parques nunca sentí que alguien me viera feo por ser menos güerito que un finlandés. Sin embargo, la última semana que estuve en Helsinki, una conversación me hizo pensar que esa sociedad democrática, incluyente y amable al final quizás no lo era tanto.

El interlocutor era un hijo de rusos. Nos hizo reflexionar sobre lo primero que te dice un finlandés cuando empieza a platicar contigo. El prefacio no es una disculpa sobre que no tienen nada contra los mexicanos, latinos o rusos. Sistemáticamente en cualquier charla, toda la gente te pregunta, antes de tu nombre o lugar de origen, qué haces en Finlandia y hasta cuándo regresas a tu país. Según el ruso, si un día le hubiéramos dicho a un finlandés que estábamos buscando trabajo y que no sabíamos cuándo regresar, nos habrían dejado hablando solos. Ya no tuve mucho tiempo para confirmar su hipótesis, pero no me parece descartable.

Ese invierno finlandés me hizo fanático de South Park. Un mexicano en medio de la nieve con una laptop no tiene muchas opciones aparte de hacerse adicto a una serie. En cuanto abres la puerta de tu casa las nevadas te invitan amablemente a regresar. Los parques y las calles están vacíos. La única alternativa a quedarte en tu casa es encerrarte en otro lugar. Con pocos amigos y ahorrando mucho dinero, las opciones se reducían exponencialmente. En ese país, el internet venía incluido en la renta por lo que el Messenger era gratuito. South Park aún no, pero Ares lo pagaba por ti.

South Park nunca le gustó a mi mujer. Le parecía ofensivo, degradante y sobre todo, muy grosero. No entendía por qué debían usar la palabra mierda e hijo de puta tantas veces. Desde que lo comenzamos a ver en inglés el programa le parece incluso educativo. Durante la estancia en Santiago vimos muchos capítulos, los cuales ya están disponibles gratuitamente en internet.

En Finlandia vi casi todas las temporadas. La serie de los niños mentándose la madre me hizo un poco más tolerante. En ciertos capítulos se burlan de lo que soy. Debí entender que si me río de los judíos, los blancos republicanos, los afganos o los franceses, también algún judío, blanco republicano, afgano o francés podía reírse de un mexicano católico al que le gustaba dormir.

A pesar de parecer tan banal, el humor de South Park tiene aires de intelectual. Algunas situaciones las llevan tan al ridículo que parecen absurdas, pero en el absurdo se encuentra la razón. Durante la mayoría de los capítulos los adultos no ven el trasfondo del problema por pensar sólo en lo que les conviene. La mejor respuesta casi siempre la tienen los niños. .

Un capítulo de South Park habla sobre la migración. En el ridículo de este capítulo, unos seres del futuro (goobacks, en referencia a wetback) encuentran un pasaje para regresar en el tiempo. Su mundo está destruido y sólo regresan para buscar una vida mejor. Conforme pasa el tiempo, traen consigo a más y más gente. Los goobacks hablan un idioma diferente y están dispuestos a recibir un salario ridículo con tal de trabajar. La mayoría de los adultos de South Park son tolerantes con los visitantes hasta que empiezan a perder sus trabajos. La solución que se les ocurre es terminar el futuro dejando de tener relaciones heterosexuales para tener sexo con los hombres. Sin duda el resultado sería que las nuevas generaciones no existieran y se lograría el anhelado resultado. Los niños proponen otra opción: mejorar el mundo de hoy para que en el futuro no tengan que regresar. Demasiado obvio pero también ejemplificativo.

Conforme pasa el tiempo, más me acuerdo de las lecciones de South Park. Una semana antes de regresar de Santiago hablé a la aerolínea para confirmar nuestro vuelo, que saldría en la madrugada del domingo. Me avisaron que nuestro vuelo había sido cancelado y nos habían recorrido para el vuelo del lunes en la mañana. Después de una ardua negociación y mucho llanto de mi mujer porque iba a faltar a una comida familiar, nos cambiaron el vuelo para la madrugada del sábado. Veinticuatro horas menos de luna de miel por una aerolínea.

Esta es la tercera vez que he tenido un problema así. Para alguien que no viaja en avión más de dos veces al año me parece que he tenido mala suerte o que todas tienen un pésimo servicio. En el viaje a Buenos Aires adquirimos una promoción en una agencia de viajes. Si viajábamos por la Aerolínea X el paquete costaba 2 pesos. Buscaron y buscaron y no encontraron lugar para nosotros. Nos mandaron por la aerolínea Y a 3.50, con la ventaja de salir unas horas antes. El día de la salida, la aerolínea Y canceló su vuelo y abrió un espacio para nosotros en la aerolínea X. Viajamos por la compañía donde costaba más barato, en un peor horario pero pagando por la aerolínea cara.

El primer dolor de cabeza lo tuve al regresar de Europa. Mi itinerario era Berlin-Amsterdam-México. La aerolínea había cambiado el horario de salida del Amsterdam-México y no me daba tiempo de llegar. Debía quedarme una noche en Amsterdam, pagando yo el hotel. Después de una hora de gritos y discusión me hicieron el cambio para llegar ese mismo día por otra ruta.

Comprendo los errores humanos y que no todo puede preverse. También que muchas cosas se hacen por seguridad y cosas imprevisibles como el clima, las distancias y un largo etcétera. Sin embargo, lo que más me enerva de las aerolíneas es la manera en que se hacen de los recursos.

Creo que los pasajes de avión son el único bien en que para fijar su precio especulan abiertamente. Quizás la gasolina en la mayoría de los países también tiene varía sus precios a diario, pero una vez adquirido el líquido, ya nadie te puede vaciar el tanque -a menos que tenga un arma de fuego-. Las aerolíneas fijan sus precios de acuerdo a la especulación y por ese mismo motivo te pueden cambiar de vuelo. El mayor de los abusos contra el consumidor.

Las promociones se usan para mejorar el precio fijo de un bien. En los boletos de avión el mundo es al revés. Un vuelo México- Ottawa no tiene un precio fijo, excepto cuando hay promociones. Unas amigas pasaron a vernos a Santiago, iban a Sao Paolo y pagaron 450 dólares por su vuelo redondo desde la Ciudad de México con una escala en Chile. Ningún chileno al que se lo conté me lo creyó. Los vuelos redondos de Santiago al DF cuestan al menos el doble.

El capítulo en que South Park habla sobre las aerolíneas es la mejor ejemplificación de lo que ellas producen. El profesor homosexual del pueblito se harta del trato que le dan las aerolíneas e inventa un medio de transporte alternativo terrestre. Es una especie de bicicleta, la cual para accionarla debes introducirte un artefacto en el ano y otro en la boca. Las manijas son penes que se accionan masturbándolos. Cada vez que cualquier comprador sube a la bicicleta, se extraña del mecanismo de operación. El profesor siempre les responde: “es mejor eso que las aerolíneas”. Hasta el más macho de South Park le compra una de sus bicicletas.

No sé cómo se pueda solucionar el problema entre los chilenos y los peruanos. Si South Park fuera sudamericano o pusiera más atención a esta región, seguro tendría más claro el panorama.


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