domingo, 13 de diciembre de 2009

Libros, futbol y lucha libre

Escribir un libro ha sido el sueño de toda aquel que se crea inteligente. Aparte de traspasar las enseñanzas y elevar el ego, la tinta no acompaña el viaje del alma al cielo ni termina con el cuerpo inerte en el subsuelo. Un libro puede tiene la capacidad de hacerte inmortal.

Sin embargo, no todos pueden escribir libros. Los aspirantes tontos a escritores se imaginan relatando sus memorias. Para ellas no hay que investigar o inventar historias. Al final nadie puede cuestionar la veracidad de la propia vida. Lo único difícil, quizás, es tener una vida tan interesante como para que otras personas quieran saber qué hiciste de ella.

Cuando su cuerpo aún se movía, los hoy inmortales escribían grandes libros de medicina, ciencias o política. Sin embargo, la tradición de hacer tratados se está jubilando en casi todas las áreas, prefiriéndose escribir un paper en un journal que un libro entero.

Una de las áreas en la que los libros aún son más fuertes que los journals es la Historia. Los grandes historiadores casi siempre escriben miles de páginas para presentar su trabajo. Si me pusiera a describir el cuarto en el que me encuentro de una manera detallada, mi blog sería aún más aburrido y ocuparía al menos 15 páginas. Cuando no se describe un cuarto sino una revolución o una guerra con miles de personajes y posibles explicaciones, más de 400 páginas parecen no sólo necesarias sino justas.

Hace unos años leí Yo, el francés de Jean Meyer. Lo compré sólo porque me había dado clases, no porque me interesara el tema. Debo confesar que ni siquiera sabía de qué trataba. El libro estudia la intervención francesa en México, por medio de la vida de los generales de un grado más abajo al que normalmente los historiadores ponían atención. En términos actuales, en lugar de observar lo que dijo o hizo el presidente y los secretarios, también considera los dichos y acciones de los subsecretarios. Hasta hace unos días, no había vuelto a comprar un libro tan específico sobre Historia.

La semana pasada visité el país más futbolero en que he estado: Argentina. Imaginaba la desbordada pasión. El sistema de cable chileno tiene canales deportivos argentinos y he visto varios debates ridículos e interminables sobre futbol. En una ocasión, un comentarista indignado argumentó por más de media hora que gracias a la prensa, Argentina había ganado el mundial del 86. Expuso que muchos diarios iniciaron un debate para que la selección cambiara su sistema de tres pivotes y cobertura por zonas que usó en España 82, al de sólo dos pivotes y cobertura mixta. El mayor absurdo del egocentrismo periodístico.

Mucha de la vida argentina gira en torno a un baloncito. A pesar de tener una historia ganadora, su afición depende menos del resultado que en México. Los argentinos buscan no sólo saber quién ganó, sino tratan de explicarlo con base en planteamientos tácticos elaborados, jugadas que nadie ve y analizan no sólo los goles, sino los que pudieron ser. El otro día le preguntaban a un juvenil del River qué era lo que más recordaba de algún clásico contra Boca. Estoy seguro que un mexicano chiva habría respondido que el 5-0 del 97. El juvenil argentino no mencionó marcadores ni partidos, sino una sola jugada: el túnel de Ortega. Una graciosada aislada vale más que tres puntos y una humillación legendaria.

El día en que regresábamos los noticiarios hicieron enlaces especiales por las elecciones. Ese día los XXX socios de River Plate debían ir a las urnas para elegir a su presidente. El canal que sintonizaba el restaurant del aeropuerto hacía escenarios basándose en encuestas, perfiles de los candidatos y una proyección de lo que podría ser el club bajo la batuta del nuevo líder. Mucho tiempo aire para un ejercicio que en México se logra a billetazos, no con democracia.

Aparte de vivir y votar más el futbol, también se lee más sobre él. El único autor mexicano que dedica parte de su tinta al futbol es Juan Villoro. Villoro tiene un blog y escribe cuentos o crónicas que pueden hacer llorar a cualquier fanático. Él escribe de fútbol como argentino pero lo hace con las losas de una nacionalidad azteca que en ese deporte nomás no gana nada. En las librerías mexicanas es difícil encontrar sus cuentos sobre futbol. Si se omite nuestro talento nacional, el extranjero se ningunea. Varias veces he buscado libros sobre futbol que no sean guías de superación disfrazadas de biografías de un entrenador. Siempre he fracasado. Quizás el problema sea mi banalidad. Entre tantos temas relevantes de la ciencia o la política, muchos verían suntuario escribir sobre fútbol. Quizás por eso no exista un journal sobre este deporte.

En una librería de Buenos Aires, pregunté a la tendera si tenía libros de futbol. Me respondió con tristeza: “No muchos, sólo estos”, al tiempo que me señaló con vergüenza un estante completo con al menos diez títulos. Acotó: “Pero ninguno es de táctica”. Compré uno de Fontanarrosa (el autor de Boogie el Aceitoso) y le pregunté por el más popular. Me dio un libro llamado: “El nacimiento de una pasión, historia de los clubes de fútbol”, de un periodista argentino.

El libro del periodista estudia la historia de al menos 50 clubes de barrio. Toma en cuenta a los equipos grandes y a muchos que nacieron en 1902 o en 1895 pero que siempre han jugado en tercera división. El libro es más parecido a Yo, el Francés que a un texto de Villoro. De hecho es más bien una investigación, en la que el autor encuentra que hasta la historia de los clubes más modestos ha sido truqueada. Por ejemplo, el club Huracán dice haber sido nombrado así en honor a un globo aerostático. Sin embargo, el club fue fundado en 1908 y el primer vuelo de ese globo ocurrió en 1909. Otro caso es que algunos clubes han ido cambiando la fecha de su fundación para hacerse más viejos, como si la vejez diera grandeza.

¿Vale la pena invertir tiempo en saber si el San Lorenzo fue fundado por ocho o por nueve personas? ¿Tiene caso dedicarle páginas al club Tigre? ¿Alguien ha escuchado sobre el Club Atlético San Miguel o el Ituzangió? El autor da una excelente respuesta en su primer capítulo.

Los clubes presentados en el libro han vivido en Argentina por más de cien años. Del país al que llegó el jueguito de la pelotita y la portería, ya no queda casi nada ciento treinta años después, sólo la pelotita. Buenos Aires y las provincias han crecido; Perón y su esposa cambiaron la forma de hacer política, fueron expulsados y llegó un régimen militar; emprendieron una ridícula guerra contra el Reino Unido que duró menos de dos semanas; un neoliberal despedazó las empresas públicas, la economía se cayó y al grito de “que se vayan todos”, eligieron a un presidente y luego a su esposa. En todo este frenesí de cambios en las estructuras de poder, el fútbol seguía ahí. En palabras del autor, los clubes de futbol argentino son la única institución vigente e irremplazable de la estructura de ese país.

Estuve pensando si había una pasión similar por algún deporte en México, que despertara tanta pasión que hasta los periodistas se volvieran historiadores y trataran de encontrar hechos que nadie vio. Un profesor en la universidad un día nos contó que había ido a los Toros con un aspirante a la presidencia de la república. Durante la charla, el aspirante le pidió su opinión sobre el mejor camino para ganarse al pueblo. El profesor le respondió: “debes dejar de ir a los toros y empezar a ir a las luchas”.

Los niños mexicanos no jugamos a hacer túneles ni a ganar el mundial. En las primarias los chamacos hacen llaves y se pelean. El primer poster que pegué en mi cuarto fue uno de Octagón y el Vampiro Canadiense. Tiempo después puse una bandera de las chivas.

Al igual que la investigación futbolística, en México se ha empezado a escarbar los orígenes de la lucha libre. Hace dos años salieron varias ediciones de una Enciclopedia de las Máscaras y el número de publicaciones sobre este deporte duplican las que hay sobre futbol, al menos en la ciudad de México. En la lucha libre las historias son aún más difusas, pues no buscan clubes en los que hay actas constitutivas o documentos. La historia luchística se construye con relatos con canciones de juglares o relatos hablados, no con códices escritos en piedras.

Si algún día escribo un libro el primer capítulo tratará sobre por qué no vemos el futbol como los argentinos, el segundo por qué sí vemos con la misma pasión la lucha libre. Aunque si es una novela, bien podría hablar de un joven de padre argentino y madre mexicana, que es futbolista pero en las noches se vuelve luchador.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó, deberías mandársela a Jean Meyer, creo que tmb le va a gustar!!! saludos!!
Ale Leal