lunes, 5 de mayo de 2008

Falacias...

Dividí este texto en tres para no hacerlo tan pesado. El que aparece en el último post (el actual) es la primera parte y así sucesivamente…
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Un argumento falaz es aquel que está construido a medias verdades, malas apreciaciones o que no considera todos los elementos necesarios. Se remonta a los sofistas griegos, personas con palabras hermosas, que sonaban coherentes y que convencían a los demás pero que no corresponden necesariamente a la realidad.

Sin embargo, la magia de las falacias es que a parte del mundo les encanta escucharlas. Incluso me atrevería a decir que la publicidad está llena de falacias, en el sentido estricto de la palabra. Todo se refiere a que tal o cual es la mejor opción para mi dinero, que la calidad de determinado producto es superior (a qué? A quién? Cómo me lo demuestran?) o que la calidad del servicio es de excelencia (bajo qué indicadores?).

No veo malo el uso de falacias en la publicidad. Finalmente cada persona tiene la capacidad de elegir sobre los bienes o servicios que desea adquirir. Una adquisición que es producto del esfuerzo de la persona o en su caso, que demerita la posible adquisición de otros bienes.

Sin embargo, en discusiones de orden público hay muchísimas falacias que se esgrimen como argumentos. Aquí el problema de falta de información o análisis profundo de las cosas sí afectan de manera sistemática. Otro problema es que muchos de esos argumentos están inscritos hasta en el orden jurídico del país.

Voy a hacer un recuento de los que recuerdo, argumentando las razones sobre el por qué los veo mal formulados. Podré estar equivocado, pero me encuentro convencido de estas cuestiones.


Falacia 1.


Los capitales extranjeros pueden irse más rápido que los mexicanos, ergo no hay que fomentar a lo loco los capitales extranjeros.

Esta es una cuestión de incentivos. En la discusión de la reforma energética se ha esgrimido este argumento a más no poder. Se ha dicho que si los extranjeros tienen el control del petróleo, ellos solamente se harán ricos y cuando hayan saciado su avaricia se retirarán inmediatamente.

Esto querría decir que los inversionistas mexicanos mantendrían su dinero en el país a pesar de las circunstancias. Yo realmente no veo justificación ni teórica ni práctica de este hecho. Los inversionistas en cualquier materia realizan una inversión pensando en producir riqueza, lo cual es una característica innata de las relaciones de producción. Uno le mete dinero a un negocio de lavado de coches, de satélites o de una franquicia, para hacer más dinero. No conozco a nadie que haga eso con el objetivo principal de perder el capital invertido. En ese caso, sería mucho más productivo meter el dinero al banco o enterrarlo en la tierra para sacarlo poco a poco.

El problema de la inversión extranjera no es que mágicamente los capitales se vayan porque no quieran al país. Se irán si empiezan a perder dinero, tal y como lo haría cualquier mexicano. Nadie le reclama a Slim o a Zambrano (dueño de Cemex) que inviertan en Colombia, Perú o Venezuela. Incluso nadie exige que parte de sus ganancias las retornen a México. Finalmente es su dinero y saben qué hacer con él.

La preocupación de nuestro país no debe enfocarse en cómo evitar que los extranjeros que metieron su dinero lo saquen, sino cómo fomentar que cualquier empresario (nacional o extranjero) pueda invertir su dinero, dar empleos (para redistribuir la riqueza generada), generar ganancia para sí mismo, contribuir al fisco y en un último paso, realizar acciones en comunidades marginadas para mejorar el status quo de los más desprotegidos.

Insisto en que esto es cuestión de simples incentivos. Si el gobierno me dejará poner mi negocio rápidamente, si no pagaré mordidas, si me puedo informar de los requisitos desde cualquier lugar del mundo vía Internet, y si puedo encontrar posibles empleados a través de una bolsa de trabajo en línea, estaré posibilitado para hacer una estimación de si me conviene o no, desde cualquier departamento clasemediero de Suiza. Con esto tendré más incentivos a poner una fábrica, empresa o simple distribuidora de productos suizos en México. Pero si al llegar me salen con que me falta el impuesto no sé qué, que la ley no sé cuál me prohíbe hacer eso por ser extranjero o que hay que pagar por la palomeada del funcionario X, simplemente me retiro y no pienso en México como opción para invertir.

Estoy de acuerdo en que sería más deseable (y sueño con) que un día se pueda sostener un país competitivo con los ánimos y voluntades de la gente oriunda de ahí. Sin embargo, si los incentivos no son los adecuados, también sacarán su dinero.

Al menos en la crisis banquera del 94 yo nunca vi que hubiese manos extranjeras metidas en las irregularidades. Los autopréstamos y la existencia de créditos mal autorizados lo hicieron ciudadanos mexicanos. Inversionistas que vieron las condiciones para hacer crecer su negocio pero que fracasaron. Esa crisis nos ha jodido más que todos los extranjeros que han sacado su dinero del país.

El argumento de que los extranjeros retirarían su dinero más fácilmente viene de una época donde el nacionalismo era muy extremo y no sólo en México, sino en todos los países del mundo. Donde el príncipe, rey o presidente tenían un gran poder de veto sobre las decisiones de los empresarios. Creo eso ya ha cambiado, y lo que se vive ahora no es una actitud de sumisión de los empresarios hacia los gobernantes, sino de amplias interdependencias.

Me gustaría ver qué pasaría si mañana el gobierno mexicano quisiera exprimir a Cemex, Telmex, Liverpool o Farmacias del Ahorro. Estoy seguro que los dueños de esos negocios tan rentables sacarían sus capitales del país para hacer ganancia en otro lugar. La inversión extranjera es deseabilísima, pero hay que buscar mecanismos para promoverla.

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