lunes, 5 de mayo de 2008

Falacia 2

Los ministros de culto no pueden participar en política porque manipularían a las mayorías.

Un día tuve un sueño. Imaginé que el párroco del pueblo de San Pitas enloquecía y se postulaba para presidente municipal. Condicionó a los habitantes a que si no votaban por él, los dejaría de confesar, ya nos les impartiría la comunión, no haría más casamientos, bautizos ni primeras comuniones. Con esa medida terminaba de tajo con todo para lo que el pueblo luchaba, pues la gente de San Pitas sólo vive y ahorra para que cuando les toque ser mayordomos de algún santo o virgen, el dinero les alcance para el mole, el guajolote, la misa y los cohetes.

La gente votó por él por ese miedo y el sacerdote cuando tomó posesión se dedicó a robar (como buen cristiano), explotar a las personas y usar parte del dinero del erario para pláticas sobre educación sexual y noviazgo en el cristianismo, los concubinos son pecadores y la gracia de María en el trabajo de las mujeres. La otra parte del dinero la destinó a construir una gran casa parroquial y a hacer un gran paseo para que llegasen turistas en la semana santa a hacer peregrinaciones a San Pitas.

¿Realmente eso es posible? Claro que sí, pero esas cosas no las hacen sólo sacerdotes. Para muestra, el reciente despilfarro del gobernador de Jalisco, quien construirá con fondos públicos un paseo para turismo religioso en su Estado, y todo al amparo de la ley. El sacerdote condicionó el voto a las confesiones, pero cuántos caciques no condicionaron los votos en tiempos pasados (y también recientes, no me voy a hacer pendejo) a cuestiones como construcción de drenajes, alumbrado, despojo de tierra, etc.

En la mayoría de los países del mundo los ministros religiosos pueden participar en política. En México esto nos da miedo, pues pensamos que intentarán quitar de tajo el Estado Laico del que nos enorgullecemos. Les confiamos un valor extra a sus rezos, como dando por hecho de que si hacen penitencia, Dios les dará el ansiado Estado Católico Mexicano que ellos desean.

No veo en qué parte si en un país se permiten la libertad de culto y de profesión, pueda restringirse a que un sacerdote o ministro pueda pertenecer a una institución del Estado. Creo que tal restricción podría venir pero de las Iglesias hacia sus ministros (pues ellas creen lo que se les antoje), pero no desde el Estado. No entiendo la diferencia espacial entre que le prohíban ser diputado a un ministro religioso que al tendero del pueblo, el capitán del equipo de fútbol de la colonia o el empresario exitoso, estos últimos quizás con mucha mayor influencia que el cura.

Igualmente al menos en el caso de la Iglesia Católica, los curas sólo están de paso. Pocos duran más de quince años en el mismo cargo, en la misma localidad (a excepción de los grandes jerarcas). Por lo tanto, su poder no será infinito, como sí lo puede ser el del cacique que extorsiona a los indígenas.

Por otro lado, creer que todos los católicos votaremos por un cura sólo por ser católico es el mismo supuesto de que todos los poblanos votaremos por un poblano, o que todos los que nos gusta el fútbol votaremos por un futbolista, o que si nos gustan las chichis de Thalía votaremos por Thalía. Al menos yo no votaría por el Kikín Fonseca, Capulina (quien es poblano) o por Thalía.

El último punto que me parece importante es el de la representatividad. El Estado es un órgano que debe representar a los distintos sectores de la sociedad. La Iglesia ha logrado representación y ha podido impulsar sus opiniones desde la sombra, los arreglos informales o en lo oscurito. ¿Por qué no dejar que exprese sus opiniones a través de cauces legales? ¿Por qué no dejar en los ciudadanos si quieren que la Iglesia siga pugnando por un no al aborto o por cuestiones de vida privada?

Dentro de la misma Iglesia Católica hay visiones del mundo. A pesar de tener una estructura impresionantemente piramidal, entre ella misma hay divergencia. Durante los 70 fue común en América Latina la imagen del sacerdote revolucionario. Un cura que llega a una comunidad en extremo jodida y piensa que no puede haber libertad de credo, ni total comunión con Dios si primero no son saciadas las necesidades básicas. Este tipo de sacerdotes crearon hasta una corriente de pensamiento, llamada Teología de la Liberación. En algunos casos organizaron guerrillas y se pusieron del lado del católico jodido, no de aquel que va a misa para que lo vean, o que hace bautizar y comulgar a sus hijas para que vean que son buenas niñas de familia y que da limosna al pobre porque así le dijeron. Esos curas estaban del lado del indígena que no tenía qué comer, pero que ahorraba para las ceras de su santito. Estaban de su lado y tomaron las armas por ellos y con ellos. El más famoso, Camilo Torres Valenzuela (de él es la foto). Incluso recientemente fue electo en Paraguay un sacerdote (o ex sacerdote, neta no estoy muy seguro), el cual representa a la corriente de izquierda y no de derecha, como sería lo intuitivo.

En este supuesto, yo como católico preferiría ver en el Congreso a un padrecito de estos revoltosos, que quieren cambiar la realidad de esas personas desde las instituciones, a tener un gobernador como el de Jalisco, quien regala dinero para la Iglesia como parte de su diezmo. O en un asunto un poco menos claro, prefiero que el sacerdote X introduzca una ley en el Congreso para matar a los homosexuales, a que el obispo de la Ciudad de México negocie o corrompa a algún alto funcionario para que esa ley se apruebe. Que si la Iglesia decide introducirse en los asuntos públicos también pague un costo político y no sólo mordidas.

Suponer que el cura sólo por ser el cura puede hacer que la gente vote por él se me hace un argumento paternalista. Se está suponiendo que las personas tienen poco criterio para votar, lo cual no desmiento, pero es parte del sistema en el que se vive. Si es que existen pocas con poco criterio, ¿qué tiene de malo que voten por el que quieran? Finalmente en una democracia, el voto del más sabio de los sabios vale lo mismo que el de una analfabeta.

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