martes, 13 de abril de 2010

El Columnista 090410. Sobre la reforma laboral

Muchos cambios en el mercado laboral y pocos en la legislación

En un país tan desigual, hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Para que una historia nos parezca rara debe involucrar más que curanderos sabios, funcionarios corruptos, presuntas madres asesinas o lectura de cartas. Debe ser completamente absurda o inverosímil.

Uno de los últimos asombros que he tenido fue por la familia de una amiga. Tenía un novio que conoció en el trabajo pero eran de la misma universidad, a los dos les iba bien económicamente, pero los padres de ambos habían vivido situaciones distintas. Los papás de ella eran maestros jubilados. Cada uno recibe una pensión de unos 15 mil pesos por sus varios años de servicio al magisterio. Cuando mi amiga era chica, su ingreso era menor pero disfrutaba de la compañía de sus papás durante las tardes y en temporada vacacional.

Los “suegros” de mi amiga siempre fueron empresarios. Cuando era muy joven, el papá había pedido un préstamo para poner un negocio. La aventura fue rentable y la empresa tuvo éxito por varios años. Las ganas de salir adelante del papá generaron fuentes de empleo para otras familias. Sin embargo, a pesar de que ya no tiene hijos que mantener, continúa trabajando pues nunca podrá obtener una pensión remotamente similar a la de los papás de mi amiga.

En este país el micro emprendedor debe trabajar toda su vida. Mientras tanto, el trabajador afiliado a un sindicato poderoso, sólo hasta los 60. La situación sería justa si todos fueran premiados con el descanso posterior a una vida laboral en la que cada quien se esforzó al máximo. El problema no es que los maestros o los trabajadores disfruten de su retiro después de trabajar toda su vida. Lo que es injusto es que otros no tengan posibilidad de este descanso. Si esta historia se les repitiera a los niños en la escuela, nos daría pena presumir que incentivamos a la mediocridad.

Hace unas semanas el Gobierno Federal y el PAN presentaron una iniciativa para reformar la Ley Federal del Trabajo. En ocasiones las leyes en este país son como los Diez Mandamientos. Asumimos que Dios las escribió y que son producto de conquistas de fantasmas o héroes intocables. Un puñado de trabajadores o campesinos alcanzaron estos privilegios y no podemos quitárselos, aunque hoy sus hijos se encuentren desempleados. Mientras los Diez Mandamientos son frases con contenidos sencillos que pueden interpretarse o adaptarse dependiendo de los tiempos, nuestras reglamentaciones son específicas, inmóviles y pueden dejar de responder a la realidad que vivimos.

La legislación laboral en México es una de las que más protege los derechos de los trabajadores, lo cual en sí mismo es sano. Sin embargo, dicho ordenamiento fue aprobado en 1970 y su modificación más importante se dio hace 30 años. El trabajo ya no es el mismo de antaño y el perfil de los trabajadores se ha modificado. Incluso actualmente hay más empleos informales que formales.

Según CONAPO, en 1970 el 17% de los hogares tenían una jefa de familia. En 2010 el porcentaje es de alrededor del 23.68% y en 2020 el 25.54% de los hogares estarán en esta situación. Por otra parte en 1970 la participación económica de la mujer representaba el 17.6% de la población, mientras que actualmente es de casi 40%.

Según la STPS en los últimos años se han presentado más de 332 iniciativas para modificar lo que está escrito en el papel, pero ninguna ha sido dictaminada. La realidad nos rebasó. Hay muchos ejemplos sobre los defectos que hoy tiene nuestra legislación. Uno de los más significativos es el derecho de antigüedad. Casi todas las empresas le dan la vuelta, simplemente porque la manera de trabajar ha cambiado. Cuando el mundo permanecía estático, premiar al más antiguo era justo. El mecanismo era adecuado para recompensar la disciplina dentro de una empresa y la repetición sincronizada de una misma actividad. Entre 1970 y 1980 no cambió la forma de hacer negocios, redactar un oficio o engrapar una hoja. Sin embargo, la manera en que se cerraban los negocios, se hacían compras o se buscaban proveedores hace diez años ya no es la misma en que se hacen hoy esas actividades, ni será la misma en diez años.

En un tema tan importante, lo único que no vale la pena es quedarse inmóviles. La CEPAL, la OIT y la OCDE han establecido la necesidad de flexibilizar el mercado laboral. Según un artículo de Jesús Reyes Heroles, en la primera mitad del siglo XX había una rotación laboral de 2.5 empleos en toda la vida, mientras que actualmente es de más de 15. En la vida real, con diez veces menos años en el mercado laboral, he tenido más trabajos en mi vida que los que mi suegro quien aún sigue trabajando.

Hay que dar incentivos para que todos los trabajadores tengan acceso a seguridad social. Los contratos a prueba no son una mala idea. A los jóvenes profesionistas les enseñaron que deben ser competitivos y mejorar, porque el mercado cambia.

Este tipo de contrataciones se dan de todas maneras. Muchos jóvenes trabajan por sistemas de outsourcing para no generar antigüedad. Es mejor ver que existe esa realidad, en lugar de negarla y pensar que todos actúan conforme a derecho. Las Ley del Trabajo debe proteger a esos trabajadores y no sólo a los que encontraron empleo hace 20 años o a los que sus papás afiliaron al sindicato.

En América Latina, una quinta parte de los jóvenes no estudia ni trabaja. Un mercado laboral poco flexible los incentiva a quedarse como están. Con más flexibilidad, podrían tomar contratos en los que contaran con prestaciones por seis meses, de esa forma adquirirían experiencia para buscar posteriormente otro empleo y generarían ahorro para el retiro.

Otro tema que toca la reforma son los sindicatos. Los sindicatos provienen de un mundo enfocado en la producción de mercancías, con un dueño tirano, una gigantesca fábrica y cientos de empleados sin mucha instrucción. Actualmente los países más ricos no son los que tienen más industria, sino los que más servicios ofrecen. En el país de la Revolución Industrial, el Reino Unido, el sector servicios representa más de las tres cuartas partes de su economía. Por otra parte, los estudios universitarios ya no pertenecen sólo a una burguesía o nobleza minúscula. Las clases medias tienen hijos universitarios que no van a dirigir una empresa, pero que tampoco van a hacer trabajo de obrero.

No es justo que el representante sindical se vuelva millonario por las cuotas. La propuesta busca esclarecer la labor de los sindicatos. Transparentar los ingresos sindicales permitiría no sólo recibir los beneficios de ser agremiado como una dádiva, sino que los trabajadores exijan más acciones a sus representantes.

El ingreso es el primer paso para la felicidad. Minar las oportunidades de los jóvenes y las mujeres sólo por derecho de antigüedad no sólo es ridículo, sino una historia que no nos gustaría contar y que ojalá siempre nos asombre.

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