lunes, 11 de febrero de 2008

Participar

Hace algunos meses escribí este texto. Ojalá les sea interesante.
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En casi cualquier lugar se escucha hablar sobre participación: anuncios gubernamentales, programas televisivos, radiofónicos, solicitudes al salir de un restaurante. Pareciera que existe una gigantesca maquinación para hacernos participar. ¿en qué? A veces no lo sabemos. O quizás lo que no sepamos sea el alcance que tiene nuestra participación.

En los anuncios televisivos vemos a una mujer preciosa y excelente cuerpo, acompañada de un individuo ciertamente guapo y con sonrisa coqueta, invitándonos a llamar para ganar un premio. El analista de fútbol exige que participemos dando nuestra opinión sobre cómo vimos el funcionamiento de la selección. En la sección de espectáculos solicitan que participemos comentando el nuevo romance de la estrella de moda. Los noticieros piden nuestra participación para analizar las acciones de los políticos. El gobierno pide nuestra participación para aplicar políticas públicas.



La lista es larguísima y está acompañada de frases trilladas: participa, tu opinión es importante. Tu participación es lo que cuenta. Llámenos, estamos esperando su participación. Participando ganamos todos. Sin tu participación no estamos completos.

Tantas frases se dicen que el sentido llega a perderse. Pero ¿qué tanto vale nuestra participación?. ¿Realmente aportamos algo? ¿Verdaderamente es tan importante nuestra participación? ¿Qué beneficios obtenemos a nivel individual y global con esta acción?

Participar significa tomar parte de las acciones. En lugar de ver lo que ocurre sin opinar o criticar sobre lo que pasa sin actuar, participar implica ser del grupo de personas que hacen que las cosas pasen. La participación significa cooperar con otras personas para solucionar los problemas que ocurren dentro de una sociedad. Esta cooperación trae innumerables beneficios a las sociedades.

Hace algunos años tuve la oportunidad de asistir a comunidades de la Sierra Norte de Puebla como parte de una actividad de voluntariado. En esa ocasión, pude darme cuenta de la importancia de participar y cooperar con los demás en torno a la solución de los problemas comunes. El voluntariado en que participé, consistía en vivir una semana en dichas comunidades para brindarles ayuda, talleres, experiencia, etc. En total, durante cuatro años acudí a doce comunidades, contando varias de ellas con graves condiciones de pobreza. Sin embargo, una e ellas era particularmente rica dentro de su pobreza.

La comunidad rica tenía como 180 casas con un promedio de 5 personas por casa, aproximadamente. A pesar de encontrarse a hora y media de la cabecera municipal por un camino de terracería, la gente vivía aceptablemente bien y existía una relación cordial entre los habitantes. La escuela primaria contaba con una cancha de básquetbol en buen estado: pintada, con canasta y redes bien mantenidas; las aulas de la escuela tenían bancas para todos los niños, sentándose un máximo de dos niños por mesa; cada mesa y cada silla de la escuela se encontraban en excelentes condiciones. Cuando fui por primera vez se estaba construyendo la telesecundaria como una forma de evitar que los jóvenes emigrasen. La Iglesia contaba con bancas igualmente muy limpias, el piso se encontraba bien barrido, trapeado e incluso las imágenes de los santos llegaban a ser tantas, que sobraban. Cuando tres años después fui por última vez, estaba construyéndose el campanario de la Iglesia y estaba planeándose la gestión para solicitar una Institución de Educación Técnica Media Superior o equivalente.

La comunidad más pobre que me tocó visitar era radicalmente opuesta. Ella se encontraba a una distancia similar de la cabecera municipal que la anterior, pero hacia otra dirección. Habían alrededor de 70 casas, con un promedio de 8 personas por casa. La gente no te hablaba a menos de que te acercaras con ellos, quizás provocado por ser una región preponderamente indígena y explotada durante siglos. Más allá de eso, en ese lugar la Iglesia no tenía siquiera puerta y una figura religiosa era lo único que había adentro, junto con tres tablones y algunas cajas para sostenerlos. En la escuela, los niños que llegaban tarde debían tomar clases de pie o sentados en la tierra, pues no alcanzaban el número de bancas de los salones y en aquel entonces no se contaba con un piso firme.

Numerosas hipótesis se me ocurrieron para explicar dichas diferencias. Hoy, a más de cinco años de distancia y manteniendo todavía relación con gente de ambas comunidades, puedo afirmar que la realidad de ambos lugares se resume sólo en una palabra: participación.

En la comunidad rica, todos los hombres mayores de 14 años dedicaban un día para los demás. Todos los lunes eran días de faena. En la faena, los hombres dedicaban uno de sus días laborales en beneficio de la comunidad, mientras las mujeres no cocinaban sólo para su esposo, sino para todos los hombres que realizaban faena.

La faena consistía en resolver los problemas de la comunidad que podía resolver la misma comunidad. Si la cancha de básquetbol tenía la pintura desgastada, todos cooperaban pintándola, al terminar se podaba el pasto que existía alrededor con machetes, se atoraban las tuercas del tablero o se barría toda la superficie. En fin, cualquier cosa que beneficiara a los demás. Si se avecinaba una celebración religiosa, las señoras cortaban papel picado en figuritas para adornar, para que después los hombres se dedicaran a colocar los adornos, mientras otros barrían, trapeaban, pintaban o limpiaban una imagen religiosa.

Si no había dinero para la pintura se organizaba una venta de fruta en la que algunos iban a cortar mameys, otros sandías, otros salían a vender la fruta, etc. Durante el verano se organizaban ventas de paletas de hielo, donde las dos familias que contaban con refrigerador lo prestaban, mientras que otros iban por los limones, otros los cortaban a la mitad, otros ponían el agua de limón en bolsitas, etc. Si faltaban recursos, no se preocupaban porque no existiesen, sino se ocupaban en conseguirlos. Al final del año, al menos 150 hombres dedicaban un día de su trabajo a la semana en resolver los problemas comunes, mejorar su entorno y salir adelante. En largo plazo, los beneficios de realizar mantenimiento a la comunidad eran palpables. Todos los demás días, la gente se dedicaba a las actividades con las que sobrevivía.

En la comunidad más pobre la gente no se reunía cada semana para dedicarle un día a los demás. En lugar de eso, el juez de paz iba al municipio a solicitar su intervención ante cualquier eventualidad. Alguna vez me comentó que regresaba de la oficina municipal, pues fue a solicitar que se arreglase uno de los maderos que sirven como sillas para los niños en la escuela, cuando perfectamente alguna persona de la comunidad que supiese algo de carpintería -que los hay-, podría hacerlo. Quizás el municipio arregle algunas de las cosas, pero mientras canaliza la demanda, un niño no puede tomar asiento en la escuela. Esto a largo plazo produce que escaseen los servicios y sea más y más difícil actuar para cambiar la realidad.

El ejemplo que más me impactó sobre las ventajas de la cooperación y participación fue cuando ocurrió un desastre natural. Durante el otoño de 1999, en la Sierra Norte de Puebla ocurrió un gran desastre. Las lluvias fueron tantas y tan intensas que algunos caminos se destrozaron. Las autoridades municipales y estatales recibieron decenas de peticiones de apoyo.

Dos semanas después de que las lluvias pararon, las autoridades municipales llegaron a la comunidad pobre. Tardaron dos días en rehabilitar el camino y lograr que una camioneta pasase por ahí. El desastre había dejado incomunicados a los pobladores y después fue necesario llevar una brigada que reorganizara la cosecha para retirar lo que se había perdido y aprovechar lo que se salvó para alimentar a la gente. Aparte, fue necesario llevar kilos y kilos de alimento.

Casi tres semanas después de que paró de llover, el gobierno llegó a la comunidad rica. Como el camino era más accidentado y las solicitudes muchas, el auxilio tardó más en llegar. Se había recibido el reporte de que el puente de unos 30 metros que comunicaba a la comunidad rica con el poblado cercano se había derrumbado. Cuando los auxilios de la autoridad llegaron, lo hicieron arribando a la comunidad pasando por el puente que habían ido a levantar.

Gente de la comunidad rica me comentaría después que el día que dejó de llover, ellos se vieron en el atrio de la Iglesia para ver qué podía hacerse. En dos días reconstruyeron el puente con los conocimientos de albañilería que tenían varios de ellos. Los materiales fueron aportados por lo que sobraba de la última construcción que habían realizado. Después de hacer eso, se dedicaron a ayudarse entre sí. Distribuyeron los alimentos y si bien es cierto no pudieron comer esas 180 casas como estaban acostumbradas, al menos no padecieron hambre.

El grado de organización y participación de ambas comunidades hizo que las personas participativas no sufrieran. Los hizo trabajar en lugar de admirar la tragedia y preguntarse qué hacer. La gente de la comunidad rica ya sabía qué hacer. Mientras que en la comunidad pobre costó más ponerse de acuerdo. Esperaron a que el juez de paz llevase la solicitud y mientras, padecieron hambre, o al menos más hambre de la que hubieran padecido de haber cooperado regularmente.


Esto fue posible sólo con un día a la semana de colaboración entre la gente. ¿Te imaginas lo que podrías hacer si el sábado dedicas medio día a alguna labor en beneficio de los demás? Un día a la semana puede hacer la diferencia al terminar un año. No es necesario tratar de cambiar el mundo o toda la vida de un lugar que no conoces. Con un día a la semana se puede cambiar mucho del entorno inmediato.

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