sábado, 30 de enero de 2010

El Columnista 300110


Mi colaboración de ayer en el periódico de Puebla El Columnista. __________________________________

Señales en el camino

Muchos guardias que no dan seguridad

A pesar de que en los pueblos de mis padres habían muchos ríos cerca, aprendí a nadar en una alberca. Siempre tuvieron miedo de que cometiera alguna imprudencia y el río me llevara. Hasta que aprendí a nadar, sólo me dejaron meter los pies. El miedo de mis padres era justificado. Un perfecto día de campo, cuyo objetivo es sólo convivir y pasarla bien, podía convertirse en una tragedia por falta de precaución.

Muchas veces me contaron sobre los turistas o personas ajenas al lugar (boy scouts, curas, extranjeros) que se ahogaron. A pesar de que las historias se siguen contando, estoy seguro que hoy ya podría meter más que mis pies. Actualmente en ambos pueblos, las autoridades municipales contratan a un lugareño que funge como Baywatch del río.

Esos baywatchs tienen poco trabajo. Los ríos no son tan peligrosos y la gente no es tan imprudente. Sin embargo, su presencia mejora el turismo, les permite salvar vidas y convierte tragedias familiares en llamadas de atención a los niños. Los baywatchs permiten disfrutar con más tranquilidad los momentos de diversión.

Conforme uno crece la diversión y las limitantes se vuelven distintas. A diferencia de cuando mis padres no me permitían entrar al río, la primera vez que entré a un antro donde vendían alcohol tenía menos de 15 años. No es que fuera promiscuo o me viera muy grande estando chico. La mayoría de mis compañeros de generación ya habían entrado.

La primera borrachera de muchos de mi generación fue en un antro y no en un bautizo, comida o casa vacía por un viaje de los padres. En los antros se podía entrar aun siendo menor de edad. La primera vez que me pidieron mi credencial de elector para entrar a un antro, tenía 21 años. No sé si fue una burla o un piropo.

Esta semana el país se conmocionó por el brutal ataque a Salvador Cabañas dentro de un bar. Si bien la prepotencia, el comportamiento de los borrachos y las discusiones escapan a toda regulación del estado, existen mecanismos que permiten reducir los riesgos de que ocurra un percance similar durante una noche de diversión.

Puebla es una de las ciudades con mejor vida nocturna del país. El costo de la diversión es relativamente bajo respecto al DF o Veracruz, la mayoría de los lugares se encuentran bien acondicionados, tienen buena música y en los últimos años ha aumentado la oferta. Dependiendo de si alguien quiere salir a bailar, ligar o festejar porque terminaron los exámenes, hay decenas de opciones. Sin embargo, la vida nocturna poblana también tiene mucha violencia dentro de los antros. Muchos no van a divertirse, sino a buscar conflicto. El mayor problema es que en muchos casos, la violencia proviene de los que están encargados de evitarla.

Existen muchas historias que han salido en los medios de comunicación. En abril de 2009 un joven resultó lesionado por un balazo en la zona de Valsequillo y hace unas semanas un grupo de guardias golpearon a varios jóvenes, incluida una mujer embarazada. En 2006, en un antro de Angelópolis un subgerente violó a una estudiante extranjera. En junio de 2009 hubo una gran pelea en un antro de los Sapos, ganada por los meseros y guardias del lugar. La agresión de 2008 en el Clássico es quizás el ejemplo más comentado, junto al botellazo a Antonio Carlos Santos y el asesinato del valet parking. En esta ciudad, de repente los baywatchs empezaron a arrojar a la gente al río.

Los lugares y sus vigilantes, en lugar de cerciorarse de que se cumplan las medidas para garantizar la seguridad de los clientes, prefieren abusar de una ridícula posición de poder. Cuando alguien no paga la cuenta, en vez de avisar a la policía se le golpea, como si los puños y la sangre produjeran dinero.

En toda sociedad civilizada, cualquier agresión, abuso o prepotencia de algún comensal no se solucionaría con la ley de la selva como se hace en Puebla. En Europa si alguien no tiene dinero para pagar o le falta el respeto a alguien, inmediatamente se le avisa a la policía. En una salida nocturna con un grupo de amigos europeos, sus rostros se atemorizaron cuando vieron a lo lejos el empujón de un guardia de seguridad a un joven que se encontraba muy borracho. El más radical empezó a hablar de derechos humanos y respeto a la dignidad humana. Por un momento recordé lo atrasada que está nuestra sociedad en algunos temas.

En octubre de 2009 la Profeco realizó una investigación sobre el respeto a los derechos del Consumidor en antros en la Ciudad de México. Entre 26 lugares seleccionados al azar -que curiosamente incluye al Bar Bar, donde agredieron a Cabañas- todos incumplieron algún apartado de la Ley Federal de Protección al Consumidor, ya sea por discriminación o condicionamiento a diversos factores. En ocasiones olvidamos que la exigencia del consumo mínimo, la botella por mesa, las promociones no anunciadas y la propina obligatoria son un abuso y una violación a la ley.

La solución más sencilla de los gobiernos para demostrar que los antros son seguros es clausurar a los que violan alguna disposición. Lamentablemente los operativos se agudizan cuando ocurre una tragedia y después el entusiasmo se diluye. Incluso el Código Reglamentario Municipal establece en su artículo 614 que debe notificarse a la autoridad de cualquier riña o escándalo registrado al interior de los establecimientos. A pesar de que cada semana hay golpes y no hay notificaciones, ningún antro es sancionado.

Una medida para garantizar el respeto a los clientes sería contar con mejores baywatchs. Hoy sólo se exige que los guardias en los antros no tengan antecedentes penales. Una capacitación sobre derechos de los clientes como requisito de contratación y un empadronamiento ante el Ayuntamiento permitiría reducir abusos, llevar un control estricto sobre el comportamiento de los guardias y no sería tan caro.

Actualmente, después de un abuso a un comensal los únicos que pueden ser sancionados son los antros y no los guardias. Habría que darle incentivos a los que cuidan la entrada para que también cuiden de los clientes. Si no, ante el cierre de cualquier antro los gerentes y guardias sólo deben buscar contratarse en otro. Hoy no hay castigo por golpear o discriminar a un cliente.

Los antros no tienen que verse como lugares perversos donde la gente va a emborracharse y agredirse. Son centros donde se va a convivir con los amigos y a pasar un buen momento de diversión. Hay que evitar las tragedias poniendo buenos baywatchs, como en los ríos de los pueblos.

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