miércoles, 9 de abril de 2008

Voto por...

El amigo más perredista que tengo (miembro del PRD desde los 15 años, en varias elecciones cazamapaches, que se plantó afuera del IFE después de las elecciones 2006, vivió en Reforma un mes durante la toma y nunca falta a movilización alguna de AMLO e incluso se refiere a sus convenciones como “ir a escuchar misa”) un día me dijo algo demasiado curioso, palabras más, palabras menos: “no puedo creer que Calderón ha sido presidente nacional de su partido, estudiante en Harvard, presidente del Congreso, secretario de Estado y presidente de la República antes de los 50 años, y aún así continúe pensando en que es un pendejo”.

Un día le platiqué esta anécdota a uno de los amigos más panistas que tengo (con afinidad a los grupos de ultraderecha, miembro del PAN desde como los 14, creo que secretario juvenil en algún municipio de su Estado y fervoroso asistente a las peregrinaciones al Cerro del Cubilete) y su respuesta me sorprendió. Parafraseándolo me dijo: “pues sí, pero no puedes pensar que es chingón sólo por los puestos que ha tenido, hay que ver el desempeño en los puestos, pues como presidente del PAN y del Congreso negoció con el PRI cosas que no debió de hacer, no sacó la reforma energética y como presidente se ha vuelto un poco cerrado con los grupos panistas no afines a él. No tiene una idea de gobierno a través de valores o algo así y es demasiado pragmático”.

Pongo esto como ejemplo por la forma en la que se da la experiencia, en la que mi amigo panista critica a Calderón y el perredista lo alaba. Siempre que hay votaciones inmediatamente los candidatos nos dicen los puestos que han desempeñado, pero no recuerdo elección en la que alguien ponga a la luz pública los logros realizados bajo un esquema confiable. Me refiero a no decir: bajo mi gestión como XXX se crearon 8,000 empleos o cuando tuve tal puesto apoyé a las madres solteras con XXX pláticas. Finalmente dentro de una elección creo esos datos se vuelven irrelevantes, por lo que el comportamiento del votante acaba llevándose más por los puestos que se han tenido y no por lo realizado.

Esto aunado al sinfín de frases banales que hay respecto a términos tan etéreos como gobernabilidad, corrupción, beneficio a los amigos, bla, bla, bla. Acusar que un candidato dio un contrato de XX millones de pesos a una constructora, son en su mayoría señalamientos muy endebles. En lugar de demostrar que la empresa no tenía la capacidad para hacer el tipo de cosas para las que se le contrató o las hizo mal (como las empresas de los hijos de Martha), se trata de demostrar que ayudó a sus amigos (quienes pueden ser expertos en el tema). Sé que no estoy en un mundo ideal, pero creo las acusaciones deben ir más enfocadas en el segundo que en el primer punto.

Si un candidato me dice que fue Subsecretario de XX cosa, la neta a mí qué. Si el candidato B fue Secretario de Salud, a mi como mediano empresario debería de importarme un bledo si me dedico a vender software de computación. Si la candidata C fue diputada o senadora y bajo el Senado impulsó la Ley de Medios, a mí qué chingados? Si soy un simple consumidor que gusta de ver los juegos de la selección, las chivas y el super bowl.

Finalmente lo que se trata de demostrar con esos argumentos es que el candidato trabaja. Trabaja haciendo iniciativas, trabajó jugando fútbol siendo un triunfador, trabajó buscando que se dieran capacitacones, en fin… ¿pero no es el amor al trabajo algo que per se todo aspirante a puesto de elección popular debería tener? Entonces, ¿por qué buscar que ese mecanismo determine el voto de los votantes? No sé si sea tan elaborado el argumento, pero creo que comparar curriculums para puestos grandes es ridículo. En votaciones pequeñas me parecería un gran mecanismo, pero en lugares con más de 100,000 votantes, ¿para qué?

¿Será esta la razón por la que los expertos en opinión pública decidieron cambiar la forma de la elección y llevarla a algo muy simple? Ganar con frases como: quiero representarte, para llevar tu opinión al Congreso (música de fondo melosa); conmigo sí aspirarás a tener una gran vida (con música de decisión); si me eliges combatiré la corrupción (tambores en el fondo). Lo peor es que pasa igual en TODOS los países del mundo que conozco, o al menos en aquellos con sociedades muy heterogéneas.

Votamos por un jingle, por una sonrisa, porque la candidata se parece a Lucía Méndez, porque el otro candidato es un naco, un pelele, porque el de nuestra preferencia es un bravucón y no se deja o simplemente porque es el que va a ganar. En lugar de fijarnos en si alguien tiene visión de Estado (y no sólo para el Ejecutivo, sino también para el Legislativo), congruencia con sus actos y que en general represente nuestros intereses (porque nadie lo hará de manera total). El dilema que aún no resuelvo es: ¿Cómo medirlo? ¿Alguien tiene alguna gran idea para hacer esto? Si es así, le pido me lo haga saber.

Tengo miedo en que un día lleguemos al extremo de elegir a un actor como Valentino Lanús, a Dulce María de RBD, al Cibernético, el Chelís o Swarzcheneger (jejeje, quizás si hubiera dicho esto hace unos diez años, hoy sería un profeta).

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