sábado, 13 de febrero de 2010

El Columnista 130210. Sobre los debates


Mi colaboración de ayer en el periódico El Columnista

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Que haya muchos debates con buen formato
Si el mundo real fuera como en las telenovelas, seguramente sufriríamos mucho menos. La historia televisiva de mayor éxito es la de un hombre y una mujer casi perfectos. El primero es apuesto, elegante y millonario, pero bastante ingenuo. La segunda es bondadosa y hermosa pero pobre. Lo que le da sabor a la historia es una tercera en discordia: una mujer hermosa, millonaria y astuta pero maldita. En el último capítulo, casi invariablemente la maldita termina muerta, loca o encarcelada, mientras los buenos se abrazan en un atardecer.

La vida real no es tan simple. Muchas personas buenas a algunos les parecen despiadadas, mientras los malos podrán ser unas blancas palomitas para otros. En la vida pública las ventajas que un candidato crea tener, pueden ser consideradas como la mayor peste para alguien más. Algunos admirarán que un funcionario vaya a misa todos los días y lo grite a los cuatro vientos, mientras otros pensarán que está vulnerando el laicismo del Estado.

La semana pasada López Zavala y Moreno Valle tuvieron un debate radiofónico improvisado. Más allá de rigideces gramaticales, en las democracias modernas los debates que definen elecciones son más parecidos a citas románticas que a entrevistas de banqueta. El componente principal es que sean foros premeditados, donde los candidatos lleguen preparados para discutir sobre diversos temas.


Los debates no deben ser sólo concursos de oratoria. También deben fomentar que haya interacción entre los candidatos y buscar respuestas espontáneas. Dejarlos prepararse, pero al final tratar de sorprenderlos. Desde que tenemos debates en México se han privilegiado los discursos leídos y no las respuestas rápidas. Un debate ideal sería aquel donde los candidatos se diferencian claramente uno del otro, donde exponen sus planes de gobierno, debaten ideas enfrentadas y no repiten lo mismo. El peor debate es aquel donde repiten las mismas frases vacías y sin ningún sentido. En esta perspectiva, el tipo de debate que se desarrolla es influido en gran medida por el formato.

Un mal formato genera que los candidatos sólo digan que trabajarán por el bienestar de los poblanos o que mejorarán nuestra calidad de vida. Frases que se esperaría de cualquier gobernante y que no termina de reflejar cuál es la mejor opción. En las elecciones no sólo importa lo que los candidatos anhelen con todas sus fuerzas, sino el cómo creen que es adecuado lograr sus objetivos, considerando la ideología, el tiempo y los recursos.

La frase de sólo buscar lo mejor para los poblanos es ambigua y estúpida. Como afirmar que si fuera Marimar, mataría desde el inicio de la trama a la antagonista. En un Estado con problemas muy complejos, gran diversidad y millones de posibles estrategias para alcanzar un resultado óptimo, manifestar que un gobierno se distinguirá sólo por buscar el bien de Puebla es una burla. El que quiera ser gobernador deberá decirnos en cuál estrategia central se enfocará. Un debate con buen formato es el escenario perfecto para discriminar entre el que tenga más proyecto que buena intención.


Si bien los debates permiten apreciar las mayores cualidades de cada candidato, también exhiben el mal comportamiento en el pasado. En México, durante el debate presidencial del 94, Diego Fernández de Cevallos presentó pruebas sobre propiedades misteriosas de Cuauhtémoc Cárdenas. En el 2006, el candidato con la imagen más honesta hasta ese momento, Felipe Calderón, fue evidenciado por López Obrador por la adjudicación de un contrato millonario a una empresa de su cuñado. Ambas acciones seguramente se hicieron dentro del marco legal y cumpliendo todos los formalismos. Sin embargo, son moralmente cuestionables y reprobables.

En un debate con buen formato, López Zavala tendría la oportunidad de preguntarle a Moreno Valle sobre el programa de la alianza, sobre su desempeño como senador y hasta de cosas que importan menos como su relación con la maestra. Moreno Valle podría preguntar por los rezagos de Puebla en indicadores como el de CONEVAL, los de competitividad y los de Transparencia Mexicana; o también podría atacarlo con asuntos superficiales como su origen chiapaneco. Partiendo de que todos los humanos somos imperfectos, su capacidad para responder nos haría ver quién puede ser mejor gobernador.

En todo el mundo se han introducido diversos formatos para modernizar la discusión y acercar al electorado. En algunos países se hacen foros con periodistas que interrogan a los candidatos. Si bien uno podría pensar que incentiva a los medios a cobijar o apedrear a uno u otro candidato, hay formas de evitarlo. Lo más común es que las preguntas sean puntuales y sobre temas específicos. Que no se pueda cuestionar a un candidato por ser alto o mujeriego, pero sí por su estrategia para generar más empleos. Darles derecho de réplica permite que incluso los comunicadores proclives a un candidato se luzcan. Si el candidato rival sale bien librado, el mérito es mayor que el recitar un discurso.


La última campaña presidencial de Estados Unidos marcó la pauta a lo que debe seguirse. Desde la precampaña demócrata se realizaron diversos debates en que el electorado podía mandar preguntas específicas por youtube, twitter o facebook. En una interlocución así es difícil que te salgas por la tangente, prometiendo sólo el paraíso y la muerte de la villana.

Los novedosos formatos gringos han traído más audiencia. El segundo debate entre Obama y Mc Cain alcanzó más de 60 millones de televidentes en Estados Unidos. Poco más de la mitad de los espectadores que vieron el último Super Bowl. Para ser un debate realizado entre semana y en un tema en que mucha población tiene tan poco interés, la cifra es impresionante. En México, según La Crónica, el segundo debate de 2006 alcanzó 23.2 puntos de rating en el Valle de México (6 millones). A esa misma hora, La fea más bella y Amor en Custodia, alcanzaron 27.4 y 19.5 puntos respectivamente. La gente prefirió ver historias predecibles. Busqué cifras sobre el último debate poblano a la gubernatura para ver el panorama que nos espera. Al parecer ya todos lo olvidaron, pues no hay registro en ningún medio.


Hoy los debates se han vuelto una obligación para los candidatos. El año pasado, en los seis estados donde hubo elección para gobernador se realizó al menos uno. En la mayoría de los casos los organizó el Instituto Electoral local. Valdría la pena que los debates que se piensen realizar en Puebla incorporen elementos de otras partes del mundo, para que el electorado los vea con mayor atención.


Los debates que se hagan deben tener la magia de las telenovelas para arrebatarle rating a La Loba o al Mundial.

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