domingo, 2 de agosto de 2009

Un lugar al Sur

El mes de julio es el más frío en Santiago de Chile. Sin embargo, no cae nieve. Parece que el departamento de limpia realiza satisfactoriamente su trabajo, al no cargar con esta gran responsabilidad. Las banquetas están limpias, a pesar de que los fumadores no depositan las colillas en los basureros. No se ve a mucha gente barrer el frente de su casa, por lo que el trabajo es aún más admirable. Los barrenderos son en su mayoría gente mayor, por lo cual inspiran confianza. No son güeros, altos, fuertes ni bilingües como en Helsinki, pero usan gorras originales Nike, Reebok y de sus equipos de fútbol favoritos, lo cual pero me parece un indicador de bienestar. A pesar de tener 7 millones de habitantes, una polución y efecto invernadero tremendo por encontrarse entre montañas y una ciudadanía aún lejana del paupérrimo nivel de separación de basura de México, la primera buena impresión que genera la Ciudad es la limpieza.

Las mañanas en Santiago son muy frías. La televisión anuncia más calor del que se aprecia cuando se sale del hogar. Es indispensable salir al menos con un suéter, abrigo o chamarra y bufanda. Al pasar las horas, uno aprecia que la guapa muchacha del clima no se equivocó: los mediodías son más calurosos y los artículos utilizados durante la mañana se vuelven un estorbo. Sin embargo, en el Centro de Santiago hay muchos edificios altos que siguen multiplicándose y el viento es constante. La luz y el calor del sol se quedan en las oficinas y departamentos de los pisos 14 hacia arriba. Los únicos dos sitios del Centro donde puede tomarse el sol son la Casa de la Moneda y la Plaza de Armas, centros políticos y sociales de un país. Pareciera que la planeación originó que los dos lugares más importantes deben tener el monopolio del sol en el Centro. No creo que sea tan poético, sin duda es una casualidad.

Los policías son llamados carabineros, como si se estuviera en Italia. Ellos visten de verde, un color que me recuerda más a los militares que a un policía. La diferencia visual genera mucho mayor respeto. Gaby piensa que no inspiran respeto, sino miedo y por ende desconfianza. Al salir del estadio de fútbol hay un operativo de carabineros para que las barras de los equipos no se rompan el hocico. Los vehículos, equipamiento, actitud represora y cantidad de carabineros hacen que ya no me den confianza. Me arrepiento de no haber traído mi pasaporte para demostrarles que no soy chileno, que no importa si la U de Chile ganó inmerecidamente y que lo que menos quiero es romperme el hocico. Al menos todavía traigo conmigo mi acento, que seguro relacionarán con el del chavo del ocho o el de algún actor de telenovelas y sabrán que ni soy chileno, ni pertenezco a una barra.

La gente común habla de Pablo Neruda. Hasta los borrachos en la calle respetan mucho más a uno de sus Nobeles en Literatura (Chile tiene 2) que el mexicano promedio a Octavio Paz. Tomando una cerveza en el lugar donde se reúnen los jóvenes, un ebrio chileno se acerca a dos semi alcoholizados mexicanos. El joven sudamericano no tiene pinta de poeta, ni de escritor y nos cuenta que ya no estudia desde hace tiempo. Nos cuestiona sobre Neruda y respondo diciendo con soberbia: claro, el nobel que escribió el poema de puedo escribir los versos más tristes esta noche. El joven continúa con el poema y lo termina. Nos dice otro que no conozco. Me pregunto qué hubiera dicho sobre Paz y únicamente habría hablado sobre el Laberinto de la Soledad y su descripción del mexicano. No habría podido enunciar ni media palabra de un poema suyo. Cada vez tiene más sentido aquello de que el mejor poeta mexicano no fue Octavio Paz, sino José Alfredo Jiménez. Un profesor chileno de Gaby que adora México cuenta una anécdota: en este país (chile), la gente sólo bebe sigilosamente, en México me encanta que la gente se emborracha y termina abrazándose, cantando todos la misma canción que todos se saben, y lo más impresionante es que pueden poner 30 canciones y todos cantarán las 30. Cuántos mexicanos pueden hablar de el Laberinto de Paz y cuántos de los versos de José Alfredo o las canciones de José José? Naturalezas distintas de países: poemas sigilosos en uno y juergas melancólicas pero alegres en otro.

En diciembre hay elecciones. Desconozco mucho del sistema chileno y mucho más de las figuras del país. Los candidatos ya empiezan sus campañas. En las calles se ven espectaculares con rostros sonrientes de gente queriendo inspirar confianza. Me llama la atención que en un país gobernado por una mujer existan tan pocas mujeres en los carteles. Creo que no he visto ninguna, quizás sea un fenómeno exclusivo de Santiago o Bachelet el grano en el arroz.

Más chilenos de los que esperaba participan en sociedad civil, algunas con muy buenas ideas y en colaboración con el gobierno: no sustituyen la labor de un Estado ineficaz, sino complementan el trabajo de mejora social. Las manifestaciones de indígenas son las que más me ha tocado ver. Desconozco si haya muchos indígenas manifestándose o muy pocos manifestándose mucho. No he visto más de 100 personas en alguna de ellas. Muchos de los muros pintarrajeados o con anuncios tienen consignas alejadas de cursilerías o bromas juveniles como Chonita te amo, lucilú eres mi vida o puto el que lo lea; más bien reclaman un cambio: el gobierno represor simula la democracia; la democracia no se alcanza si nos siguen persiguiendo; el machismo mata; aborto libre, seguro y gratuito; Cristo es la salvación, no el gobierno.

Dos asociaciones me han llamado más la atención. La primera son los grupos cristianos, quienes intentan de todo para captar católicos, desde bailables con reggaetón, coros gigantescos en las calles y volanteos hasta playeras con un corazón en medio simulando más un logo de RBD o Verano de Amor. que amor a Jesús La segunda son las asociaciones protectoras de animales, quienes tienen un sistema magnífico. En México he convivido de manera lejana con radicales protectores de animales y he escuchado lo que hacen en otros países: concientizar a la banda con choros interminables sobre lo bueno que es tener un animal. En Santiago un grupo de jóvenes con altavoz anuncian: ayúdennos a salvar a gatitos y animalitos, adopte un perrito o gatito abandonado. En ese lugar, tú te registras y te regalan el animal para que lo cuides. Particularmente me cagan los perros, pero si tuviera un hijo que quisiera uno, preferiría adoptar el perrito de la calle que me regalan a gastar mil varos por uno. Esta ONG no sólo concientiza, sino que pasa de la reflexión a la acción en un instante y su concientización puede ser para siempre.

Anochece en Santiago. La iluminación de la Ciudad en la zona donde vivo es buena. Se distinguen las calles y hay movimiento hasta las 10 de la noche. No se escuchan patrullas, gritos, ni fiestas. Quizás viva en un barrio de viejitos. Nuevamente baja la temperatura y debes cubrirte con al menos tres sarapes para poder dormir. A las 8 de la noche del miércoles paso por un parque donde había una parada de autobús. La gente espera el transporte y algunos de los futuros pasajeros fuman mientras esperan el vehículo que los llevará a sus casas. Aún a esa hora se fuma y aún a esa hora se tira la colilla en la calle. No hay problema, pues aún a esa hora hay una persona del servicio de limpia trabajando y recogiendo las colillas. ¿Será por eso que al día siguiente en la mañana nuevamente veré a Santiago limpia?

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