viernes, 14 de agosto de 2009

México peor que Hollywood

Cuando ocurre un hecho increíble pensamos que es digno de una película o novela. Algo tiene Hollywood que ha planteado situaciones hipotéticas, difíciles de imaginar hasta que no aparecen en la pantalla.

Después de la última entrega de los Óscares vi varias de las películas con más nominaciones. Es un indicador de que al menos no saldría enojado del cine por ver un bodrio. Entre ellas se encontraba El Intercambio, o Changeling. El director era Clint Eastwood, multipremiado pero que siempre maneja historias donde los personajes son la encarnación del bien contra el mal. Angelina Jolie llevaba el rol principal.

Durante toda la película, Jolie no dejaba de llorar. El papel lo ameritaba. La trama consistía en la pérdida de su hijo. Una tarde cualquiera, un niño sale a jugar y no regresa a su casa. La alcaldía, harta de recibir presiones externas para encontrar al niño, monta una escena. Traen a otro niño, lo obligan a hacerse pasar por el hijo de Jolie y beautiful Angelina enloquece y hace todo por demostrar que le habían tendido una trampa y que quiere a su hijo de regreso.

La madre acusa a los policías, cuyos personajes muy al estilo de Eastwood, simplemente eran malos. No eran sujetos racionales queriendo conservar su trabajo, sino simples seres perversos, pero a la vez tontos, que trataban de engañar a la sociedad. La policía manda a la madre a un hospital psiquiátrico donde es torturada. Le condicionan la salida a cambio de que afirme que el niño que le entregaron es su hijo. Jolie, como buen personaje de Eastwood que sólo busca la verdad y es buena, siempre se niega.

Al final Jolie es liberada por la presión de un grupo que se identificaba con su causa. Se inicia un juicio en contra de los funcionarios que intentaron engañar a la sociedad y son castigados. El problema planteado es un horror: ante la ineficacia de la policía, esta decide inventar una solución y se presenta como la buena del cuento. La solución de la trama es intuitiva: los policías y el alcalde son castigados por haber mentido.

La historia se basa en hechos que ocurrieron en E.E.U.U. durante los veinte, hace casi cien años. En México, estas semanas han demostrado que la autoridad aún realiza acciones parecidas pero sin un final tan feliz.

La semana pasada la Suprema Corte aceptó que la PGR había fabricado culpables en el caso Acteal y que decenas de indígenas tzotziles se encontraban presos injustamente. Hace casi un año, después del secuestro y asesinato de su hijo, el empresario Alejandro Martí exigió ante las máximas autoridades del país que si no podían combatir el crimen, que renunciaran. El jefe de Gobierno del DF aceptó públicamente el reto. Pocas semanas después, la Procuraduría de la Ciudad anunció con bombo y platillo que había capturado a los plagiarios del hijo del empresario, un sujeto apodado el Apá y que dirigía a la banda La Flor. Hace poco, la Procuraduría de la República capturó a los verdaderos plagiarios, la banda Pericolet.

Algunos columnistas señalan que el Apá sí era secuestrador, pero que no secuestró al niño Martí, otros dicen que se inventaron culpables al por mayor. Cualquiera de los dos casos requiere un castigo a la mentira. ¿Por qué seguimos tolerando que se fabriquen culpables? Después de 15 años de prisión, las familias indígenas estarán pronto con sus familiares. Quizás después de uno o dos años, el Apá saldrá libre y dirán que todo fue un error. ¿Dónde está el castigo a los mentirosos?

El castigo a los fabricadores de pruebas no devuelve el tiempo perdido para los acusados, pero sienta un precedente para que otros después no vuelvan a mentir. ¿Cuántos casos no se estarán inventando con motivo de la guerra contra el narco? Que algún funcionario termine en la cárcel hoy, podría evitar que en 15 años salgan de prisión 30 o más personas a las que se les esté fabricando un delito por tráfico de drogas hoy.

En Hollywood estas historias terminan con los culpables de fabricar las pruebas tras las rejas. Al parecer México tiene guiones tan ilógicos como los hollywoodescos pero desenlaces aún más absurdos.

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